María Eugenia de Montijo, la granadina que enamoró a Napoleón III (y a los ladrones del Louvre)
Ni una película de ladrones con guion hollywoodense podría haber sido tan precisa: siete minutos, cuatro asaltantes y una escalera bastaron para ejecutar uno de los robos más ingeniosos de los últimos tiempos en el Museo del Louvre. La madrugada del domingo, nueve joyas de la Corona francesa desaparecieron. Entre ellas, un tesoro cargado de historia: la corona de la emperatriz María Eugenia de Montijo, la última soberana de Francia. Fue recuperada poco después, abandonada en la huida, como si incluso los ladrones comprendieran que no se trataba de una joya cualquiera.
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La emperatriz que convirtió la elegancia en poder
Antes que influencer existiera como palabra, Eugenia de Montijo ya lo era sin proponérselo. Nacida en Granada y convertida en emperatriz consorte de Francia en 1853 al casarse con Napoleón III, hizo de la moda una herramienta política. Su estilo (delicado, impecable y siempre estratégicamente estudiad) definió el lujo europeo de la segunda mitad del siglo XIX. Eugenia entendía que su imagen era poder, y la proyectó con precisión milimétrica: tiaras, encajes de Bruselas, terciopelos imperiales y coronas deslumbrantes que hablaban tanto como los discursos oficiales.
La corona robada, diseñada especialmente para ella, no era un simple adorno: era un manifiesto. Realizada con diamantes y zafiros, representaba la fastuosidad del Segundo Imperio y la feminidad elevada a símbolo de Estado. En los retratos oficiales, Eugenia la llevaba con esa naturalidad que sólo tienen quienes saben que están haciendo historia.
Una joya que sobrevivió al exilio y a la historia
Cuando el Segundo Imperio se derrumbó tras la Guerra franco-prusiana en 1870, Eugenia partió al exilio en Inglaterra. Lo perdió casi todo menos su porte aristocrático. La corona que hoy vuelve a ser noticia es una de las pocas piezas que permanecieron en Francia y que se conservaban en el Louvre como testimonio tangible de aquella época de esplendor. Sobrevivió a guerras, revoluciones, ventas y dispersión de colecciones. Tras un robo que parece guionizado para una serie, ha vuelto a la vitrina, aunque con un capítulo más en su historia.
La mujer detrás de la corona
Eugenia fue mucho más que la esposa de un emperador. Apasionada por las artes, la arquitectura y la moda, fue musa de diseñadores y modistas de la época, impulsó la alta costura francesa y convirtió a París en la capital mundial del buen gusto. Su estilo personal (entre el romanticismo y el poder imperial) inspiró a mujeres de toda Europa y consolidó la figura de la emperatriz moderna, una mujer que lideraba a través de la estética.
Su influencia fue tal que incluso décadas después, nombres como Christian Dior o Hubert de Givenchy la citarían como referencia de elegancia atemporal. Era, en definitiva, una visionaria.
Un golpe que sacude al patrimonio francés
El robo incluyó también un collar y pendientes de zafiros de la Reina María Amelia, un collar de esmeraldas y una tiara de la Reina Hortensia. Pero la recuperación de la corona de Eugenia tiene un valor simbólico que va más allá de lo material: representa una parte viva de la historia francesa y del imaginario de una época donde las joyas eran más que adornos: eran lenguaje, identidad y poder.
Mientras la policía francesa sigue buscando las ocho piezas restantes, la corona de Eugenia vuelve a recordarnos por qué esta granadina se convirtió en icono de la moda y la elegancia imperial. Porque si algo dejó claro Eugenia de Montijo es que el poder también puede vestirse con encaje, perlas y zafiros.