1946 fue un año que marcó una importante referencia en los libros de historia. Londres era una ciudad en pleno auge y, en ese mismo año, los británicos celebraban el desfile de la victoria, por la derrota de los alemanes y Japón en la segunda guerra mundial. Los cambios surgían y el auge de la moda y la música comenzarían a marcar el ritmo de los acontecimientos en la capital británica, un año también en el que los ingleses verían nacer a referentes como Freddy Mercury y, como no, la gran cantautora Jane Birkin. Un símbolo de la canción, que posteriormente se convertiría en un nombre eterno en la moda, aportando su apellido a uno de los accesorios más codiciados del mercado actual. Hoy dedicamos estas líneas a ella, a una mujer que cambió el estereotipo sobre las mujeres cantantes en Londres y sus letras abrieron puertas a muchos, fue inspiración para otros y su sonrisa y su alegría contagiosa fue la llave de entrada para muchos de sus éxitos.
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Jane Birkin nació en Londres en 1946 y en los años del Swinging Londinense, con sólo 17 años, comenzó su carrera teatral siguiendo los pasos de su madre, la cual era una reconocida actriz, aunque no los de su padre, que era espía para el gobierno británico. Con los años, la intérprete se trasladó a París, donde posteriormente adquirirá la nacionalidad francesa, adquiriendo su arte, ese punto francés que encandila. Su amplia carrera estuvo copada de grandes éxitos, pero con el cine llegó el reconocimiento. Con su aparición en la película Blow-Up, de Michelangelo Antonioni, Birkin alcanzó el estrellato y si nombre era más que reconocido. Ahí fue donde dio comienzo una vida de éxito y amor.
Su primer matrimonio ocurrió cuando la joven Birkin trabajaba de forma incesante en su carrera, con el compositor inglés John Barry, con el que tuvo una hija, Katy. Fue más adelante, en 1968, cuando Jane Birkin se traslada a Francia, donde conoció a su gran amor, Serge Gainsbourg, con el que se casó en segundas nupcias y con el que tendría otra hija, la actriz Charlotte Gainsbourg. Un romance apasionado, plagado de cámaras persiguiéndola por las calles de París, envidiado y también una asociación musical, la canción Je t’aime… moi non plus de 1969, cuyas letras explícitas y sensuales, provocaron un gran escándalo, pero esta misma sigue siendo uno de los temas musicales franceses más famosos del mundo. Su historia de amor con Gainsbourg vio su final, pero el amor para Birkin era un elixir que había que disfrutar, por lo que se casó en terceras nupcias con el director francés Jacques Doillon, con quien tuvo su tercera hija, la supermodelo, cantante y actriz Lou, nacida en 1982.
Mientras su vida amorosa sucedía, podríamos decir que su estilo era inimitable y lo podríamos calificar como joven, fresco y libre de prejuicios, perfecto en la Francia de los años setenta. Vestidos muy cortos, siendo a veces jerséis largos, tops de ganchillo, pantalones acampanados, americanas de terciopelo, camisas vaqueras, camisetas blancas o de rayas y bikinis. Sencilla y hechizante, sonriente, despampanante, un icono inimitable. A diferencia de muchas chicas amantes de la moda de aquella época que vivían bajo el lema ‘más es menos’, ella apostaba por prendas básicas como unos vaqueros desgastados, camisetas blancas, gabardinas y unas clásicas Mary Jane.
Ella sabía que su cara era la portada de lo que ella mostraba y, por ello, la misma Birkin confesó que no usaba mucho maquillaje, puesto que quería transmitir una naturalidad y una belleza real ante el mundo, dejando que sus mejillas rosadas conquistaran todas las miradas. En cuanto al cabello, la actriz prefería dejarlo al natural, algo despeinado y revoltoso, siempre con la melena suelta, para otorgar ese toque de naturalidad y alejarse de la perfección que se buscaba en la época.
Sobre las páginas de la historia de la moda, 1980 fue un año importante para ella y la casa francesa Hermès, puesto que Jane Birkin pasó de poner de moda y llevar en su día a día bolsos de mimbre, a tener su nombre sobre toda una referencia. Todo comenzó cuando el director ejecutivo de Hermès, Jean-Louis Dumas, coincidió al lado de Birkin en un vuelo de París a Londres. Cuando ese viaje terminó, el diseñador ya sabía que una de sus próximas creaciones estaría inspirada y llevaría el nombre de la cantante y actriz británica, puesto que en ese corto tiempo de vuelo, las musas le acompañaron y tuvo una de las visiones más claras que tendría la casa francesa. Y así, en 1984, la prestigiosa firma francesa lanzó un bolso de piel negro para ella, el hoy codiciado Birkin Bag (sin olvidarnos del clásico modelo Kelly), aunque su bolso de mimbre sería el protagonista sobre todas las presentaciones y alfombras rojas a las que asistía.
Durante varios años su vida se definió ante la tranquilidad, puesto que pasó varios años fuera de los escenarios, hasta que en 1998 publicó un álbum en solitario, que le haría volver a su mundo de poesía por la puerta grande. Sus letras llevaron grandes acompañantes como Manu Chao, Brian Molko, Caetano Veloso, Bryan Ferry o Françoise Hardy. Un disco que le haría seguir presente y que serviría de ejemplo para generaciones futuras.
Pocas personas existen en el mundo cuya esencia pueda suponer una inspiración sobre tantos mundos, pero todos sabemos que la figura de Jane, lo que representaba y lo que era, desprendía una luz de otro mundo, una energía que superaba todo lo que le rodeaba y que su actitud alegre despuntaba por allá donde pasaba. En definitiva, su impronta, la cual sigue creando inspiración, se queda en un amplio legado de más de 100 películas y una treintena de discos, además de un repertorio de looks inspiradores que seguirán siendo el manual de estilo para millones de mujeres.
