Estúpida

Estúpida
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Supongo que a usted, querido lector, alguna que otra vez le ha pasado. Me refiero a esa sensación en la que en su vida cotidiana presencia una situación absurda, injusta, y al plantarle cara de algún modo, observa que todo funciona de manera extraña, a pesar de verlo claro. Si decide abrir la boca, quejarse, actuar, recibe miradas de reojo, silencios incómodos, que incluso le hacen dudar de sus propias convicciones. Y termina, sin remedio, sintiéndose estúpido.

Hace un par de días tuve esta sensación. El viernes decidimos ir, mi familia y yo, al cine. Es una actividad especial, principalmente porque es cara, y además, mis hijos son muy pequeños (el mayor cumplirá 3 años en unos días y la pequeña, cumplirá su primer año) y no merecía la pena llevarles a ver ninguna película, pues pensábamos que sería demasiado para ellos. Pero el mayor ya comienza a tener interés por algunos dibujos y nos parecía una actividad bonita para hacer en familia: su padre es un cinéfilo empedernido y cuidar este tipo de actividades, casi rituales, de vez en cuando, nos resulta una manera bonita de hacer cosas en familia. Nos gusta compartir todo juntos, integrando a los niños en nuestra vida en todo lo posible.

Pues bien, al llegar a la taquilla pregunté por las tarifas para niños. Pregunté refiriéndome a mi hijo mayor, porque yo daba por sentado que la bebé no tendría que pagar entrada. La sorpresa me la llevé cuando la taquillera me contesta que con el bono familiar podremos pagar «solamente» 6,50 euros por cada niño. Sí, por cada niño. No salía de mi asombro: un bebé de once meses, que no ocuparía butaca tenía que pagar la misma entrada que cualquier otro niño. Y debo decir que estos cines han hecho publicidad anunciando que tenían sesiones en las que los bebés eran bienvenidos, ayudando así a que los padres continuasen viendo películas.

La razón, según la taquillera, es que así lo había decidido el encargado. Y por eso me fui a hablar con él. Éste me comentó que así venía establecido en la ley, que toda persona que entrase en el cine tenía que pagar su entrada. Por cuestiones de seguridad me dijo. Le pregunté por qué había sesiones anunciadas para mamás con bebés lactantes, en las que los bebés no pagaban entrad y en este caso sí pretendía cobrarme. Me dijo que unas veces sí, y otras veces no. Fin.

Yo, que tampoco pretendía alterarle, le pedí que me mostrase por escrito esa ley, o las tarifas del cine. Ninguna de las dos cosas tenía el señor a disposición de la clientela. Así que procedí a buscar en internet la dichosa ley (Real Decreto decía él), y pude comprobar que no, que no se regula nada al respecto. Y decidí pedirle una hoja de reclamación.

Pagué religiosamente las entradas, disfrutamos de la película, y para mi sorpresa, mis peques prestaron toda la atención del mundo a la película como no podíamos imaginar. Al salir del cine se acercaron a mi un par de padres, que vinieron a preguntarme si finalmente había tenido que pagar la entrada del bebé. Les pareció increíble y me agradecieron que hubiera puesto una reclamación.

Lo cierto es que en el fondo de mi ser, sentí que hice lo correcto. Pero no podía evitar sentirme de alguna manera estúpida mientras fui a buscar al encargado, dediqué una media hora a conversar con él y pedirle la información pertinente, para terminar poniendo la hojita dichosa a la que nadie hará caso seguramente.

Por desgracia son muchas las situaciones en las que reclamar explicaciones, interponer quejas ante abusos, se convierten en un esfuerzo que, al final, termina no compensando. Además, qué duda cabe, que esa sensación de estúpida no resulta alentadora para plantar cara a la cantidad de cosas que nos resultan injustas. Este es un ejemplo, muy simple y banal en realidad, en el que se evidencia lo que siempre suele suceder: una persona se queja, sola; y después, recibe (afortunadamente en este caso para mí) una palmada en la espalda. Pero no es suficiente. Ante los abusos, tendemos a sentirnos pequeños, indefensos, y preferimos no añadir la sensación de estupidez. Y al final, así nos va. Cada vez más indefensos ante quienes se inventan cualquier tipo de cosas para seguir haciendo lo que les viene en gana.

En este caso concreto, después se extrañarán de tener los cines vacíos (como estaba este), que las familias no puedan permitirse 25 euros por cuatro entradas y que, finalmente, decidan dar la espalda a este tipo de actividades. Eso si, enseñarle a mis hijos a quejarse cuando algo les parezca injusto no tiene precio. Y sobre todo, a que nunca se sientan estúpidos cuando hacen lo que consideran que debe hacerse.

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