Pancetas, no estás solo

Pancetas, no estás solo

Lo ha resumido como nadie El Pancetas, cuyo apodo no parece responder a su afición por el brócoli pese a encabezar el movimiento jornalero andaluz. Una sospecha que confirma su aspecto, difícilmente compatible con el duro trabajo del campo: el relevo de Gordillo y Cañamero, entrañable Dúo Sacapuntas que tapaba infinitos trienios de cargos públicos dejándose callos simulados como quien se pone mechas para parecer rubia y pegando coces al diccionario, aquí ya involuntariamente, acaba de decir que la inhabilitación de Otegi “es terrorismo de Estado”.

Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Alberto Garzón también han insistido en la misma idea; confirmando que su problema no es tanto de juventud como de pijerío: cuando el dirigente batasuno, condenado por pertenencia a ETA y por secuestro, ayudaba por acción u omisión a que los muchachos se creyeran Garibaldi al pegarle un tiro por la espalda a un político o a un guardia civil, todos ellos estaban esquiando, en la playa, de Erasmus o escuchando a Monedero creyéndose el profesor de ‘El club de los poetas muertos’ cuando en realidad era una versión cutre del de ‘La ola’.

Hay una base de incultura, muy teenager, y otra de elitismo, muy de gente bien que se pone el disfraz de obrero como quien va a una fiesta vestido de buzo, y siempre después de hacerse las uñas y exfoliarse el cutis: usan la calle como un espacio mitológico que combina bien con sus vaqueros artificialmente desgastados, pero ni la conocen ni la han pisado en su vida.

Que a El Pancetas y a sus colegas menos rudos pero igual de brutos les apenen más Otegi, Bódalo, Alfon y otros astados de la misma cabestrada que cualquiera de sus múltiples víctimas lo dice todos ellos, pero también de sus votantes.

Porque el problema no es que Otegi, con su cara de señora mayor salida de una canción de Burning, quiera ser lehendaki, sino que miles de vascos compartan con él ese anhelo. El mismo que centenares de cargos públicos de toda España exhiben, panceta al aire, para mostrar su complicidad con el asaltante de heladerías, el propietario de una mochila explosiva o un tipo con 40 años de militancia en el yihadismo vasco.

De dos años para acá, el deterioro visible desde hace lustros en una España donde el mérito, la capacidad y el esfuerzo se presentaban como valores caducos y la incompetencia, la pereza o la falta de luces como un pecado de la sociedad que cercenaba todo atisbo de responsabilidad individual; se ha agudizado hasta un punto simbolizado por el caso de Otegi: al dejar ETA de matar, un logro que pone fin a la muerte pero no cerrará el círculo para siempre si no queda ahora claro quiénes son los buenos y quiénes lo malos; el premio electoral ha sido más para los que entendían o manejaban las pistolas que para quienes ponían las nucas.

Y el drama es que el PSOE dude y Podemos e IU se sumen a la beatificación de Arnaldo con 379 asesinatos de ETA pendientes de resolver. Quizá él mismo pudiera ayudar a aclararlos, por mucho que a los amantes de las cunetas pretéritas (indecentemente utilizadas; tristemente vigentes) no le inquieten nada las fosas de hace dos días en ese bucle infinito de la España progre que distingue entre una memoria digna y otra aguafiestas en función de la identidad política del muerto y del asesino; como si no se pudiera siempre estar con todos los del primer epígrafe y contra todos los del segundo.

Pero es dudoso que lo haga. A todo lo más que llegó, cuando Évole le dio un masaje en su célebre entrevista, es a explicar qué hacía él aquel tremendo día de la ejecución de Miguel Ángel Blanco: “En la playa de Zarauz, un día normal, con la mujer y los hijos”. ¿Y por qué no hizo nada?, le pregunta el bueno de Jordi, apretándole las tuercas con la misma intensidad que un koala peleando con un tigre: “Alguna iniciativa hubo. Yo no sabía que le iban a matar, joder”.

Que Otegi se queje de estar inhabilitado es como si Jack el Destripador lamentara ser excluido del Colegio de Cirujanos o Falete no ser la imagen corporativa de Biomanán. El drama es que dispone de un buen puñado de Pancetas protestando a su lado.

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