Se cumple un mes de la visita del Papa a Polonia

Se cumple un mes de la JMJ en Cracovia, un momento único para miles de jóvenes

Miles de jóvenes se reunieron en Cracovia para ver al Papa Francisco (Marcos Rivera)
Miles de jóvenes se reunieron en Cracovia para ver al Papa Francisco (Marcos Rivera)

«Os tomaré de entre las naciones, os reuniré de todos los pueblos», resonaba por el sendero cetrino que nos conducía hacia el Campus Miserocordiae, nuestro hogar de excepción durante dos días y una noche. El calor no destrozaba ni las ganas ni la necesidad de un encuentro con el vicario de Cristo. Agua embotellada y en cantidad bruta -manguera- para refrescar los kilómetros musicales hasta la entrada. Los curiosos polacos se unieron a nuestra causa en forma de comida o ayudas fisiológicas varias para miles y miles de peregrinos.

Era el embrague en una salida de Fórmula 1; una tanda de penaltis agónica; el desenlace de Interstellar o los minutos finales de una primera cita. El summum de una aventura que había arrancado días atrás, con miles de gracias regaladas sin truco ni trato. La emoción se dispara en directo como un partido de Champions en cualquier anfiteatro de un estadio. Entrar al recinto, repleto de miles de personas, pellizcaba la piel que, automáticamente, se erizaba, provocando, quizá, una mezcla de emoción y vergüenza.

Las horas se deslizaron entre risas, cartas, cánticos, calor y visitas varias de esos familiares o amigos que hace tanto tiempo que no se encontraban. O quizá tan sólo fueran unos días. Daba igual. La ocasión merecía armarse las zapatillas para buscar a esas personas con las que se comparte lo más importante que se puede tener en común: el ansia de una vida de fe. Cuando el sol más funcionario empezó a guardar los rayos para dejar paso al segundo turno lunar, el Papa Francisco apareció entre aplausos.

Dio gracias a Dios por estar con nosotros; invitó a la oración a todo el Campus, que enmudeció para un momento exclusivo de intimidad con el Señor, un instante en el que todo parecía vacío alrededor. Arrancó su discurso recordando la crudeza de la guerra en Siria, de aquellas ciudades olvidadas, anónimas, que viven en conflicto constante. Realidades que sólo alcanzamos a comprender a través de un pantalla. Ya había encontrado el punto en el que girarían sus palabras: involucrarse, vivir, ponerse las zapatillas. 

Rememoró el pasaje de Pentecostés, del miedo que paralizaba a los discípulos. Esa amenaza que les perseguía provocando una parálisis que les encerraba en su propio temor. Hasta que llegó el Espíritu Santo, invitándoles a la mayor aventura jamás contada. Una realidad angustiosa que nos toca vivir a todos, ese momento en el que todo roza el derrumbe. Encierro, parálisis, incapacidad de soñar, de vivir, de no buscar los imposibles por el miedo que tanto nos acongoja. «Es de los peores males que se nos puede meter en la vida. La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros».

Llegó el momento en el que habló de la parálisis más cancerígena: la sofá-felicidad. Una alusión al egoísmo, la comodidad, que confundimos diariamente con una alegría física, y no es más que un instante efímero de placer que, a la larga, es un letargo angustioso en nuestra existencia. Una enfermedad en la que el papa insistió una y otra vez: están creando jóvenes vegetativos, sin libertad.

Como buen facultativo, encontró la enfermedad y dio el remedio segundos después: cambiar el sofá por un par de zapatos. Dejar de ser suplentes y entrenar para ser titulares. Ser valientes. Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad: «Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra». Dejar huella en esta vida. Dejar una huella en la historia. ¿Os animáis?

La luna y la nitidez de unas estrellas imposibles de ver en casi cualquier capital española, dieron paso a la búsqueda final de familiares y amigos. Con la palabra del Papa resonando en el corazón de todos los peregrinos, el saco o la tienda de campaña -para el que no encontró la negativa de algún voluntario distraído del momento- colonizaron el Campus Misericordiae que iba a soñar con cosas imposibles. Amanecimos buscando el aseo, y esperando el papa con todavía legañas en los ojos.

La misa y el final estaban cerca, con otra palabra de ánimo por parte del Papa Francisco. El Evangelio, la conversión de Zaqueo, fue desgranado por el vicario de Cristo en tres obstáculos con tres soluciones: «Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea»; «no os avergoncéis de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz»; y «puede que os bloqueen, tratando de haceros creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y malo con los malos. En cambio, nuestro Padre “hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos». 

Casi nada. Una Palabra de esperanza, reconfortante, que inspiraba hasta al más escéptico de los presentes. Ni el cansancio o dolor de espalda por una incómoda velada podían romper el ánimo de una multitudinaria asamblea. Sólo la basta organización en la salida coqueteó con romper lo vivido durante los días pretéritos: unos buscamos el bosque para escapar de la marabunta; otros afrontaron con valentía una paralizada salida que ni el metro de Tokyo. La lluvia torrencial no caló de forma negativa, ni el cansancio o los kilómetros restantes: la alegría rebosaba por encima de las contrariedades. La semilla empezaba a germinar con una JMJ todavía inconclusa.

Encuentro vocacional del Camino Neocatecumenal

Restaba el último día, no tan multitudinario, en un Campus Misericordiae re-acondicionado para el encuentro vocacional con Kiko Argüello. Los problemas de organización volvieron a resucitar al tercer día en una entrada paralizada ante un mayor número previsto de neocatecumenales. Se solucionó abriendo una zona más trasera que aguardaba un momento único: la llamada vocacional.

El recuerdo a la recién fallecida Carmen Hernández, con un vídeo de la misma en el encuentro de Loreto 2007, con una palabra, como siempre, esperanzadora, provocó la emoción entre los presentes. Sobretodo en un Kiko que no podía esconder sus sentimientos. Él mismo dejó una frase rememorando la palabra del Papa Francisco: «Dios es amor. ¿Y qué es el amor? Lo contrario al egoísmo».

Tomó la palabra Mario Pezzi, presbítero del Equipo Internacional del Camino Neocatecumenal, para dar la palabra de ánimo final para aquellos indecisos. Insistió en la paciencia y confianza en el Señor. Finiquitó así: «No tengáis miedo a la llamada. No tengáis miedo de vuestros pecados y vuestras debilidades. Es una vida bella la de dar la vida. Todo esto dirigido a la meta final que es el cielo. Esa transfiguración de la que Carmen ya disfruta».

Kiko dio la última frase antes del momento culmen: «Conviértete y cree en la Buena noticia. Jesucristo quiere entrar dentro de vosotros, ser uno de vosotros y preparar una aventura de evangelización». 3.100 chicos, 4.000 chicas y 2.000 familias sintieron la llamada a esta aventura. El resultado final de un encuentro prolongado en más de una semana con el Señor. Sólo quedaba rematar la JMJ con el resto de visitas previstas a ciudades europeas colindantes, disfrutando del resto de miles de regalos que todavía restaban por abrir. Momentos de reflexión, de exaltación de la amistad, de romper con el egoísmo y continuar con las zapatillas puestas más allá de aquel Campus Miserocordiae que, pase lo que pase, no olvidaremos jamás.

Lo último en Sociedad

Últimas noticias