La Guardia Civil y los miserables

La Guardia Civil y los miserables

En el siglo XIX se ganó el respeto de los ciudadanos protegiendo los caminos, persiguiendo a todo tipo de ladrones y villanos que pretendían convertir España en una tierra intransitable. Hoy es ese cuerpo sólido y eficaz que bajo el mismo uniforme verde y con el honor como máxima divisa le echa el guante al presunto violador y asesino de Diana Quer cerrando el caso. Es la Benemérita. Por su capacidad de servicio, por su sacrificio, por su lealtad, por su austeridad y su disciplina, por su abnegación y su compromiso, los españoles de infantería podemos estar tranquilos y seguros, ser libres.

La  imagen bajo la lluvia de sus agentes, con boina, armados, apostados a la entrada de esa nave arrumbada y gris, lóbrega y casi pre-industrial bajo cuyo destruido suelo este desalmado había hundido el cuerpo de la joven madrileña, es la de una fuerza de elite entregada sin desmayo, con la máxima fuerza e inteligencia, a nuestra protección. Ellos son los que en el peor final posible han hecho lo imposible: llenar con un poco de luz el corazón de un padre y una madre, de una familia y un@s amig@s que -más allá de la razonable esperanza y la fe protectora- tendrán un lugar al que llevar flores, en el que rezar, donde rememorar aquellos maravillosos días.

Es por esto que resulta enteramente incomprensible y nauseabundo, ilógico y descorazonador que estén proliferando los delitos de odio contra la Guardia Civil: no sólo contra la institución en términos abstractos sino contra las honestas personas que la conforman y -especialmente asqueroso- contra sus hij@s. ¿Puede haber algo más abyecto que una niña sufriendo humillaciones, insultos e incluso agresiones por ser su madre miembro del cuerpo? ¿Puede haber algo más rastrero que un niño padeciendo indicaciones, comentarios y vejaciones en horario lectivo porque su padre “es malo y pega a la gente”? ¿Qué pretextos más o menos asumibles pueden encajarse ante tales actitudes extremas y colmadas de hostilidad y discriminación? ¿Acaso hay alguno? ¿Qué sucio caldo de cultivo se ha cocinado durante años en Cataluña, por qué manos y con qué utensilios, para que la vileza se haga tan visible y tan injustificada teniendo como víctimas a quienes son en realidad nuestros héroes?

Ese monstruo apellidado Abuín Gey y apodado ‘el chicle’ no se derrumbó al estilo de los asesinos confesos, reconociendo su delito y arrepintiéndose. Fue interrogado contrarreloj durante diez horas por avezados miembros de la UCO, por expertos con el colmillo retorcido que contaban con un máximo de 72 horas para dar con el cuerpo del delito. Lo consiguieron. Hubo lágrimas de esta mala bestia, protestas, dramatización y mentiras, muchas mentiras. De nada sirvieron. Una vez más la Guardia Civil cumplió su misión. Y una vez más los españoles de bien, los que nos revolvemos para defenderla cuando afloran las calumnias y las injurias, los bulos y las acusaciones infundadas, hemos sentido un orgullo sano y pleno, en las antípodas de la insensatez y la estulticia de los borricos que la difaman.

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