Yo apoyo a Juana Rivas

Yo apoyo a Juana Rivas
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El ya conocido caso de Juana Rivas genera todo tipo de opiniones. Desde las puramente humanas, hasta las extremadamente técnicas. Quienes desde la perspectiva empática en la que se visualiza a una mujer, madre de dos hijos, desafiando todos los obstáculos que se le ponen por delante, y no comprende en absoluto cómo podemos llegar a semejante situación; hasta quienes desde una frialdad casi inhumana catalogan y diagnostican los hechos desde la pura teoría, pasando por encima de cualquier tipo de comportamiento más o menos racional, sentenciando así (y condenando) cualquier comportamiento antisistema.

En la Facultad de Derecho aprendí que impartir justicia requiere en primer término conocer las leyes, la manera de aplicarlas y procurar ser lo suficientemente inteligente como para saber defender una postura sin salirse de los parámetros utilizables. En otras palabras: saber las reglas del juego así como el modo de poder estirarlas para que puedan ser interpretadas de la manera más conveniente. Se supone que los jueces han de dictar sus sentencias en base a las cartas puestas sobre la mesa. No por las conclusiones que pueda más o menos obtener interpretando lo que ve. Sino considerando que, con las pruebas en la mano, tendrá que decantarse por alguna de las opciones que también la ley establece. La justicia, por tanto, que administran Sus Señorías se delimita en base a las cuestiones que puedan ser probadas y a la defensa o acusación realizada. Se supone. Y es precisamente por esta razón por la que yo suelo pensar que es posible que una sentencia resulte incomprensible desde la razón, desde la humanidad o lo que podríamos llamar «sentido común». Quiero pensarlo así. Que, simplemente, en base a lo que se ha podido juzgar, las normas establecen esos resultados.

Pero me cuesta creer, y precisamente en su momento el ejercicio de la abogacía me dio verdadero pavor, que la veracidad de los hechos, la justicia o injusticia, el daño cometido, quedan a un lado cuando comienza la partida. Me negaba a aceptar que una mejor o peor defensa podría determinarse en base a la minuta que estuviera el cliente dispuesto a pagar a su abogado. Me paralizaba estudiar sentencias evidentemente injustas sin que nada o nadie hubiera podido hacer nada más que recurrir para evitarlo.

Y el caso de Juana Rivas me genera una profunda desazón. Porque si hemos llegado al punto en el que se hace patente que lo que venimos considerando «justicia» puede establecer la persecución de una madre que protege a sus hijos, es que todo está llegando demasiado lejos. Quizás esto que digo no sea racional. Quizás el hecho de que yo sea madre desde hace tres años haya generado en mi una visión del mundo que trasciende lo jurídico, lo legal y cualquier tipo de cosa que no se alinee con lo más básico en las que ahora son mis nuevas entendederas: mis hijos están por encima de todo; hasta de mi propia vida. Nada, absolutamente nada ni nadie podrían separarme de ellos. Y nada, absolutamente nada ni nadie podrían conseguir que, por lo más mínimo, pudiera yo ponerles en peligro. Y me dan igual lo que pudieran decir leyes, salmos o proverbios. Repito: nada.

Y si alguien no es capaz de, humanamente, comprender que tratar de separar a una madre de sus hijos es la mayor barbaridad que puede plantearse, desde la perspectiva legal, en mi opinión, se ha cometido también otra. Con las reglas del juego en la mano.

Hace un año Juana presentó una denuncia en España que debía ser tramitada para su recepción en Italia. Una denuncia por malos tratos. No juzgaré de ninguna de las maneras ni los hechos que se cuentan, ni los momentos procesales. Y nadie debería hacerlo. Se interpuso una denuncia por malos tratos. Punto. Tenía que ser remitida inmediatamente a Italia. Punto. Ha transcurrido un año y no se ha hecho. Y se acabó.

Las dilaciones en esta cuestión meramente jurídica han ocasionado que haya sido posible interponer una denuncia con la madre. Cosa que no habría podido prosperar si la denuncia que debía haber sido traducida y presentada en Italia se hubiera gestionado diligentemente.

Como madre, debo apoyar a Juana Rivas y a todas las mujeres que hagan todo lo posible por proteger a sus hijos.

Como abogada, debo lamentar que la burocracia y nuestro paupérrimo sistema de administración de justicia pueda dar lugar a injusticias, daños irreparables, y situaciones dramáticas.

Como española espero que el Tribunal Constitucional se haga cargo de que las leyes han de aplicarse con pulcritud. Sobre todo cuando afectan de manera brutal en la vida de personas absolutamente inocentes. Den ejemplo y piensen en los niños.

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