Sánchez se arrastra entre su propio detritus

Pedro Sánchez

Bien estudiado, existe una pequeña diferencia entre el inexportable Rodríguez Zapatero, el hijo del jefe de la Asesoría Jurídica del Ayuntamiento de León durante el franquismo, y el hombre que intenta mimetizarse con Felipe González, cuando en realidad son dos realidades tan parecidas como el vino (Felipe) y el ácido sulfúrico (Sánchez), aunque ambos hayan estado cobijados bajo las mismas siglas.

Zapatero ya a finales del 2009, se percató de que no tenía ni capacidad ni cuajo para enfrentarse al leviatán de la crisis financiera que torpemente agravó dejando, finalmente, un Estado en la quiebra más palmaria. Lo suyo era el bla, bla, bla, ayudar a enriquecerse a sus visitadores nocturnos (Miguel Barroso, José Miguel Contreras, los empleados de éste en forma de directores de páginas web…) y sonreír bobaliconamente. Poco más. Se fue por la pata abajo cuando le pegaron sendos telefonazos Obama y Merkel. Sólo a partir de ahí hizo lo que mejor sabe: correr como un pollo sin cabeza a matar su tiempo entre Evo Morales y Hugo Chávez, y luego a Maduro.

El caso de Pedro Sánchez es distinto. En sus momentos de lucidez, que son pocos, es también consciente de que cuando pulse el botón de las urnas, el golpe que le propinará el pueblo hará correr despavorido al heraldo mentiroso y fatuo que se apellida Tezanos. La diferencia, por tanto, está en el Manual de resistencia que le escribió una plumífera a sueldo y que el jefe del Gobierno ha terminado por creerse. En ese envite desbocado, está dispuesto a utilizar todos los recursos que su condición de primer ministro le asegura.

Nada más hay que estudiar con detenimiento sus comportamientos en el último debate en el Senado con Nuñez Feijóo. Baste que le aprieten un poco los tornillos -¡ya era hora, Feijóo!- para que su cara se convierta en un poema a la manera de Gila. Porque lo sustancial entre el manirroto presidencial es que ha terminado por creerse sus propias mentiras y cuando se las recuerdan, sus aspavientos, sus tics y sus exabruptos hacen enrojecer a los extraños y, sobre todo, a los propios, aunque le aplaudan por obligación y por dinero.

Y en esas continuamos. Cada día que pasa, el Estado, todos los españoles de hoy y del mañana, se endeudan en más de 200 millones y el susodicho tocando la cítara. A su alrededor empiezan ya las cábalas. ¿Qué cábalas? Pues, ¿qué harán después de que el leviatán sea arrastrado por la corriente?

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