Madrid, escenario del Festival Internacional de la Luz, por Raquel Oliva
Mientras el mundo se preparaba para celebrar una de las festividades más terroríficas y divertidas del año, donde fantasmas, brujas y calabazas campan libremente por las calles de distintos puntos del planeta, Madrid brillaba más que nunca a pesar del fuerte aguacero que recibió la ciudad durante el fin de semana por el Festival Internacional de la Luz.
Y es que, tras ser reconocida como Patrimonio Mundial por la UNESCO por su Paisaje de la Luz el pasado mes de julio, el Ayuntamiento anunció que celebraría este nombramiento con un festival de altura, LuzMadrid. Un evento que se une al de otras ciudades de la talla de Lyon, Frankfurt, Bruselas o Lisboa. Una tradición cultural que data de mediados de los 90 y donde la luz y la noche se convierten en protagonistas indiscutibles celebrando el arte y la creatividad de varios autores.
Para este primer festival de la luz de la capital, el Ayuntamiento eligió una fecha de lo más especial, el puente de Todos los Santos. Unos días festivos que venían marcados por las incesantes lluvias, convirtiendo el paraguas y las botas de agua en los mejores aliados de madrileños y turistas que allí se acercaron para combatir las inclemencias del tiempo. Un temporal que, pese a lo que se podía temer, no restó protagonismo al esperado festival gracias, sin duda, a lo espectacular de su montaje.
22 obras lumínicas de artistas nacionales e internacionales inundan la ciudad
Con el tráfico interrumpido en la capital desde última hora de la tarde y 22 obras distribuidas por diferentes puntos claves de la ciudad, los viandantes celebramos esta tan esperada noche que, además de agolpar a miles de personas, se llenó de luz dejando a su paso verdaderas obras de arte que quedarán para siempre en nuestra retina y en los carretes digitales de nuestros teléfonos móviles y, por supuesto, en las redes sociales.
Con un itinerario predeterminado, y siguiendo el singular mapa creado por el departamento de Cultura del Ayuntamiento, algunos de los espacios y edificios más emblemáticos de Madrid acogieron innovadoras obras de arte de reconocidos creadores españoles y artistas de Francia, Canadá, Finlandia y Australia. Una experiencia gratuita y para todos los públicos que no solo inundó las calles de luz, si no que recorriendo las calles de la ciudad nos permitió relacionarnos con el entorno urbano de una manera totalmente única y diferente.
Y es que, a través de imágenes, vídeos en movimiento o inteligencia artificial, esta veintena de obras nos hicieron ‘viajar’ desde la Puerta de Alcalá, con una propuesta de Antoni Arola, ganador del concurso de la Asociación Profesional de Diseñadores de Iluminación (APDI) que a través de Reflexions daba vida a formas creadas a través de la iluminación con movimientos mecánicos que creaban proyecciones vivas, sin duda una de las más destacadas. De ahí pasamos por la fachada del Palacio de Cibeles, organizador del festival, que bajo la creación de Juanjo Llorens y el nombre de ‘Camino a la vida’ se vistió de azul en un homenaje a los sanitarios y llegamos a la Puerta del Sol, entre otros puntos, donde conejos gigantes, creación de Amanda Parer, bajo el nombre de Intrude Family ocuparon la plaza como una crítica al medio ambiente, hasta llegar a Madrid Río.
Sin embargo, y a pesar de las grandes obras repartidas estos tres días por el Paseo del Prado, la calle de Alcalá o Madrid Río que no dejaron indiferente a nadie, otras de las más destacadas, ya sea por su trasfondo social o por su emotivo mensaje, las encontramos en la Plaza Mayor, con ‘La vida continúa en hojas blancas’, obra del colectivo anónimo Luzinterruptus, que a través de un muro cubierto por miles de hojas de papel homenajeó a cuidadores y personas mayores ante la desoladora situación vivida en el último año como un manto de esperanza hacía el futuro; y ‘Embrace!’, de Charles Sandison, una espectacular propuesta que ocupó la fachada del Palacio Real para dar vida al público allí presente mediante la creación de una instalación inmersiva, panorámica que cambiaba de acuerdo al movimiento del público.
Pero este festival de la luz no estaba únicamente pensado para Madrid centro, ya que tres magníficas obras se distribuyeron por el Matadero de Madrid, con las alfombras mágicas de Miguel Chevalier, el Castillo de la Alameda en el distrito de Barajas, donde encontramos 1,5º – los grados que nos separan del desastre climático – de Eyesberg; y, en el mismo distrito, pero en la Plaza de Mercurio, Rythmus de Studio Chevalvert.
Un evento deslumbrante en todos los sentidos que conquistó la mirada de niños y mayores y que devolvió por unos días la ilusión y la esperanza que tanto seguimos necesitando para seguir adelante, a pocas semanas de la iluminación del alumbrado navideño. Un alumbrado lumínico que al igual que este, reunirá a miles de personas y las calles de Madrid volverán a cobrar vida.