Un cóctel poco recomendable…

Un cóctel poco recomendable…
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Europa crece, pero lo hace con menos dinamismo. La economía otoñal nos invade en estas semanas en las que el día se acorta, las hojas caen de los árboles, el mal tiempo contagia aires pesimistas y las tormentas descargan con fuerza por distintos lugares. Vamos, un paisaje bastante ideal como para recibir un mal dato: la eurozona creció en el tercer trimestre de 2018 solo al 0,2%.

Estamos ante un síntoma claro de resfriado económico que confirma, entre otras cosas, que las exportaciones alemanas se constipan como consecuencia del conflicto comercial norteamericano. Si Alemania, que es la potencia europea que tira del carro en cuanto a las ventas al exterior, se desacelera, el paisaje otoñal se pone un poco más feo máxime si echamos un vistazo a Italia y contemplamos sus movidillas políticas y su falta de rigurosidad en los compromisos financieros frente a Bruselas.

En estos meses de 2018, que conducen al frío, y quizás crudo, invierno, nos movemos en un contexto de gran incertidumbre, con riesgos interconectados, ensombreciéndose las perspectivas para este año 2018 y los dos próximos, 2019 y 2020. De hecho, el crecimiento mundial, más o menos robusto, se modera.

El recalentamiento de la economía norteamericana, con sus estímulos fiscales procíclicos, es hasta cierto punto un riesgo a considerar. Sumemos a ello la vulnerabilidad en los mercados emergentes por los cambios en los flujos de capitales y su fuerte exposición al dólar con la amenaza de los tipos de la Reserva Federal. Añadamos el déficit por cuenta corriente de Estados Unidos como agitador de tensiones comerciales con China. Y en la propia China, se barajan unos niveles preocupantes en la deuda de sus empresas y visos de fragilidad financiera. Y no soslayemos la subida de precios del petróleo que impulsa a la inflación.

Y más vaivenes: las dudas sobre la calidad y la sostenibilidad de las finanzas públicas en los estados europeos muy endeudados, con lances en la periferia y repuntes de primas de riesgo, que podrían extenderse a sectores bancarios nacionales y acabar pesando en la actividad económica. ¡Y el dichoso Brexit, que agita la confusión en la economía europea y produce aún más sombras tanto en las islas como en el continente! En suma, un cóctel poco agradable…

Si Europa afloja económicamente hablando y la eurozona se desacelera, perdiendo ese fuelle exportador característico que lidera la economía germana, es preciso dirigir la mirada hacia la demanda interna que será, a la postre, la que impulse a la economía europea y concretamente a sendos motores.

De una parte, el consumo privado, gracias a los mayores, aunque tímidos, crecimientos salariales y a las medidas fiscales de algunos países, junto con la disminución de la tasa de desempleo, pese a que en España sigue siendo una lacra.

Y, de otra parte, la inversión que aún se aprovecha tanto de los últimos coletazos de unas condiciones financieras muy asequibles como de una elevada tasa de utilización de la capacidad productiva que favorece la inversión empresarial al tener que renovar los activos en uso.
Entretanto, otro trance otoñal aparece: repunta la volatilidad en los mercados financieros, con pérdidas generalizadas durante las últimas semanas en las Bolsas de las economías avanzadas, con ese añadido antes señalado de las incertidumbres políticas que penalizan primas de riesgo periféricas justo cuando ya se divisa el fin de los estímulos monetarios del Banco Central Europeo, que está a la vuelta de la esquina… Ambiente muy otoñal, por consiguiente.

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