Sólo la ejemplaridad puede salvar a Felipe VI

Sólo la ejemplaridad puede salvar a Felipe VI

Cuando educas a un niño debes tener meridianamente claro que cualquier despiste ético ha de ser cortado en seco. Sin contemplaciones. Si no lo haces, si le ríes las gracias, si le permites todo, si miras sistemáticamente hacia otro lado, la criatura se crecerá y acabarás creando involuntariamente una bestia. Lo mismo acontece con los adultos desde el punto de vista penal. Si tienen barra libre para hacer lo que les dé la gana, cada vez las montarán más gordas, acabando convertidos en delincuentazos. ¿Por qué Iñaki Urdangarin llegó donde llegó? Muy sencillito: porque nadie nunca le paró los pies, quedó atrapado en eso que los psiquiatras denominan “impunidad psicológica”, robó como si no hubiera un mañana y, al final, degeneró en el preso que es hoy día. Y eso que la benevolencia con él fue extrema: los 19 años de prisión que reclamaba el fiscal Horrach quedaron reducidos a seis y tres meses en la Audiencia Provincial y a cinco y 10 meses en el Tribunal Supremo.

Con Don Juan Carlos ha sucedido tres cuartos de lo mismo. Todos los presidentes conocían sus fechorías y todos menos uno silbaron en dirección al cielo infinito. Desde el gran Adolfo Suárez, al cual le puso la proa el monarca forzándole a dimitir en vísperas de ese nunca aclarado del todo 23-F, hasta Mariano Rajoy, pasando por Calvo-Sotelo, Felipe González o Rodríguez Zapatero. No incluyo en la lista a Pedro Sánchez porque cuando llegó, moción de censura mediante, el artífice de la última restauración borbónica había perdido el puesto de trabajo. Todos ellos se hicieron los suecos. José María Aznar, no, las tuvo más que tiesas con el personaje. Empezando por ese nuevo Fortuna, que él se negó a sufragar con cargo al erario y acabó siendo financiado por un elenco de notables empresarios, y terminando por el ruego real de que metiera en el congelador esa Ley de Cajas que en 2003 echó de la Presidencia de La Caixa a Josep Vilarasau, íntimo del monarca. También hubo lío a cuenta de Perejil, cuando el Rey se ofreció para mediar ante su hermano Mohamed VI. Aznar no sucumbía al borboneo, replicaba con un “no, Majestad” a cada uno de los caprichitos que le iba planteando el inquilino de Zarzuela. Y lo hacía a su manera: mascullando y con un rictus de considerable cabreo. Y en silencio, y con el respaldo de un Álvarez-Cascos que no soportaba al ahora Rey emérito, cortó más de una trapacería del personaje en forma de nada claros business.

De los polvos de haber permitido a Juan Carlos de Borbón y Borbón hacer lo que le diera la real gana vienen estos lodos que amenazan con anegar La Zarzuela. Ni Suárez, ni Calvo-Sotelo, ni González, pusieron coto al imparable cobro de comisiones, tanto de la compra del petróleo saudí como al parecer de la adquisición a McDonnell Douglas de los mejores aviones de combate de nuestra Fuerza Aérea: los F-18. Lo del petróleo no lo digo yo, lo ha repetido hasta la saciedad el CEO de Campsa de la época, Roberto Centeno, ahora convertido en comentarista televisivo, radiofónico y periodístico. “Don Juan Carlos se llevaba uno o dos dólares por cada barril de petróleo que entraba en España”, rememora. Y lo del programa FACA (Futuro Avión de Combate) es vox pópuli desde 1983, cuando se consumó la operación por 250.000 millones de pesetas (1.502 millones de euros, cuatro o cinco veces más a pesetas o euros constantes).

Los diferentes presidentes del Gobierno le perdonaron la vida porque era el sucesor de Franco a título de Rey y porque tenía que hacerse “un capitalito” por miedo al exilio. Ese miedo a tener que volver a coger las de Cartagena fue seguramente el espíritu inicial del real enriquecimiento real. Luego, como vio que no pasaba nada, quiso más y más y mucho más. Y la avaricia terminó por romper el saco. “A robar, a robar, que el mundo se va a acabar”, que afirma el aforismo popular. Entre medias, está la percepción de 100 millones de dólares en el caso Wardbase, comisión abonada por la KIO de Javier de la Rosa. Luego llegó la edad posmoderna del comisionista de La Zarzuela con la venta del Banco Zaragozano a Barclays, el AVE y un sinfín de proyectos en los que estaban involucrados empresas españolas a nivel internacional. Un botín que medios tan reputados como The New York Times y Forbes, cifran en “1.700 millones de euros”.

Los corifeos cortesanos y pelotas monárquicos cargan ahora contra Corinna, a la que machistoidemente tachan de “mujer despechada”. Pinchan en hueso y se estrellan contra la realidad. Que no es una mentirosa lo demuestra el hecho de que en las cintas desveladas por OKDIARIO en julio de 2018, la primera grabación de Villarejo (y Villalonga) a la princesa alemana, ella aseguraba tres cosas: “Juan Carlos cobra comisiones ilegales”, “Juan Carlos tiene cuentas en paraísos fiscales” y “Juan Carlos podría haberse acogido a la amnistía fiscal de 2012”. Las dos primeras han quedado incontrovertiblemente confirmadas por los hechos y por la investigación del fiscal suizo Yves Bertossa. La tercera, una intuición, no una afirmación, es cuestión de alto Estado, como todo lo que concierne a los 31.000 españoles que se acogieron al chollo Montoro. Vamos, que ha dicho la verdad en el 100% de las aseveraciones y el 66% en el conjunto de sus tres principales acusaciones, una de las cuales, como digo, la situó en el estadio de la conjetura, no de la convicción.

El conjunto de exclusivas que nos ha ofrecido en estos dos años Manuel Cerdán confirman que el anterior Rey era un tipo con pie y medio en el terreno de la ilegalidad. Coincido con los que sostienen que su discutible inviolabilidad se circunscribe al terreno estricto de sus “actos” como jefe del Estado que, por cierto, es lo que refleja literalmente la Constitución. Si pongamos por caso, que no fue nunca el caso, hubiera asesinado a cuchilladas a una anciana, ¿se tendría que haber ido de rositas? En una democracia nadie puede ni debe estar por encima de la ley, se llame Pepe Pérez, Juan Carlos de Borbón o sea Jesucristo redivivo. No es algo que sólo afirme un servidor. Nuestro protagonista lo refrendó en un Discurso de Navidad, el de 2011, marcado por el caso Urdangarin:

—Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento ejemplar. Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione. Afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos—. Ergo, todo el peso de la ley debe recaer también sobre él. Justicia juancarlista para el adalid del juancarlista.

Los scoops que en forma de segunda grabación subrepticia de Villarejo a Corinna Sayn-Wittgestein hemos publicado esta semana son para echarse a temblar, ya que nos muestran la verdadera catadura moral del que ha sido nuestro jefe de Estado durante 40 años. La primera le asemeja más a un narcotraficante o a un Bárcenas de la vida que a un ciudadano honorable: “Tiene una máquina para contar billetes en Zarzuela”· La segunda es “inquietante”, que apostillaría el ventajista Pedro Sánchez, “Juan Carlos lo paga todo: a su hijo, a sus hijas, a su mujer… todo en cash”. La tercera es para echarse a temblar: “El sultán de Omán le regaló un piso en Londres, que luego vendieron por 50 millones de libras”. Por cierto: el rumboso omaní, Qabus bin Said Al Said, llegó al poder tras perpetrar un golpe de Estado contra su padre, al que luego encarceló, para finalmente forzarlo al exilio en Reino Unido. Todo muy democrático. También nos ha descubierto un paraíso fiscal que desconocíamos en el mapamundi offshore juancarlesco: Mónaco, que se suma a Suiza, Liechtenstein y Panamá.

Que el Rey de Marruecos, Mohamed VI, le agració con un solar de 4,5 hectáreas en Marrakech también es muy edificante, como acongojantes son todas las actuaciones que el CNI ha perpetrado para amedrentar a la que fuera ocho años (2004-2012) compañera sentimental de Don Juan Carlos. “¿Cómo un servicio de inteligencia de un país puede comportarse como una banda de delincuentes?”, se cuestiona ella en el pinchazo del encarcelado Villarejo, que cuando le grabó por vez primera era ¡comisario en activo! Nivel dios fue el asalto a su casa de Mónaco por un grupo de matones de la compañía de mercenarios Algiz. Le reventaron informáticamente sus ordenadores, le sustrajeron toda suerte de documentos, pero olvidaban que ella es entre 10 y 15 veces más lista y hacía tiempo que había puesto la información sensible a buen recaudo.

Muchos Okamigos me preguntan por qué contamos estas trapacerías “que sólo benefician a los que quieren traer de nuevo la República, empezando por El Chepas [se refieren, obviamente, a Pablo Iglesias]”. A los unos, a los otros y a los de más allá les doy la misma amable contestación: “Yo no soy muy amigo precisamente del vicedelincuente, en España todo el mundo está por debajo de la ley y en el fondo lo que estamos haciendo es más fuerte nuestra democracia y un favor al actual Rey, que podría haberse encontrado con una pelota mucho más gorda si toda esta información no fuera del dominio público. Un servidor es partidario de no tocar lo que funciona y, además, tiene muy presente que las dos experiencias de república que hemos vivido terminaron como el rosario de la aurora”. El imperio de la ley, lo que los anglosajones denominan “rule of law”, es la razón de ser de una democracia. Sin legalidad, no hay democracia. Punto. Proteger al Rey Juan Carlos con tantas pruebas incontestables encima de la mesa como hacen muchos medios es, en primer lugar, hacerle un flaco favor a esa Corona que dicen defender. A más, a más, supone resucitar ese concepto medieval de la monarquía acuñado por Luis XIV que pasa por sacralizar el concepto de que el Estado es él. Nada que ver con lo que debe ser una monarquía constitucional, sujeta a la crítica como cualquier otra institución.

La base que sustenta la monarquía es la ejemplaridad. Como apunté y titulé un domingo como hoy hace dos años exactos, “O la monarquía es ejemplar o no será”. Juan Carlos I se ha cargado por su nulo ejemplo ético todo el legado, que no era precisamente menor tras haber conseguido ejecutar incruentamente el viaje de la dictadura a la democracia. Periplo que se estudia como ejemplo a seguir en las principales facultades de Ciencias Políticas de todo el mundo, verbigracia, las estadounidenses. Felipe VI, que no tiene ninguna culpa de las corruptelas de su padre, porque ni estaba ni se le esperaba en ellas, sólo dispone de una salida: ponerse a la cabeza de la manifestación y amputar el miembro tumorado antes de que la metástasis se extienda por todo el organismo, en medio de una coyuntura en la que tiene a las encuestas en contra y a medio Gobierno con ganas de consumar un nuevo 14 de abril. Tanto él como muy especialmente la Reina están limpios. Que a mí me conste al menos. Sólo una decisión drástica y rápida le reconciliará con el favor popular del que históricamente, bien es verdad que cuando todo se tapaba, gozó la Corona. Aún está a tiempo.

 

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