‘¿Cuál es Kiki y cuál es Bouba?’, por Carlos Pérez-Carracedo

Carlos Pérez-Carracedo
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¿Cuál es Kiki y cuál es Bouba?

Kiki y Bouba

En el artículo de hoy vamos a hablar sobre el cerebro de los niños. Esto quizá despierte más interés entre los papás y mamás, pero no os equivoquéis, todos hemos sido niños y este artículo va a aclarar muchos aspectos desconocidos y tumbar algún que otro mito que a lo largo de los años hemos dado, por cierto.

El cerebro de un niño/a pequeño es muy espontáneo. Lo que ve, lo que toca, lo que percibe, lo que oye… Todos estos estímulos y la respuesta espontánea a los mismos, lo que podríamos llamar ya en un futuro no muy lejano de su crecimiento ‘conducta’, a todo ello hay que añadir todos sus estímulos emocionales de su entorno afectivo que de alguna forma también le da sentido a todos los demás estímulos.

Digamos que todo esto ocurre de los 0 a los 3 años. Tengamos en cuenta que su cerebro crece en peso y volumen casi de una forma explosiva, donde pasa de unos 500 gramos a 1 kilo de peso que alcanza a los 3 años. A lo largo de ese proceso de crecimiento exponencial, y específicamente la corteza cerebral aumenta como no puede ser de otra forma la cantidad de neuronas, su organización y lo que en neurociencia llamamos la migración de las mismas a otras zonas específicas del cerebro, donde cada una ocupa su lugar para el posterior crecimiento.

Niño pequeño
Foto: Pexels

A esa edad, el niño/a no tiene capacidad de aprendizaje como tal, se nutre fundamentalmente de su emoción inconsciente, el placer, la evitación del dolor, el afecto, el juego, etc. Ese es su aprendizaje a esa temprana edad. Tampoco podríamos decir que aún ha desarrollado su memoria consciente, eso ocurre a partir de los 4 a 5 años donde se forman las sinapsis que dan lugar a construir relatos con sentido. A partir de los 7 ya tenemos un almacén de memoria construido.

Quizá resulte interesante saber que los niños/as primero desarrollan el sentido de la propiedad que el de la identidad. Primero expresan los pronombres de ‘mi y mío’ que el ‘yo o el nombre propio’.

Niña jugando
Foto: Pexels

También lo que puede resultar muy interesante saber de un niño/a a temprana edad son sus focos de atención. Seguro que los que son papás y mamás saben de lo que hablo. Un niño/a empieza a llorar por cualquier cuestión, un deseo frustrado no conseguido, y nosotros sencillamente le ordenamos parar de llorar. Pero el niño/a sigue llorando como no puede ser de otro modo, pero ¿qué ocurre si le llevamos la atención a otra cosa que despierte su interés? Obramos magia, ¡el niño/a deja de llorar! No podemos pedirle a un niño/a de temprana edad cosas imposibles que no logra ni entender ni asociar a nada que no sea un estímulo, una inercia, un deseo, ya que en cuanto deja de llorar y cambia su foco de atención, el tema queda resuelto de forma instantánea. Esto se debe a que fundamentalmente el cerebro desarrolla antes sus funciones ejecutivas de orientarse hacia un nuevo foco de atención que desengancharse del mismo, lo cual creo que nos persigue toda la vida.

Juguetes bebé
Foto: Pexels

Yo que tengo el privilegio de vivir en la Costa Blanca, comparto espacio lingüístico amplio, vivo rodeado de mucha gente que habla una lengua que no es la mía, extranjera.

Esto me lleva a la siguiente apreciación. Los niños/as están mucho más predispuestos a aceptar algo de un extraño si habla su mismo idioma y normalmente son muy reluctantes en aceptar cualquier cosa si hablamos en un idioma que no es el que el mismo que puede identificar como el suyo y el de su entorno. Identificamos el idioma como un vínculo de seguridad.

A los cinco meses de vida un bebé es capaz de tener ya una clara percepción visual y es capaz de ya reconocer las caras y objetos de su entorno, pero con una salvedad con respecto al cerebro adulto, ¡tardan más! Un adulto hace un proceso de identificar visualmente una cara o un objeto en 300 milisegundos, un bebé requiere para la misma tarea casi un segundo.

Comparto con vosotros una curiosidad que también nos acompaña el resto de nuestras vidas y que empieza a ya muy temprana edad. Tenemos de forma precoz algunos mapas cerebrales que determinan ya con mucha claridad algunas funciones que nos son innatas, como por ejemplo identificar dos círculos contiguos. ¡OJOS QUE NOS MIRAN! Todos los niños/as perciben casi de forma instantánea, en menos de un segundo, si alguien los está mirando con atención. Fijaos que esto también se produce en edad adulta, no será la primera vez que estamos en un entorno social lleno de gente, donde se produce esa sensación tan extraña y curiosa pero a su vez natural donde giramos la cabeza porque alguien nos está mirando, y fíjate por dónde que así es: cuando giramos la cabeza e identificamos esos dos círculos contiguos llamados ojos, o a nivel de percepción ‘mirada’, resulta que es cierto que al otro lado de la barra, del restaurante, o de la parada del tren, alguien ha puesto su foco atencional en nosotros, ha fijado su mirada en nosotros y nosotros la hemos identificado.

Madre y bebé
Foto: Pexels

El cerebro tiene la función de estar constantemente explorando de forma ‘inconsciente’ la posibilidad de que alguien nos esté mirando, ¡como si estuviera en alerta constante!

Bueno, para terminar, volvemos al principio, ¿ya sabéis qué figura corresponde a Kiki y a Bouba?

Kiki y Bouba

¡Casi todos opinan que la estrella es Kiki y que la otra figura es Bouba! ¿Por qué? ¡Por el lenguaje!

Cuando utilizamos vocales como la o/u/a los labios forman un círculo igual que la figura que corresponde a Bouba. Sin embargo, la figura que corresponde a Kiki es una estrella con puntas, para pronunciar la k no. Esa es la explicación de Kiki y Bouba.

Espero que este artículo sirva para entender mejor a nuestros niños/as y su comportamiento y poder actuar, corresponder de una forma más comprensiva y entender mejor su evolución cognitiva.

Bebé
Foto: Pexels

Mi agradecimiento a los neurocientíficos Dr. Mariano Stigman y al Dr. Mora por los libros maravillosos en los que me he inspirado para este artículo.

Carlos Pérez-Carracedo
Foto: Carlos Pérez-Carracedo