En 1943, la célebre coleccionista de arte Peggy Guggenheim, organizó en su galería neoyorkina, Art of This Century, una de las primeras muestras en EEUU en la que se exponía íntegramente obra hecha por mujeres, europeas y norteamericanas, y la presentó bajo el título Exhibition by 31 Women. La exposición fue concebida por Peggy en colaboración con Marcel Duchamp, y la selección de artistas estuvo a cargo de un jurado entre cuyos miembros se encontraban importantes artistas surrealistas del momento como André Breton, Max Ernst o el propio Duchamp.
La obra de estas mujeres, ligadas sobre todo al surrealismo y la abstracción, y donde hay nombres como Leonora Carrington, Gypsy Rose Lee o Frida Khalo, estuvo presente en aquella exposición de poca repercusión mediática. La cita sólo despertó el interés de algunos críticos de arte con el fin de atacarla; pero, sin embargo, sí que mostró –una vez más– el amplio olfato artístico de Peggy, el cual iba más allá del mero interés y placer del presente. «Esta iniciativa sólo cumplirá con su propósito si logra servir al futuro en vez de documentar el pasado», decía Peggy en un comunicado de prensa en 1942.
El espíritu de aquella exposición de 1943 organizada en Nueva York está ahora en la Fundación Mapfre de Madrid, bajo el título 31 mujeres. Una exposición de Peggy Guggenheim, donde se incluyen no sólo obras de grandes artistas femeninas, sino también la conexión entre ellas y la manera de relacionarse con Peggy, así como el papel elemental de los coleccionistas en el devenir del arte. Todas las obras en la muestra de Madrid pertenecen a Jenna Segal, coleccionista de arte y productora de Broadway.
Una de aquellas mujeres presentes en la exposición de los años 40 fue Dorothea Tanning (Illinois – Nueva York. 1910 – 2012), artista ligada al surrealismo y elegida por Ernst –casado con Peggy– tras conocerla en su estudio y jugar con ella una partida de ajedrez, disciplina a la que Tanning era muy aficionada.
Los cuadros que fueron del estudio de Tanning a la galería de Peggy fueron Juego de niños (1942) y Cumpleaños (1942). Un autorretrato de la autora con los pechos descubiertos, un vestido inexplicable, a los pies una criatura alada y varias puertas entreabiertas. Breton escribía sobre Tanning y decía que «su obra queda entreabierta, como una puerta en la que el espectador quiere entrar y ella lo anima».
El autorretrato y las puertas abiertas serán dos elementos recurrentes en la obra de Tanning, siempre relacionados con lo onírico, con la intención de separar espacios públicos de los íntimos. «Una puerta abierta conduce a la imaginación, te das cuenta de que es una cosa enigmática y muy saludable, anima al espectador a mirar más allá de lo obvio y lo vulgar», pensaba Tanning.
La artista de Ilinois quedó prendada del surrealismo tras acudir a la revolucionaria exposición de Alfred H. Barr: Fantastic Art, Dada, Surrealism (1936) en el Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. Tras aquella epifanía, en julio de 1939 subió en el Nieuw Amsterdam y se fue a Francia con la maleta llena de cartas de recomendación para Tanguy, Ernst, Picasso, etc. y algo de dinero. Poco más. El estallido de la II Guerra Mundial devuelve a Tanning a Nueva York, sin saber aún que pronto habría un éxodo masivo de artistas e intelectuales a EEUU, convirtiéndose el país en el nuevo epicentro del arte y la intelectualidad, en detrimento del Viejo Continente, asolado por la guerra.
Pintó en su estudio de Manhattan y en 1941 llegó una de sus grandes oportunidades, ser seleccionada por Ernst, a través del galerista que representaba a los surrealistas en Nueva York, Julian Levy, para la exposición Exhibition by 31 Women en la galería de Peggy. Pero aquella cita cambió mucho más que su vida artística e intelectual. Le abrió las puertas de la élite del momento, encabezada por una mujer independiente, atrevida y millonaria que tenía un espacio dedicado a un arte irreverente y provocador, y que estaba llamado a la revolución artística. No sólo por la obra que exponía, sino también cómo las exponía. El diseño de la sala fue ideada por Frederick Kiesler y las obras se mostraban en el aire.
Conocer a Ernst no sólo sumergió a Tanning en el círculo de los artistas exiliados que venían de Europa, también transformó su vida personal porque apenas un tiempo después de la exposición de mujeres artistas, Ernst y ella se casan en una ceremonia doble con Man Ray y Juliette Browner, y se van a vivir fuera de los cotilleos de Nueva York, una ciudad dominada más por el apellido Guggenheim que Ernst.
Guggenheim declararía en sus memorias, Out of this Century, Confessions of an Art Addict, que Ernst «trabajó mucho para esta exposición». «De todos modos, a él aquel trabajo le encantaba porque las mujeres le gustaban mucho y algunas de las pintoras eran muy atractivas. Además, siempre le interesaban mucho las mujeres que pintaban. Una de ellas, una tal Dorothea Tanning, una chica guapa de Middle West, aunque pretenciosa, aburrida, estúpida, vulgar y que se vestía con un gusto pésimo, tenía bastante talento e imitaba la pintura de Max, cosa que le halagaba mucho. Sus ambiciones eran tan obvias que a veces producían vergüenza ajena», proseguía Peggy.
«Max siempre defendía a la señorita Tanning y decía que no era tan poca cosa como yo decía. Un día llegó una carta suya a casa con un trozo de seda azul en el sobre. Era una carta estúpida y con un francés precario. Después de leerla, abofeteé a Max varias veces con todas mis fuerzas», termina.
Sólo tres semanas más tarde de ese encuentro en el estudio planeado por Levy entre Ernst y Tanning, el alemán dadaísta abandona a Guggenheim. «Pronto se hicieron más que amigos, ahí me di cuenta de que tenía que haber tenido sólo 30 mujeres en la exposición», escribió la coleccionista en el citado libro de memorias.
Mucho más allá del surrealismo ortodoxo
Tanning fue mucho más que la esposa y la viuda de Ernst, quien murió en Francia en 1976. No fueron padres porque «tener hijos es cosa de ricos y nosotros somos pobres», decía la artista. Tras abandonar Nueva York, la pareja se instala en Arizona, para más tarde mudarse –y permanecer– durante más de 30 años en Francia, cuando ésta recupera el esplendor artístico y social de los años de las vanguardias europeas. Aunque nada sería ya lo mismo.
Participó en Exhibition by 31 Women en el número 30 de la calle 57 oeste de Nueva York compartiendo cartel con las mejores del momento, a excepción de Georgia O’Keeffe, quien rechazó la propuesta de exponer desde el primer momento. «Georgia llegó a la galería y espetó a Peggy: ‘yo no soy una mujer pintora’. Peggy se quedó de piedra», cuenta Jimmy Ernst en sus memorias.
Más tarde también Tanning adoptaría esta misma postura, cuando los comisarios e historiadores del arte comenzaron a usar el binomio mujeres artistas como reclamo para sus proyectos, sobre todo en los años 70, explicando que «no existe nada (ni nadie) que se pueda definir así. Es una contradicción tan evidente como ‘hombre artista’ o ‘elefante artista’. Puedes ser mujer y ser artista; pero lo primero no lo puedes evitar y lo segundo es lo que eres en realidad».
No obstante, argumenta Alyce Mahon, catedrática de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo en la University of Cambridge, «evidentemente, la importancia de esta exposición de 31 mujeres emergentes no radicaba sólo en el género de sus protagonistas, se convirtió en un hito fundamental de la vanguardia durante la guerra». Reconoce, además, que la crítica fue «hostil, tanto contra las mujeres artistas como contra los surrealistas, pues ambos representaban una amenaza al orden establecido».
En la prensa, el crítico Henry McBridge escribía en New York Sun que «el surrealismo está compuesto en un 70% por histeria, un 20% de literatura, un 5% de buenas pinturas y otro 5% de artistas que solo pretenden burlarse del público inocente, las mujeres tienen que sobresalir a la fuerza entre los surrealistas».
A pesar de todo, Tanning se abrió paso como pintora, escritora y escultora, experimentando con esculturas blandas que cosía con su máquina de coser Singer y usaba para sus escenografías e instalaciones, también diseñó la casa donde vivía con Ernst, así como decorados para el ballet de George Balanchine.
Era una surrealista diferente, creaba una obra con protagonistas femeninas activa, proponiendo, de este modo, una visión diferente de la de sus compañeros masculinos. «El dominio de lo maravilloso es su patria, ella se niega a jurar lealtad a las exigencias de un surrealismo ortodoxo», detallaba el texto de Ernst que acompañaba a la primera exposición individual en la Julien Levy Gallery, en abril de 1944.
Tanning murió en Nueva York a los 101 años. No tuvo hijos, aunque abordó la maternidad y la niñez en varias de sus obras. «Tener hijos es cosa de ricos y nosotros somos pobres», aducía en sus memorias Between Lives.