El pleno extraordinario del Congreso de los Diputados de este miércoles no tuvo a ningún político como protagonista. Los españoles, a veces adormecidos ante tanto discurso político en momentos tan complicados como los actuales, en el que un virus letal y desconocido nos está haciendo ser más humanos y solidarios, reparamos en el rostro amable –de esos que no se dan importancia– de una persona que nos era desconocida hasta ahora. De esas personas que, de manera silenciosa y anónima, allana el camino de sus colegas de Hemiciclo en el día a día, que se desliza sin hacer ruido por las enmoquetadas salas de la Cámara Baja, que cuida que el coronavirus no llegue hasta sus señorías.

 

Ella es Valentina Cepeda

La limpiadora del Congreso que, entre discurso y discurso del pleno de sus señorías, subía al atril para desinfectarlo, tal y como instan las normas de las autoridades sanitarias para evitar la propagación de la pandemia del coronavirus.

Ella es Valentina

Pero podría ser Mercedes, Ana, Felisa o Patricia, por decir algunos nombres desconocidos, porque, es cierto, ella fue la que subió al atril, pero no se representaba sólo a sí misma. Valentina, no sólo es esa mujer que vestida de azul marino y bien enguantada limpiaba concienzudamente los micrófonos y la superficie de la tribuna, ella es también un símbolo siempre recordado.

Una heroína sin cargo que, sin querer, cumpliendo sólo con su cuidadoso trabajo, representó a un sinfín de heroínas anónimas sin cargo en la lucha contra el coronavirus dentro y fuera del Congreso.

Ella es Valentina

Una trabajadora que no podía luchar contra el coronavirus desde casa, que ha llegado hasta el centro de Madrid cada día, a pesar del estado de alarma, para que la actividad parlamentaria siguiera como si nada pasara, aunque esté pasando todo.

Valentina, aunque ha acaparado todos los focos de manera reciente, hace apenas 24 horas, lleva trabajando en el Congreso casi tres décadas. “Aquí llevo trabajando 29 años y con Clece, que es la compañía filial de ACS que gestiona la limpieza de la Cámara Baja, un total de 16 años”, explica.

Ella es Valentina

Si alguien se merecía un aplauso en un Hemiciclo funcionando a medio gas, si había una persona en todo el espacio de los dos leones de la Carrera de San Jerónimo que merecía un reconocimiento público era Valentina porque, sin duda, ella encarna el esfuerzo diario de muchas personas que forman equipos fantásticos y luchadores.

“Lo que más me gusta de mi trabajo”, explica, “es el trato con la gente y todo lo que conlleva eso”. Reconoce también con una sonrisa que “ayer cuando me aplaudieron todos los diputados me encantó porque, además, asumí que no era sólo un aplauso para mí, sino para todas mis compañeras que no estaban en ese momento, evidentemente, y la verdad estoy muy agradecida”.

Gracias, Valentina. Gracias a todas las Valentinas que cada día salen cierran la puerta de su casa a sus espaldas para facilitarnos la vida a todos. Estamos en buenas manos, en las mejores manos.