Entre las ramas de un olivo, la piedra de un pozo centenario y cuatro portones de madera, se esconde la más estricta tecnología de la bodega de Viña Arnáiz, propiedad de García Carrión. La tradición se fusiona con la innovación en pleno corazón de la Ribera de Duero y se convierte en un paisaje espejo del mundo vitivinícola: el vino es tradición, pero quiere conquistar a los jóvenes de todo el mundo.

El origen de la bodega Viña Arnáiz de García Carrión data del siglo XII y, entre estas cuatro paredes, como en el resto de sus bodegas, la familia busca innovar para llegar a todos los rincones y públicos. A día de hoy, es la primera bodega de Europa y la cuarta del mundo y quiere convertirse en la más innovadora. “El mundo del vino es mucha tradición: mañana es 2019, pasado mañana es 2020. En 2020 cumpliremos 130 vendimias, 130 años como bodega. Pero, que tengamos una gran tradición y que estemos en la quinta generación no está reñido con la misión de García Carrión: a nosotros nos gustaría ser, en todos los mercados, referente de vino español; proveedor global de vinos españoles -si quieren un Rioja, un cava, un vino de Jumilla-, con todos los respetos a la competencia, nuestro objetivo es estar en la mejor posición- y ser proveedor de New Product Development (NDP). Ser el que más innova, el más pionero en vinos”, explica Luciano García Carrión, director de Ventas y quinta generación de la familia.

Objetivo: jóvenes y mercado internacional

El objetivo del grupo es hacer un traje a medida para cada cliente de los 150 países en los que opera y reforzar su expansión internacional. Para ampliar su catálogo, viajan por Europa, Asia y América con maletas repletas de novedades, que vuelven llenas de ideas de otros mercados.

“Viajamos mucho a todos los países que exportamos. Siempre que viajamos, no vendemos sin muestras: llevamos mínimo tres o cuatro maletas con novedades y vinos para introducir en los mercados. Estas maletas nunca vuelven vacías, vuelven con todo tipo de innovación que hemos visto en esos mercados: no son sólo innovaciones en vinos, cualquier botella atractiva que vemos, cualquier envase, cualquier concepto nuevo, lo traemos y traemos dos muestras: una va al laboratorio y la otra, a la mesa de nuestro presidente con el ticket de compra. Analizamos con nuestros clientes si es interesante lanzar un producto parecido o nos ha dado una gran idea”, apunta Luciano.

La meta, además de ampliar su cartera de clientes, es plantar cara a la cerveza. ¿Cómo? Conquistando a los más jóvenes con gamas de vinos espumosos y tranquilos. “Queremos sacar todo tipo de vinos orgánicos, sin sulfitos y naturales. Uno de los lanzamientos que tenemos en dos meses va a ser una sangría orgánica y tenemos en mente todo tipo de espumosos bajos en alcohol o espumosos mezclados con frutas muy atractivas”.

Apuesta por lo artesano

Detrás de cada botella de vino, hay un largo proceso de elaboración. En la bodega de Viña Arnáiz, el mimo al producto comienza desde el minuto uno: la construcción de las instalaciones está hecha con una excepcional atención al detalle y enfocada especialmente al desarrollo del producto.

El primer paso es la adquisición de la materia prima. García Carrión, que tiene en su ADN la apuesta firme por la agricultura española y la elaboración de los productos naturales, cuenta con más de 250 viticultores de la zona que tiene como columna vertebral el río Duero: desde Valladolid, pasando por Burgos, Segovia y Soria hasta Ávila.

A día de hoy, Viña Arnáiz consta de 51 depósitos de diferentes tamaños con una capacidad total de 8.000.000 de litros, de los cuales destina a elaboración el 60-70% de ellos. “En el año 2006, duplicamos la producción. Además, ampliamos las instalaciones para dar cabida a todas las uvas”, cuenta Rafael Arévalo, director y enólogo de Viña Arnáiz.

El sistema tradicional persiste, pero se potencia con la última tecnología. Para la elaboración, se utilizan enormes tanques de acero inoxidable, puesto que “son productos más limpios e higiénicos. Cada tanque de la bodega corresponde a un viticultor, lo que nos permite elaborar de forma independiente diferentes tipologías de vinos. En una nave, elaboramos los crianza y grandes reserva. Y, la otra nave, acoge los vinos más jóvenes”, apunta Arévalo.

Desde la uva hasta la mesa

Una vez que reciben la uva, y después de haber pesado con exactitud la cantidad de uva que se dispone a entrar en la bodega, se miden el grado, PH, la temperatura y la acidez. En función de sus características y después del proceso de ‘estrujado’ (donde se separa la uva y del raspón) la uva recogida va a parar a la bodega de guarda o a la bodega de vinos jóvenes.

Allí, reposa en los depósitos de acero inoxidable, donde las variedades tintas maceran entre siete y diez días, si se trata de vinos jóvenes; y hasta dieciocho días, si se trata de vinos más maduros. Aquí comienza la fermentación alcohólica, donde se saca el color, la estructura y el aroma del vino. Es decir, se fermenta el conjunto de la uva.

No es la única fermentación que sufren los vinos. Hay una segunda, conocida como la fermentación maloláctica, que convierte el ácido málico el láctico. A efectos prácticos, se traduce en que el vino es más suave.

El vino da el salto a la madera y pasa unos meses madurándose en barricas de roble francés y americano. El joven no tiene por qué pasar por este proceso y, si lo hace, está un tiempo inferior a doce meses; el crianza, pasa doce meses en barrica y no puede comercializarse hasta el segundo año; el reserva, pasa 36 meses entre barrica y botella; el gran reserva, permanece 60 meses entre barrica y botella.

El último paso es el embotellado: se enjuaga la botella, se procede al llenado, taponado y envasado. Es entonces cuando el vino Viña Arnaiz llega a los lineales del supermercado o a las tiendas para después, acabar en nuestras copas. Copas que esconden mucho mimo y dedicación, desde la uva hasta la mesa.