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La casa de Isabel Preysler en Puerta de Hierro, escenario de su «verdadera historia»

(Foto: Isabel Preysler)

Isabel Preysler acaba de abrir las páginas de su vida al público con la publicación de sus memorias (Mi verdadera historia). Un gesto de transparencia que, en cierto modo, encuentra su eco más íntimo en otro acto: abrir las puertas de su casa en Puerta de Hierro. Porque si en el libro habla de amor, de celos, de rumores y de los falsos mitos que la han acompañado durante décadas, su hogar revela la otra cara de esa historia: la de la serenidad, la belleza y la permanencia. Por ello, nos adentramos en la casa de Isabel Preysler.

La casa en Puerta de Hierro de Isabel Preysler

El visitante que cruza la entrada de Puerta de Hierro se encuentra con una fachada cubierta por hiedra y escoltada por columnas de mármol. La piedra, el verde y la simetría anuncian lo que dentro se confirma: un gusto clásico, sereno, casi británico.

Tras la puerta principal, un amplio vestíbulo recibe con flores frescas y maderas claras. Allí, donde otros buscan grandilocuencia, Isabel prefiere armonía. Todo parece dispuesto para el sosiego: una mesa central octogonal, obras de arte discretas, luz natural que se filtra desde los ventanales.

(Foto: Isabel Preysler)

Los salones donde habita el tiempo

El salón principal es el corazón del hogar. Amplio, luminoso, articulado en dos ambientes que se miran sin invadirse: uno más íntimo y otro pensado para recibir. Una chimenea en mármol, espejos antiguos, textiles suaves…

La biblioteca, en cambio, tiene otro pulso. Es un espacio más introspectivo, revestido en madera, donde conviven libros, fotografías y recuerdos familiares. Allí, entre volúmenes antiguos y ediciones dedicadas, resuena el eco de su historia personal y también la de Miguel Boyer, con quien compartió muchos de esos años.

El comedor conserva un aire clásico que remite a otra época. Vajillas finas, porcelanas heredadas, un gran reloj de época. No hay artificio: todo respira autenticidad. En esa mesa han coincidido generaciones, hijos, amigos, nietos… Y cada encuentro deja su huella en la memoria de la casa.

(Foto: Isabel Preysler)

El dormitorio

El dormitorio principal es quizá la estancia más íntima. Predominan los tonos neutros, las texturas naturales, las fotografías familiares. No hay rastro de la mujer pública, solo de la mujer que necesita silencio. Es un espacio vivido, constante, que apenas ha cambiado en tres décadas.

Cada uno de sus hijos tuvo su propio cuarto, adaptado a sus edades y etapas. Hoy, algunos se han transformado para acoger a los nietos.

(Foto: Isabel Preysler)

La terraza y el jardín: la joya de la casa de Isabel Preysler

Si hay un rincón que refleja su alma, es la terraza. Un espacio amplio, rodeado de vegetación, donde el sonido del agua y el rumor de las hojas sustituyen a cualquier conversación. Toldos blancos, muebles de forja, cojines en tonos neutros… Allí desayuna, lee o simplemente contempla.

El jardín, frondoso y cuidadosamente diseñado, se convierte en escenario de reuniones familiares, comidas estivales y momentos de quietud. Entre los árboles, la piscina refleja la luz con serenidad casi escultórica.

(Foto: Isabel Preysler)