Vinos de Cantabria con sabor a mar: el plan gourmet de este otoño
Muchas veces vivir experiencias auténticas parte por alejarse de los clichés de un lugar. Cantabria es el ejemplo, un lugar donde más allá de sobaos, cocidos y anchoas hay denominaciones de origen que rompen con los estándares. Y en su ADN esconde un tesoro vinícola aún por descubrir, pero que permite disfrutar la región desde otro punto de vista (y otros sabores). Claro que en una época como octubre y con la vendimia recién finalizada hemos visitado las Bodegas Miradorio.
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No nos cansamos de leer que el turismo gastronómico crece cada vez más entre las motivaciones de los viajeros. Esa idea de viajar con la intención de conocer las raíces de un lugar a través de sus sabores. Algo que también nos puede llevar a aterrizar en planes alejados de los productos convencionales o más característicos de una región.
En el pueblo de Ruiloba, situado en la Costa Occidental de Cantabria, encontramos uno de los puntos donde la tradición pesquera se une a la viticultura. Conquista a los visitantes a través de su vasta arquitectura y, como no, su gastronomía. El momento es perfecto: en otoño, cuando Cantabria vuelve a recuperar su ritmo natural, la marea atraviesa la costa con la humedad de las primeras heladas y la vendimia acaba de finalizar.
Claro que si algo diferencia a este pueblo es que sus visitantes pueden disfrutar de una forma completamente diferente el encanto de la región. Sobre todo si tenemos en cuenta que Cantabria podría definirse entre sus paisajes y la riqueza de su mar y montaña: donde la frontera entre ambas se diluye cuando hablamos de la experiencia de las Bodegas Miradorio.
Partimos del entorno, un lugar donde los viñedos se encuentran a menos de 1 km de la costa, orientación Norte y con pendientes de más de un 35%. Desde arriba y jugando con la perspectiva, puede llegar a dar la sensación de que los viñedos terminan en el mar.
IGP Cantabria
Las Bodegas Miradorio elaboran únicamente tres vinos, dos de ellos bajo la Indicación Geográfica Protegida (IGP) «Vino de la Tierra Costa de Cantabria«, una de las dos IGP de la comunidad autónoma, siendo «Vino de la Tierra de Liébana» la segunda. ¿Qué quiere decir? Un primer punto a tener en cuenta es que Cantabria no tiene una Denominación de Origen (DO) como pueden tener Ribera del Duero o Rioja.
Por el contrario, la IGP es un distintivo que garantiza que un vino procede de una zona geográfica específica y cumple con ciertas normas de producción vinculadas a ese origen. No son tan estrictas como la DO, es cierto, pero aún así requiere de ciertos parámetros para garantizar su calidad.
Y en este caso, hablamos de vinos que se encuentran entre la costa y los valles interiores. Primer punto de su gran atractivo turístico: los paisajes donde las laderas descienden de forma orgánica por las laderas dibujando una panorámica única.
Así, las plantaciones de Bodega Miradorio extienden sus viñedos distribuidos en seis fincas: Finca del Castillo, Peñacubina, La Marina y Fonfría, Herbazoso, Tussio y San Esteban, la única cultivada fuera de Ruiloba, en Santillana del Mar. Donde podemos encontrar plantadas uvas como Albariño, Chardonnay, Godello, Ondarrabi Zuri, Riesling, Gewürztraminer y Ondarrabi Beltza. Lo que deja unas notas frescas y brillantes, en definitiva, vinos muy equilibrados.
El resultado son vinos donde la influencia del mar se puede saborear en las dos etiquetas elaboradas bajo el IGP Vinos de la Costa de Cantabria de Bodegas Miradorio. Lo notamos en su vino Mar de Fondo, un vino blanco que nace de una combinación de nuestras variedades Riesling, Hondarrabi Zuri, Albariño y Godello, cultivadas en las fincas que encaran el mar atlántico.
Todo esto deja un resultado en el que los sabores se ensamblan a la perfección para dar un vino fresco, aromático, de gran elegancia y sutileza pero complejo y equilibrado cuya estructura sorprende al tomarlo. Más fresco encontramos el bivarietal Tussio, elaborado a base de una combinación de las variedades Hondarrabi Zuri y Albariño.
Una bodega con marea y raíces
Como ya hemos puesto sobre contexto, el entorno que rodea las bodegas no requiere de mayor carta de presentación. Sólo la idea de poder disfrutar del alma rural de la comarca junto con la tradición de sus sabores. Que pueden encontrarse tanto en la copa de vino como en el plato.
Porque la experiencia de acercar a los visitantes de las Bodegas Miradorio al alma del lugar en el que se encuentran comienza por experimentar lo que es alojarse en una casona montañesa del siglo XIX, ubicada en pleno casco antiguo de Ruiloba. Rodeados por el encanto pétreo de las calles empedradas de este municipio.
De ahí la experiencia continúa con el traslado en todoterreno desde la bodega hasta la Finca Herbazoso, donde se sitúan los viñedos junto al mar, para pasar a catarlos vinos propios de la bodega, seguido del menú tradicional. Aquí es donde Cantabria se sirve sobre la mesa, dejando a los sabores ejercer de perfectos anfitriones. Con elaboraciones como el cocido montañés, los quesos y, como no, productos de la costa. Entre ellos, uno de los que nunca puede faltar: las anchoas. Esta experiencia puede disfrutarse a través de diferentes experiencias cuyo precio oscila entre los 180 y los 250 euros por persona.