Air Jordan, la historia de las zapatillas más rentables de la historia
Si nos planteamos la idea que tenemos sobre lo exclusivo, nuestra cabeza nos lleva a nombres como Bottega Veneta, Dior o Saint Laurent, además de las casas de lujo silencioso que conocemos poco o ni siquiera conocemos. Todo ello se puede conseguir, siempre, a través de estrategias correctas, como por ejemplo, que un solo producto lance la imagen de tu marca a otro nivel superior y ponga todas sus letras en boca de todos. Este es el caso que sucedió a varias marcas del mercado, las cuales se dedicaban a algo totalmente diferente, a veces en el mismo sector, como puede ser con Netflix, que en sus principios vendían los antiguos DVD, o Samsung, la cual vendía fideos y productos de comercio local coreano, hasta que ambos dos dieron en el clavo sobre su reinterpretación propia. Puede que llegando a este punto, no entendamos mucho lo que sucede sobre estas líneas, pero vamos a hablar de uno de los negocios más rentables de la historia, un producto que lanzó la imagen de una marca al Olimpo y que, solamente un nombre, consiguió encumbrar un producto que, a día de hoy, sigue siendo un auténtico icono, hablamos de las Air Jordan.
Para comenzar esta bonita historia, debemos de comenzar hablando de una de las marcas de referencia del mundo del lifestyle, Nike. La casa norte americana no nació con un gran capital o apoyada por un gran fondo de inversión, no nació de la nada, sino que fue un proyecto de dos amigos que surgió por un trabajo de la universidad. En 1962, el corredor universitario Phil Knight, que terminaba su MBA en Stanford, elaboró una tesis sobre la introducción de las empresas japonesas de calzado en EEUU. No era un momento de éxito evidente, la Segunda Guerra Mundial formaba parte de la historia reciente y la hostilidad hacia Japón continuaba. Por eso, cuando Knight voló a Japón para convencer a una empresa para importar sus zapatillas, debió de parecer una locura. Ese fue el origen de Nike o, más bien, de su precursor, Blue Ribbon Sports.
Knight importaba zapatillas de correr desde Onitsuka y no las vendía con ayuda de maravillosas campañas con famosos, sino que lo hacía desde el maletero de su coche, pagado con dinero que le había prestado su padre, ya desesperado. Pero si la autodenominada idea descabellada de Knight parecía una imprudencia para la mayoría, a Bill Bowerman no se lo parecía. El legendario entrenador había preparado a Knight en el equipo de atletismo de la Universidad de Oregón y este conocía muy bien su obsesión por las zapatillas de correr.
La creación de diseño por parte de estos dos amigos era un sin parar constante, hasta que llegó el momento de poder crear una primera campaña. Su mensaje era muy simple: si tienes un cuerpo, ya eres un atleta. Se vendieron millones de ejemplares. Poco después, en palabras de Knight, “correr ya no era solo cosa de bichos raros. Ya no era un culto. Era casi… ¿Guay?”. Ese “casi guay” pronto se convirtió en un “muy guay”, en gran parte gracias a un utensilio de cocina. Una mañana de 1971, durante el desayuno, Bowerman reflexionaba sobre el equilibrio perfecto entre el rebote y el agarre. Su mirada se posó sobre la rejilla de la gofrera de su cocina. Entonces, se la llevó al garaje y la rellenó con una mezcla de productos químicos y la acabó rompiendo. Pero Bowerman no se rendía fácilmente. Tras varios experimentos, consiguió su suela con el grabado de un gofre. La cosió a un par de zapatillas de correr y se las dio a uno de sus corredores, que corrió como un rayo. Lo más curioso, es que hace unos años, ese primero diseño se vendió en subasta por más de medio millón de dólares.
Con los años, la empresa se posicionó la primera en el mundo en cuando ha calzado de running se refiere, pero en cuanto al mercado del lifestyle, estaban los terceros, incluso cuartos en la lista, por detrás de gigantes como los babaros Adidas o la competencia de su mismo país, Converse. Phil Night se conformaba con la comodidad y, poco a poco, fueron esponsorizando a jóvenes promesas del baloncesto, incentivándoles con zapatillas en su juego, puesto que querían conseguir su inmersión en el deporte y conquistar ese campo. Introducimos un nuevo nombre, el hombre que decidió que todo tenía que cambiar y ese fue Sonny Vaccaro, un empleado de la marca que se encargaba de fichar a todas estas promesas.
Vaccaro era un inconformista y siempre quería dar un paso más, quería colocar la casa a otro nivel y la empujaba sobre una evolución, a un crecimiento. En 1985, el auge del baloncesto llegó a una escala que suponía un nivel casi inalcanzable y todos los jóvenes querían entrar a la NBA, querían formar parte de esa élite del deporte. Con ello, había un joven que destacaba, un talento que no se había visto antes y que su despunte atrajo todas las miradas sobre él, un desconocido novato, Michael Jordan.
Sonny Vaccaro lo vio claro y predijo que ese nombre iba a ser alguien especial, que iba a escribir historia, que iba a tener su propio libro capítulo el paso del tiempo. No fue nada fácil para él, puesto que tuvo que poner un esfuerzo desmesurado sobre el proyecto. Sobre su primer contacto con la familia del jugador, tuvo que hacer un largo viaje hasta la casa familiar de los Jordan, para presentarse y que le escucharan. Adidas y Converse estaban detrás del joven jugador, pero la carrera la tenía que ganar Nike.
Tras una larga negociación, la madre de Jordan negoció todos los puntos del acuerdo y, muchos no lo saben, pero cambió el curso de la historia de los negocios. Sin antecedente alguno sobre ello, Deloris Jordan, madre de Michael, consiguió una amplia cantidad de dinero por el contrato y, además, un porcentaje de las ventas anuales por las llamadas Air Jordan, las zapatillas que se crearon para la futura estrella, con su figurín emulando que volaba. Nunca antes se había conseguido esto.
Con fecha 1 de abril de 1985, se lanzan las codiciadas zapatillas con un precio de 64,99 dólares. Nike esperaba vender 100.000 pares en su primer año, en cambio, vendió 1,5 millones de pares en las seis primeras semanas, creando unas ganancias de 26 millones de dólares en su primer año de contrato con el jugador.
Aunque las siguientes Jordan fueron creadas por el mago del diseño de Nike, Tinker Hatfield, creador de las Air Max 1, las Air Huarache y las MAG, las Air Jordan 1 fueron diseñadas por un nombre menos conocido. Peter Moore formaba parte de un pequeño grupo de ejecutivos de Nike que empezaron a trabajar con Michael Jordan poco después de que este dejara la Universidad de Carolina del Norte y fichara por los Chicago Bulls. Moore diseñó la zapatilla con la aportación de Michael, que especificó algo llamativo y bajo, para que pudiera sentir la cancha bajo sus pies. Moore también incluyó una cámara de aire comprimido en la suela para amortiguar los impactos. El New York Times calificó las nuevas zapatillas de botas espaciales.
Podríamos decir que ha sido uno de los negocios más rentables de la historia, puesto que Jordan comenzó ganando 500.000 dólares en los inicios del contrato y, a día de hoy, las ganancias estimadas anuales que sigue creando el clásico jugador de los Chicago Bulls es de 256 millones de dólares. Un diseño que, a día de hoy, sigue siendo un icono y todo el mundo reclama unas. Sus ediciones limitadas se venden por varios cientos de euros e incluso, en ocasiones, por varios miles de euros, como puede ser el ejemplar que lanzaron en colaboración con la casa francesa Dior. Y es más, si tienes algún ejemplar que sea de los años 80 o 90 y, además, si están firmadas por Jordan, su precio puede llegar a alcanzar el millón de dólares en subasta.
Todo un hito creado sobre el talento, sobre la creencia sobre una persona, que nos demuestra que si se apuesta por el talento, se le apoya y se le deja volar como a Jordan, el cielo se convierte en el límite.