Durante la pandemia, las escuelas infantiles gestionadas por Clece a nivel nacional se han preparado a conciencia con diversos protocolos de actuación anti-COVID con el fin de convertir los espacios escolares en lugares seguros para los niños. Desde el principio, los profesionales de la empresa conformaron importantes protocolos de entradas y salidas al centro para evitar aglomeraciones, hicieron una división de alumnos a través de grupos burbuja –para que no se mezclaran unos con otros y así minimizar el riesgo de contagio–, así como tomar la temperatura cada mañana, reportar posibles síntomas a un enfermero asignado o usar sólo juguetes que pudieran desinfectarse fácilmente, entre otros.
Por todo este esfuerzo y profesionalidad, AENOR acaba de conceder a todas las escuelas infantiles de Clece una certificación que confirma que cumplen con todas las medidas anti-COVID requeridas para garantizar la salud y seguridad de trabajadores y usuarios, en este caso, los niños que cada día acuden a las escuelas. Laura Collado, delegada de Servicios Educativos de Clece en Cataluña y una de las personas que ha trabajado en el proyecto de elaboración de protocolos para escuelas de todo el territorio nacional, señala que esta “certificación es una buenísima noticia para nosotros porque empezamos en abril y mayo a trabajar nuestros protocolos, incluso antes de que hubiera cualquier tipo de guía escolar por parte de las autoridades para hacer frente al COVID-19. Ha sido una adaptación complicada, pero estamos muy contentos”.
Collado explica también que “desde el principio sabíamos que en algún momento todo iba a activarse de nuevo, queríamos estar preparados, así que nos reunimos un equipo multidisciplinar para poner ideas en común y ver qué cosas debíamos cambiar para que las escuelas fueran lugares seguros. Trabajamos juntos todos, desde la central de Clece, las direcciones de los centros, los jefes de producción –que son los que gestionan el día a día de las escuelas–, prevención de riesgos laborales hasta los responsables de nutrición para garantizar todas las medidas de prevención”. Collado reconoce, no obstante que, “ha sido una etapa de incertidumbres pero los resultados han sido magníficos”.
Por su parte, Inmaculada Ausín, directora de la escuela infantil ‘El Globo’ de Valladolid y jefa de Servicio en Aranda de Duero, donde Clece tiene la gestión de la Escuela Municipal Aranda de Duero y la Escuela Infantil Municipal Allende Duero, explica que, efectivamente, “conformar todos los protocolos ha llevado mucho trabajo, ha sido un reto el enfrentarse a un regreso a las aulas con el miedo que tenían las familias”. Apunta también que la central de Clece ha sido “un gran apoyo porque desde el principio nos han dado unas pautas muy claras de prevención que debíamos tener en cuenta: cómo crear grupos, la ventilación, la limpieza, la elección de materiales, etc.”.
Al igual que Collado, desde Aranda de Duero, Ausín quiere reconocer el trabajo y el apoyo de todos sus compañeros para tener todo bajo control. “No es el trabajo de una persona, sino de un equipo multidisciplinar. Desde el primer día nos sentamos, leímos todos los protocolos para ver cómo organizábamos todo, cómo garantizar también nuestra seguridad con pantallas, guantes, geles, etc., para cuidar de los niños”.
Ambas profesionales de Clece explican, además, que han tenido que prestar mucha atención a los detalles como, por ejemplo, la intensificación en la limpieza de los suelos de las clases o eliminar la decoración propia de las aulas “porque todo lo que hacen los niños en el día a día se convierte en parte del mobiliario y ahora todo está más vacío, claro”. “Los niños tocan todo, lo necesitan, así que debemos intentar conjugar las dos realidades. Debe estar todo muy limpio y desinfectado para que los niños sigan desarrollándose como saben, a través del tacto, de las manos”, comenta Ausín.
“La parte que ha costado más ha sido la adaptación de los niños, el periodo de familiarización ha sido un poco más complicado en este aspecto, pero los ‘peques’ se adaptan fenomenal a todo. Es sorprendente ver a los niños como llegan, se quitan los zapatos y se van directamente a lavar las manos, sin que se lo digas”, añade Ausín desde Aranda del Duero. Y concluye: “Ha sido un trabajo que hemos hecho entre todas y estamos contentas, una vez que te acostumbras, todo es más sencillo cuando se transforma en un hábito. Al principio lo veíamos todo más complicado, pero nos ha gustado saber que éramos capaces de poder hacerlo. Todos nos hemos implicado al máximo”.