Mediante estos artículos pequeños, concisos y actuales pretendo compartir con vosotros no solo aspectos terapéuticos de los asuntos que en ellos trato, sino también compartir la ciencia que esconden. Y como todo, o casi todo, tiene una explicación objetiva que muchas veces se nos escapa y que solemos orientar de forma poco comprensible por falta de perspectiva. Hoy me gustaría abordar la importancia de ‘hablar’ desde el punto de vista emocional y enfocado a sentirse mejor con uno mismo.
Los mayores traumas resultan de las emociones no manifestadas en el momento en que ocurren. Al llevarlas con nosotros se convierten en una carga emocional que va pesando cada vez más. Algunas de ellas quizá cronificando su presencia en nuestro inconsciente, siendo un lastre emocional que cada vez tiene una carga mayor y que muchas veces resulta obstaculizante para resolver especialmente comportamientos sociales o interpersonales.
Hablar es de inteligentes
Por tanto, manifestarse, hablarlo y compartirlo siempre es aconsejable y saludable. Hablar cuando tenemos algo dentro que tiene que salir en algún momento es evolucionar, es darle recorrido al problema que nos va rumiando por dentro. Hacer lo contrario es involucionar con todo lo que ello conlleva en dolor y sufrimiento. Justo el domingo pasado tuve la oportunidad de ver la entrevista a Pau Donés en televisión, en la que dijo que últimamente lloraba mucho y que llorar lo consideraba un acto de valentía. Sobre todo, en los que no son de lágrima fácil: hombres por principio;
ya que la testosterona es un inhibidor natural y la prolactina más presente en el sexo femenino es justamente lo contrario. Por ello, las mujeres tienden a llorar por comparativa 5 veces más que los hombres, aunque debo decir que en una sociedad moderna como la nuestra estamos empezando a gestionar nuestras emociones de una forma mucho más inteligente. Llorar forma parte de nuestra inteligencia emocional.
Llorar también es una forma no verbal de comunicación es hablar en otro idioma, en el emocional.
Todos hemos experimentado que cuando soltamos lo que llevamos dentro, cuando lo hablamos, lo lloramos y lo compartimos, notamos después de unos momentos que hemos aligerado la carga que ello suponía. Nos sentimos liberados, con sensación de paz. Todo esto tiene explicación y quizá nunca lo habíamos abordado desde esta perspectiva, hagámoslo ahora.
Un ejercicio
Arrastrar un trauma a lo largo del tiempo puede generar, sin lugar a duda, estados de distintos niveles de ansiedad en el momento en que haya alguien o algo que nos haga recordar y asociar el evento, circunstancia o comportamiento pasado. Un vínculo al que esté anclado ese trauma con su huella emocional en nuestro inconsciente. En el momento en el que eso ocurre (en menos de 30 segundos) nuestros niveles de Cortisol se hiperactivan y, normalmente, alcanzan su nivel de segregación más alto sobre las 23.00h. Es decir, justo antes de acostarnos e irnos a dormir. La consecuencia directa es que generamos un cuadro de insomnio. Normalmente, sobre las 02:00 am los niveles se vuelven a regular y nos quedamos dormidos. Curioso, ¿verdad? ¿Qué podemos hacer?
En primer lugar, para que los eventos negativos con carga emocional en la memoria pierdan su potencial e intensidad, no debemos intentar cambiar nuestros sentimientos. Pero sí que podemos cambiar la relación que tenemos con este sentimiento. Hablarlo, con las personas que hayamos decidido compartirlo, pero hagámoslo durante al menos 20 minutos.
¿Por qué?
La ciencia ha demostrado que, cuando lo hacemos durante más de 20 minutos, la glándula Pituitaria que se encuentra ubicada en la base del cerebro, equilibra nuestra homeóstasis. Es decir, logra unos niveles de estabilidad óptima en nuestro organismo y en nuestra segregación hormonal. Al permanecer durante 20 minutos hablando sobre aquello que nos preocupa y ocupa, la carga emocional incluida que llevamos lastrando con nosotros con tintes de trauma, la glándula pituitaria empieza a segregar beta-endorfina. Y, como todas las distintas endorfinas, genera sensaciones de bienestar desde múltiples perspectivas. Además, deja paso también a que otros neurotransmisores generen a su vez la oxitocina; contribuyendo a sensaciones de aceptación, compasión, abrazos, besos y muestras de cariño. Un estado de bienestar.
Digamos que la familia de las endorfinas son los opiáceos naturales. Los analgésicos que cumplen funciones muy primarias y absolutamente necesarias para nuestro buen funcionamiento como seres positivos y transmisores de sensaciones.
Quizá, tras leer este artículo, os animéis a que la próxima vez optéis por hablar y manifestar vuestros sentimientos en relación con un suceso o evento que os haya estado perturbando durante algún tiempo. Y que así os deis cuenta de que es hora de abordarlo y no de esconderlo; de compartirlo y que después de 20 minutos observéis una sensación de mejoría y de bienestar. En esto consiste el cambio. Habréis modificado vuestra relación con el sentimiento sin haber alterado el mismo. Así que, la próxima vez, ¡lo hablamos! ¿No dice el refrán que hablando se entiende la gente? Pues ahora sabemos el por qué.