Comienzo este artículo como suelo iniciar algunas de mis tertulias, charlas o conferencias. Con la siguiente pregunta: ¿Cuántas decisiones “trascendentales” podría tomar una persona en circunstancias normales a lo largo de su vida?
Esta interrogación despierta, cuando menos, una notable curiosidad. La psicología estratégica (encargada de aportar soluciones rápidas a los problemas) estudia este campo; y ciertamente ha alcanzado un consenso en cuanto a establecer una media de las decisiones “importantes” que una persona toma a lo largo de su vida. Algunos ejemplos serían elegir una carrera universitaria, casarse, tener hijos, cambiar de país por razones laborales, llegar a un punto en la vida donde haya que girar a la izquierda o a la derecha sin otra opción… y así, decisión tras decisión, vamos construyendo nuestro camino.
¿Cuántas decisiones importantes tomamos?
Tomamos una media de 12 decisiones que suponen un antes y un después en nuestra vida. Quizá alguna menos, quizá alguna más. No son tantas como generalmente imaginamos. Si únicamente son 12 las cuestiones importantes ¿no te resulta difícil tomarlas? Tantas dudas, factores inestables, el riesgo, los miedos, los sacrificios…
Ninguna decisión importante es fácil de tomar; todas tienen su dificultad y su grado de incertidumbre. Renunciar a tomarlas sería un grave error, por lo que debo destacar que lo más importante para poder evolucionar es tomarlas. Dicho de otra forma, quien no toma decisiones se somete al imperio de los miedos, las dudas y las inseguridades generando así un proceso de involución en la vida, de retroceso.
Parálisis por análisis. ¿Os suena? Conozco a unas cuantas personas que dan tantas vueltas a las cuestiones que, cuando terminan de analizar los pros y los contras, vuelven al punto de partida. ¿Por qué? Piensan haber olvidado algo que analizar y, de hecho, cada vez que lo vuelven a analizar, generan nuevas dudas y así progresivamente. Esta situación se llama incapacidad de toma de decisiones.
Aunque en este artículo pretendemos centrarnos en el mero hecho de la toma de decisiones. Además, vamos a desvelar alguna que otra herramienta útil para que cuando estemos ante una determinación nos encontramos en las mejores condiciones personales.
Herramientas útiles
¿Cómo? Vayamos directamente al grano.
- Salvador Dalí una vez dijo: “no tengas miedo a la perfección, nunca la alcanzarás”. Actúa sin miedo. Sea cual sea tu decisión, esta te pertenece y es personal, de nadie más. Cuando comiences a deliberar verás que se abrirá ante ti no solo un escenario, sino muchos. De esta manera, cada decisión tomada te ofrecerá alternativas, por tanto, no busques la perfección en tu resolución de decisiones; pues no existe. Tan solo empieza a caminar
- Las decisiones están sujetas a vínculos emocionales potentes, especialmente las importantes. Es sin duda un momento en el que nos abordarán muchas sensaciones, ya que el hecho de determinar una opción suele estar vinculado a pérdidas emocionales o a nuevas emociones. Sé consciente de tus emociones, valóralas y considéralas. Un buen ejercicio es escribirlas siempre en una escala del 1 al 10 ordenadas por importancia. Al verlas escritas la percepción de las mismas cambia y nos ayuda.
3. ¿Qué clase de persona soy? Somos la media de las cinco personas de nuestro entorno más cercano e íntimo. ¿Curioso, verdad? Si esto es así, antes de tomar una decisión, pide opinión a las personas que más te importan, que más cerca estén de ti. Estas te ayudarán con sus distintas visiones y percepciones, aunque no sean las tuyas. De eso se trata: de tener un contrapunto, una valoración diferente para que puedas establecer un criterio más concreto.
4. Ahora vamos consultar al campo de la ciencia que estudia el sistema nervioso y todos sus aspectos: la neurociencia. Uno de los neurotransmisores más relevantes es la serotonina, muy relacionada con las emociones y con los estados de ánimo (entre otras funciones). Mantener los niveles de ésta es fundamental para gozar de un buen estado emocional; por tanto, los estados de depresión, de desconfianza y la visión pesimista vienen determinados por tenerlos bajos.
Así que, jamás tomes decisiones con los niveles de serotonina bajos. Los estudios demuestran que nuestros niveles de serotonina más inferiores coinciden con la franja horaria comprendida entre las 14:55 y las 15:15 horas. Como recomendación personal, añadiría ampliar dicho periodo unos 30 minutos a ambos lados del reloj.
5. Confianza en uno mismo. Es algo sencillo, aunque te parezca en muchas ocasiones una montaña. Cuanto más grandes nos hagamos nosotros, más pequeño será el problema. Tengamos confianza en nosotros mismos, debemos quitarle hierro a los asuntos. El secreto del éxito está en levantarnos y seguir avanzando.
6. Las neuronas tienen mucho que ver a la hora de tomar decisiones y me refiero a que nuestras neuronas también tienen su momento, su estado óptimo, su punto dulce. Cuando estudié en Boston Psiconeuroinmunología con el Dr. Arden, una eminencia en el campo y sus aplicaciones en terapias, me encontré con una nomenclatura bajo las siglas BDNF, Brain-derived neurotrophic factor. Se refiere a la expresión del gen. Para simplificar, debemos explicar una definición que nos interesa: la a de las neurotrofinas, que son las encargadas de incrementar los niveles de cognición superior, es decir, el punto de partida del que parte la ampliación del campo neuronal para tomar decisiones. Las neuronas necesitan mucha gasolina, y es preciso activar nuestra plasticidad cerebral. Necesitamos más recursos, claridad y fluidez; todo ello se consigue ejercitándolas.
¿Qué está en nuestra mano?
Cuando procedas a tomar una decisión, que se trata de un estímulo neuronal, la ciencia establece que antes de hacerlo, incrementemos nuestros niveles de producción de neurotrofinas. Esto se consigue efectuando ejercicio, durante unos 30 minutos; más moderado o más alto teniendo en cuenta factores como condición física de la persona y la edad, entre otros. A lo largo de la hora posterior tendríamos a nuestra disposición altos índices de cognición superior.
Así que, como conclusión: antes de tomar una decisión sal, haz ejercicio, corre, anda, haz flexiones, sentadillas, respira, suda y date una buena ducha. Y verás las cosas desde un estado superior de conciencia.
Todos sabemos que no es una buena idea tomar decisiones hambrientos, sedientos, enfadados, cansados, faltos de sueño o ansiosos. Cuando tenemos la tensión baja con cierto nivel de ansiedad, se nos cierra el córtex prefrontal, parte del cerebro encargada de coordinar la cognición y la emoción, y toma más protagonismo la amígdala. Nuestro centro de emergencias piensa poco y actúa bajo los parámetros de urgencia para la toma de decisiones. Esto no es lo más apropiado, así que ten en cuenta que la deliberación de una respuesta debería ser razonada desde un estado de calma y tranquilidad.
Podríamos seguir hablando sobre muchas más herramientas, que las hay, como estar bien hidratados, cuánta agua beber… pero desgraciadamente este artículo llega a su fin.
Me gustaría despedirme de ti con una reflexión: las decisiones que tomamos determinan, de alguna manera, quienes somos. Así que, el éxito y la felicidad son efectos secundarios de nuestras buenas decisiones.
¡Felices Decisiones!