Desde que se inauguró el restaurante San Angel Inn en 1963 se le conoce como un establecimiento campestre, de ambiente colonial y preciosos jardines donde degustar platos de la cocina mexicana e internacional. Si estás preguntándote dónde comer en México, este restaurante, ubicado en San Ángel, una de las más exclusivas zonas del sur de México City, es parada obligatoria.
Hacia mediados del siglo XVIII se le conocía sin embargo como “La casa y huerta de Nuestra Señora de Santa Anna”, que además de ser una hacienda productora de bienes agrícolas, se convirtió en una casa de descanso “para mudar de temperamento”. A principios del siglo XX, una empresa norteamericana compró la hacienda y la convirtió en hotel, agregándole “Inn” al nombre, que en inglés significa “posada”.
El San Angel Inn se convirtió en uno de los hoteles y restaurantes más exclusivos de la época siendo anfitrión de eventos como la declaración de la autonomía de la Universidad Nacional de México en 1910.
El exterior y el interior de la gran casona se ha conservado a pesar de los años que han transcurrido. Desde lejos sobresalen las chimeneas y la cúpula de la capilla, el mirador con su tejado así como la gran fachada coronada con sus arcos invertidos.
En la cercanía de la construcción blanca resaltan sus ventanas enmarcadas con cantera, sus poyos pintados de azul y el gran portón de madera antiguo, todo rodeado de árboles. Un conjunto imponente que evoca tiempos pasados. La entrada a la Hacienda es icónica por su portón del siglo XVII. Hace 400 años esta entrada servía para recibir a las carretas y caballos. Hoy en día sigue siendo la entrada principal para recibir a nuestros clientes.
San Angel Inn fue creado y pensado para hacer destacar nuestra cultura culinaria, haciéndola accesible al turismo internacional, siempre con la idea de brindar un servicio característico de la renombrada hospitalidad mexicana.
Frente al restaurante encontramos el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo, dedicado a preservar la memoria del muralista y su esposa; así como al estudio y análisis de su generación artística. La pareja vivió en estas construcciones, dos bloques lisos de hormigón diseñados por Rivera, durante la última etapa de su vida. Cada bloque alberga una casa: una roja (para Diego) y otra azul (para Frida), independientes una de la otra y unidas solamente por un pequeño puente en su parte superior. Ambas casas se relacionan con el entorno a través de grandes ventanales cuadriculados que miran hacia su entorno natural. Sin embargo estas casas se distinguen del resto de las construcciones de la zona por sus características modernas, pero se vinculan totalmente con el ambiente gracias a sus colores y vegetación.
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