La coherencia, por Carlos Pérez Carracedo
Podríamos definirla como la relación lógica o unión de unas cosas con las otras, la cohesión de estas. Para este artículo quizá lo que más nos interesa de la coherencia es la que debiera existir entre el ¡SER y el HACER!
Estaremos todos de acuerdo que entre lo que somos y lo que hacemos tendríamos que alcanzar un equilibrio coherente. Que la unión entre lo que pensamos, lo que sentimos, lo que en definitiva somos tenga una relación lógica y cohesionada con lo que hacemos sería el estado perfecto para alcanzar un bienestar mental y físico. Pero no siempre es así y en algunos casos aparecen desequilibrios en este sentido que hacen que las cosas se vuelvan complicadas, sobre todo emocionalmente, cuando se rompe la coherencia, cuando dejamos de hacer lo que en realidad pensamos.
Los tiempos que corren invitan con urgencia a HACER más que a SER y quizá ahí esté la clave de algunos de los problemas más conocidos y sufridos por todos nosotros. Cuando entramos en una contradicción interna que externalizamos mediante un comportamiento o una toma de decisión.
Cuántas veces nos hemos cuestionado una decisión tomada que iba en contra de nuestros sentimientos, de nuestro pensar. Aún así, y no se sabe muy bien el por qué, decidimos hacer algo en contra de nuestros sentimientos, en contra de lo que nosotros sabíamos que hubiera tenido que ser lo coherente. Muchas veces nos dejamos llevar por influencias externas, por comentarios y criterios hechos y dados por personas demasiado alejadas de la realidad de la toma de decisión, del foco, del núcleo. Sucumbimos a la tentación de complacer a los demás y nuestros condicionantes para finalmente tomar una decisión poco coherente con nosotros mismos y más en coherencia con nuestro contexto, ¡un secuestro emocional! Cierto es, que somos también lo que son nuestras circunstancias, pero también somos lo que brilla dentro de nosotros, nuestro propio mundo interior.
De alguna forma, la falta de coherencia se puede producir por una docilidad adquirida, por una mansedumbre. Se podría decir que, por una infantilización, por la pérdida de nuestros rasgos individuales a favor de las circunstancias, de las personas, del ambiente, etc …
La excesiva exposición a los medios sociales y su utilización sin control, la televisión, la sobreexposición a noticias fake, los sensacionalismos, las relaciones sociales vacías que lo único que hacen es llenar espacios sin aportar nada. Las relaciones tóxicas que no suman, solo restan, y muchas otras cosas pueden ser hechos que nos resten capacidad para ser coherentes con nosotros mismos ya que el foco lo ponemos en los demás, en el HACER y no en el SER.
Os pido que no interpretéis esto como un absoluto, no lo es. El ser humano no tiene una coherencia absoluta, pero sí es un toque de atención a que seamos auténticos, que seamos lo que somos, no lo que hemos aprendido a ser, que para ser coherentes muchas veces no podemos ser tan domesticados.
La coherencia requiere enfoque, no estar distraídos, no dejarse influir, ser valientes para contrarrestar el sentimiento del qué dirán o qué pensarán.
El gran filosofo Séneca, dijo: «Sea esta la regla de nuestra vida, decir lo que sentimos, sentir lo que decimos y que la palabra vaya de acuerdo con los hechos».
Gandhi: «La felicidad se alcanza cuando lo que uno piensa, lo que uno dice, lo que uno hace están en plena armonía».
Henry Ford, cuando empezó a producir en serie su primer vehículo en EEUU, preguntó a los ingenieros cuál era la pieza que menos resistía, la que menos durabilidad tendría. Le mostraron la pieza en cuestión. Henry Ford entendía poco de mecánica y sí de otras muchas cosas.
«¿Cuánto dura esta pieza?», preguntó.
«Cuatro años», le contestaron, a lo cual él respondió: «¡Quiero que el resto de las piezas duren lo mismo!».
Un tío coherente. Allá por el 1908, cuando salió el modelo a la venta de forma masiva. Es posible que Ford fuera el primero en crear la obsolescencia programada sin ni siquiera saberlo. La coherencia evidentemente evoluciona con los años al igual que evolucionamos nosotros, la sociedad, adaptando la coherencia a nuestra forma de vida actual con toda su complejidad, ahora más que nunca, en tiempo de Covid, que nos deja nuestro entorno laboral, personal, familiar, afectivo, amoroso, social y por qué no decirlo, político.
Ya adentrándonos en el mundo de la ciencia, como siempre en estos artículos, podemos hablar de la coherencia cardiaca y/o emocional, la conexión corazón – cerebro.
Digamos que lo que late en el corazón, late en el cerebro a través de los canales de comunicación en forma de riego sanguíneo. Este transporta las hormonas, la bioquímica de los neurotransmisores, por las ondas electromagnéticas que siguen un patrón con orden y repetición. Así observamos un corazón en coherencia. Con cada latido, con cada impulso, el corazón regula nuestras vidas, dirige el funcionamiento de todo el sistema, la inmunidad y las hormonas siempre en coherencia con el cerebro, el centro operativo mayor.
Todos sabemos que la práctica de la meditación o del mindfulness a través de la respiración es un gran modulador del cerebro y del corazón, también lo es la práctica de ejercicio o deporte moderado que entre los dos equilibran el sistema nervioso central y le dan coherencia al resto de órganos que deben estar perfectamente coordinados.
Cuando somos coherentes con nosotros mismos, es decir cuando hacemos lo que pensamos, sentimos lo que hacemos y nos emociona lo que somos, mejoramos nuestra salud mental y física.
La ciencia ha podido demostrar más de 1.300 reacciones bioquímicas protectoras que se activan desde el estado de coherencia emocional, lo que viene a decir que las emociones positivas, como por ejemplo la compasión, la empatía, cuando prestamos ayuda desinteresada, la gratitud, etc… ayudan a activar nuestro sistema inmunológico mejorando sustancialmente nuestra salud y bienestar.
Digamos que la coherencia es la armonía que existe entre lo que decimos y lo que hacemos en base a lo aprendido con la experiencia de la vida y la demanda del momento en el que vivimos!
El Dr. en Psicología humanista Carl Rogers definió la coherencia como una alianza entre la experiencia y la conciencia. Para ser coherente hay que llevar una vida plena, con una visión positiva de uno mismo de su existencia y su percepción, una buena dosis de autoestima.
Para concluir, la coherencia está directamente vinculada a nuestra salud mental y física, con la armonía de nuestro mundo interior, con nuestros latidos del corazón, con ser valientes, con tener una vida rica en experiencias y tener una conciencia desarrollada, con la evolución y la inteligencia emocional, con la creatividad y la libertad de ser uno mismo, sin ser etiquetados ni domesticados, de ser empáticos y auténticos.
La Coherencia es ser uno mismo.