A principios del mes de noviembre, el Índice de Confianza del Consumidor (ICC) se desplomaba en octubre a niveles de hace cinco años hasta los 73,3 puntos, 7,4 puntos menos que en septiembre. Concretamente, según datos del análisis, el nivel de confianza se traslada a febrero de 2014, un año en el que la percepción del consumidor era negativa por el empeoramiento de las expectativas económicas.
De este modo, y con las cifras en la mano, la confianza acumula ya una caída cercana al 30% en los últimos cuatro meses tras la revelación de los últimos indicadores de empleo, así como la evolución de la economía española. Según las previsiones de Asempleo, por ejemplo, el numero de ocupados a finales de año se quedará por debajo de los 20 millones y la tasa de paro se situará en el 14,2%, una cifra que implica la creación de algo más de 300.000 empleos en el conjunto del año.
Con respecto a la economía, los organismos internacionales auguran un enfriamiento del crecimiento económico. La Comisión Europea (CE) ha rebajado cuatro décimas su estimación del PIB español para este 2019 y 2020 hasta el 1,9% y el 1,5%, respectivamente. La confianza, a tenor de estas cifras, se está resquebrajando y esto es algo que ninguna sociedad se puede permitir.
La confianza es, sin duda, un ingrediente primordial en las relaciones tanto humanas como comerciales, ya que ambas están íntimamente entrelazadas a la hora de generar equipos sociales líderes. La confianza, esa creencia férrea en los demás, bien por sus circunstancias intrínsecas o extrínsecas, es muy complicada de ganar, pero muy sencilla de perder.
La confianza no es opcional
Que los clientes –o los votantes, por ejemplo, si lo miramos desde el punto de vista electoral– confíen en la capacidad o la veracidad de las empresas –o de sus líderes– a las que acuden es una carrera de fondo que, sin embargo, puede verse embarrada por una gestión irresponsable enfocada únicamente en la obtención de beneficio económico y rentabilidad.
Con respecto a este asunto, la presidenta de Banco Santander, Ana Botín, lo tiene claro y así lo ha transmitido a los principales representantes financieros y políticos nacionales, como Nadia Calviño, ministra de Economía en funciones, e internacionales, como Javier Solana, ex líder de la OTAN, en la XII Conferencia Internacional de Banca 2019 celebrada en la ciudad financiera de Boadilla del Monte, en Madrid.
La confianza, en definitiva, no es sólo un hilo invisible entre el cliente y las empresas, en este caso el sector financiero, sino, además, un elemento clave en la estrategia de las grandes organizaciones que, afortunadamente, poseen la capacidad financiera y organizativa de contribuir al progreso de la sociedad. “Necesitamos una respuesta amplia y generosa al problema de la confianza. Y creo, firmemente, en que las empresas pueden aportarla”, decía la presidenta de Banco Santander.
Más allá de la rentabilidad
Por ello, en esta línea, Botín afirmaba de manera rotunda que “el papel de la empresa debe ir más allá de la rentabilidad”. De ahí que los programas de carácter social y apoyo a los emprendedores o los universitarios de Banco Santander posean ese gran peso en la sociedad porque, de alguna manera, sus iniciativas –más allá del beneficio o el dividendo– ayudan a cumplir los sueños y los anhelos de personas que, por razones de económicas, no pueden acceder a la financiación o la formación acorde con sus capacidades.
Proyectos que, por otro lado, y añadiéndolo a lo anteriormente expuesto, transforman de manera progresiva y profunda, no sólo a las personas que conforman el tejido social, sino también el seno de las organizaciones porque las iniciativas de responsabilidad social elevan el orgullo de pertenencia. Un aspecto de éxito a la hora de construir equipos transparentes y competitivos. “He tratado de enfocar el banco hacia tres valores: sencillo, personal y justo”, decía en el mismo discurso la presidenta, que sólo lleva cinco años al frente de Banco Santander.
Un aspecto que, por cierto, no es baladí. Según el Índice de Agilidad Competitiva de Accenture Strategy, que mide el impacto de la confianza en el balance económico de una compañía tras el análisis de 7.000 empresas, el 54% había perdido la confianza en algún momento de los dos últimos años y, por ende, como consecuencia habían sufrido una caída de los ingresos del 5,8%.
“Hemos demostrado que se puede hacer banca de otra manera y tener éxito al mismo tiempo”, aunque, reconocía la directiva de la entidad financiera que los últimos cinco años “han sido difíciles para los bancos europeos, pero nosotros hemos logrado un crecimiento medio de nuestros ingresos de clientes del 6% cada año”.
Pero, además, tras los números o la rentabilidad al servicio del accionista, para Santander está el compromiso con la sociedad. En América Latina, en 2018, millones de personas se adhirieron al sistema financiero al poder acceder a créditos. Además, el banco se ha puesto el objetivo de capacitar financieramente a 10 millones de personas antes de 2025.
Ya en 2018, según datos de la cotizada, alrededor de 360.000 personas de todo el mundo recibieron educación financiera. Respecto al apoyo al acceso a la formación, Botín cifró en 1.700 millones de euros la inversión en educación, lo que “nos convierte en la empresa que más contribuye a fomentar la educación superior en todo el mundo”.
Con respecto a una de los grandes desafíos de la sociedad actual, el cambio climático, “que tuve la oportunidad de ver con mis ojos en un viaje a Groenlandia, si no lo remediamos, acabará teniendo un impacto devastador en nuestro planeta”, decía la presidenta.
Otra forma de hacer banca
Ante este problema, Banco Santander aboga por pasar a la acción porque “es lo correcto” y porque, además, es “bueno para el negocio”. La entidad española es una de las mayores proveedoras de financiación verde del mundo. Entre 2015 y 2018 captó cerca de 50.000 millones de euros y, además, el pasado mes de octubre emitió un bono verde de 1.000 millones de euros. Sin embargo, “debemos acelerar”, decía Botín, porque su objetivo es “movilizar 120.000 millones de euros antes de 2025 y 220.000 millones de euros antes de 2030”.
Un líder, en este caso una líder, que se pronuncia sobre los problemas reales que afectan a la sociedad, tal y como hace Botín con respecto al cambio climático o el feminismo, un tema controvertido en estos últimos tiempos, muestra –y demuestra– que usará todas las herramientas de las que dispone para que el progreso de las personas sea real. La sinceridad, a menudo –incluso siempre–, atrae a la confianza.
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