Hablando de presión fiscal…

Hablando de presión fiscal…

Cada vez que Bruselas informa sobre el ratio – muy en boga actualmente lo de feminizarlo como “la ratio” aunque los viejos rockeros lo sigamos masculinizando –  de ingresos fiscales/producto interior bruto, está lanzando un seductor mensaje a nuestro gobierno, y al ministro Montoro, para que se anime a subir, por lo menos, el IVA que tanto interviene en nuestras vidas y que tanto nos atiza en el momento de consumir. Como buen impuesto indirecto, el IVA es un peaje, menor o mayor, al consumo. Sólo el que gasta, paga IVA. Si no gastamos – lo cual al día de hoy es pura quimera -, el IVA no actúa…

Vayamos por partes. ¿Qué es lo que considera este ratio de ingresos fiscales/PIB? La suma de los impuestos y las cotizaciones sociales netas recaudadas por un Estado en porcentaje sobre el PIB. De hecho, es un buen medidor de la presión fiscal existente en un país al incluir no solo los impuestos sino también las cotizaciones sociales. En suma, ese ratio indica la carga fiscal que hemos de soportar los ciudadanos de un país en función de lo que su economía produce. Y, cómo no, en unos países hay más presión fiscal, que actúa disuasoriamente para su ciudadanía, y en otros el contribuyente apechuga con menos cargas, haciéndose un guiño a la felicidad de sus residentes.

En la Unión Europea, este ratio es del 40% en 2016, por encima de 2015 cuando fue del 39,7%. En la zona euro, es del 41,3% cuando en 2015 fue del 41,2%.

A través del cálculo de ese ratio se comparan los sistemas fiscales y las políticas de los Estados miembros de la Unión Europea.

¿En qué países el ratio ingresos fiscales/PIB es más elevado? Francia, con el 47,6%, junto con Dinamarca, con el 47,3%, seguida por Bélgica, con el 46,8%, lideran el ranking europeo de presión fiscal. Por consiguiente, los franceses contribuyen, entre impuestos y cotizaciones sociales, en 2016 con una cantidad equivalente al 47,6% de su producto interior bruto. No cabe duda de que la presión fiscal en el país vecino es fuerte y más si atendemos a la mentalidad gala. Eso explica el porqué de que algunas grandes fortunas de linaje francés hayan abandonado su país o, cuando menos, hayan cambiado su residencia fiscal.

El caso de Dinamarca no sorprende porque de algún modo se alinea con la mentalidad típicamente nórdica reflejada, si bien con menos intensidad en Finlandia (44,3%) y Suecia (44,6%), y el carácter social de sus Estados junto con las contraprestaciones que reciben sus ciudadanos, plantea otros esquemas de interpretación de la psicología tributaria. No obstante, Noruega, país ajeno al seno de la Unión Europea, aunque con tratado comercial ‘ad hoc’, muestra una presión fiscal del 38,9%.

Bélgica es otro país donde, sobre el papel, los impuestos y contribuciones sociales hacen mella. Y Austria, con un ratio del 42,9%, se alinea más con el contexto nórdico superando a Alemania donde el ratio es del 40,4%.

Dos países deparan una cierta sorpresa al contemplar la presión fiscal existente en nuestro entorno europeo: Italia y Grecia, ambos con más del 42%. El caso de Grecia responde a la dureza de las condiciones de plan de ajuste de las cuentas públicas y al rescate habido. Los griegos, creemos, están viviendo ahora una especie de infierno fiscal, acostumbrados, como estaban, a ese estilo tan mediterráneo de contribuir. En Grecia es donde más ha subido la presión fiscal en el año 2016, situándose en el 42,1% frente al 39,8% de 2015 o 32,7% de 2006.

¿Y en qué países el ratio ingresos fiscales/PIB es más bajo? Irlanda, donde no llega al 24%, Rumanía, con el 26%, Bulgaria, Lituania, Letonia y Eslovaquia.

Bueno, y en España, ¿qué tal andamos de presión fiscal? En 2016, los ingresos fiscales equivalen al 34,1% de nuestro PIB, que fue de 1.118.522 millones de euros. En consecuencia, en 2016 Papá Estado recaudó de todos nosotros 381.416 millones de euros entre impuestos y cotizaciones sociales. En 2015, la presión fiscal fue del 34,5% del PIB, cosa que se tradujo en una recaudación por parte del Estado de 372.599 millones de euros.

No obstante, cuando se examina la composición recaudatoria nos percatamos que por el capítulo del IVA, después de Irlanda (4,7% en porcentaje del PIB) e Italia (6,1%), somos el tercer país que menos recaudó en 2016 con el 6,4% del PIB, en cifras, 71.585 millones de euros.

Y es aquí donde de nuevo vuelven las seductoras palabras procedentes del Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea para que lleguen a oídos de nuestro Gobierno y de nuestro Ministro de Hacienda: hay margen para aumentar la carga tributaria indirecta en España. Los párrafos siguientes los decimos en voz baja no sea que el Gobierno preste atención a los comentarios que siguen y en aras de cuadrar las cuentas de 2018, cuyos presupuestos veremos cuándo se aprueban, dé un paso adelante…

La aplicación de una larga lista de productos que tributan al tipo reducido del 10% en vez de hacerlo al tipo general del 21%, conduce a una caída de la recaudación potencial por IVA. Empero, generalizar al tipo de gravamen del 21% una serie de bienes, entre otros una gran variedad de productos alimenticios y casi diríamos que básicos para las familias españolas, así como todo el engranaje que mueve nuestro sector por excelencia, que es el turístico, cosa que implicaría aumentar los precios de transporte, restauración y hostelería, por ejemplo; sería un flaco favor, de una parte, al consumo privado, eje clave de la recuperación, y, de otra, a un motor de nuestra economía que en estos años tan difíciles ha servido de bálsamo para aliviar el grisáceo panorama.

Pero la idea que lanza machaconamente tanto el FMI como la Comisión ahí está. Y mucho nos tememos que, a la vista de la trayectoria de nuestras deficitarias finanzas públicas, no está lejano el día en que algún apóstol de la causa impositiva ponga en marcha la subida de impuestos a través del IVA. Cuidado, porque en ese momento el aumento impositivo también podría afectar, con casi plena seguridad, a los impuestos especiales donde España recaudó en 2016, 60.000 millones de euros, equivalentes al 5,4% del PIB, cuando en otros países europeos el peso porcentual de tales impuestos es del 8,5%, como en Italia, o incluso del 9,2%, como en Francia.

Además, ahí está otra de las brechas fiscales por donde cabría actuar que sería dolorosa y castigaría al empleo: las cotizaciones sociales. En España, en 2016 representaron el 12,2% de nuestro PIB, por tanto, más de 136.000 millones de euros. En otros países de la Unión Europea y de propia zona euro, este capítulo llega a representar hasta el 18,8% en Francia, o más del 15%. La espada de Damocles en este punto radica en que, en un momento dado y por necesidades recaudatorias, se destopen las bases máximas de cotización a la Seguridad Social, como ya se ha insinuado, respecto de los salarios más elevados.

En definitiva, que nuestra presión fiscal, hoy del 34,1% sobre el PIB, pende de un hilo que como alguien lo maneje y vea los boquetes que aparecen, ¡zas!, nos da un seco golpe fiscal. Pero eso queda entre nosotros. No lo digamos en voz alta…

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