Ridículo del mundo libre

Ridículo del mundo libre
Vladimir Putin y Joe Biden.

Con Biden es menester emplear antitéticamente ese aforismo mundial que sostiene que “una imagen vale más que mil palabras”. Que el presidente de los Estados Unidos está gagá o casi no lo digo yo, lo aseveran los contundentes a la par que insobornables hechos. Su rosario de meteduras de pata es interminable, tanto que ha dado ya para varios libros en Estados Unidos, unos cuantos programas especiales y billones de tuits, instagrams o whats. La última perla llegó el miércoles durante su discurso sobre el Estado de la Unión en el que, cómo no, tocó el drama de Ucrania: “…Putin podrá rodear Kiev con tanques pero nunca ganará el corazón de los iraníes [sic]…”. Calculo que estamos ante el lapsus 30.000 de un personaje cuyo riego cerebral debe estar bajo mínimos, algo que no es necesariamente achacable a su edad ya que la mayor parte de las personas de 79 se encuentra en plena forma mental. Lo dicho: en su caso valen más 14 palabras que mil imágenes.

La conclusión es que el pedazo de crisis de Ucrania, que recuerda peligrosamente a la ocupación de los Sudetes por parte de Adolf Hitler, ha llegado en el peor momento porque al frente del mundo libre tenemos a un inempeorable presidente que es un simple títere de la izquierda más radical que se recuerda en la historia de la superpotencia. Tan claro tengo eso como que si Donald Trump continuara en el Despacho Oval no se hubiera llegado a este extremo porque el Mussolini del siglo XXI, Vladimir Putin, siempre le respetó, no sé si por temor o por complicidad, pero el caso es que le respetó. Y tampoco es que el marido de Melania sea un dechado de salubridad mental pero las cosas como son: puso firmes al gordinflón norcoreano, Kim Jong-un, y al zar ruso. Lo del Hitler en potencia que es Xi Jinping es otro cantar: el estadounidense intentó revertir el brutal déficit comercial repatriando cerca de 300.000 millones de dólares y el presidente chino se vengó dando rienda suelta al virus que echó a su rival de la Casa Blanca y ha matado a decenas de millones de personas.

Que el poder del mundo se está yendo a Oriente, con la victoria de la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón, lo demuestra lo ocurrido en los dos acontecimientos internacionales más importantes del último año que, encadenado al 2020 del virus chino, componen un biennum horribilis. Me refiero, obviamente, a Afganistán y Ucrania. La salida de los Estados Unidos del país de Asia Central fue para mear y no echar gota. Biden aseguró primero que los talibanes llegarían a Kabul en “tres o cuatro semanas” desde el inicio de la retirada el 15 de agosto, luego se fio de unos salvajes que se plantaron ¡48 horas después! en la capital asegurando que respetarían los derechos de las mujeres y finalmente es de nuevo un estado fallido en el que se amputa las manos a los ladrones, el burka es obligatorio, sólo pueden ir a la universidad los hombres y se continúa ejecutando sádicamente a los homosexuales.

El ‘caso Putin’ es una pifia compartida, no se puede achacar únicamente a los EEUU en general ni a Biden en particular, viene de muy lejos

Este ridículo se une al que coprotagonizó con Barack Obama en Siria. Iban a intervenir, iban a intervenir y al final se fueron por la pata abajo permitiendo que los salvajes del Estado Islámico campasen a sus anchas, que Bashar el Assad siga haciendo de las suyas y generando la mayor crisis de refugiados conocida desde la Segunda Guerra Mundial. El caso Putin es una pifia compartida. No se puede achacar exclusivamente a los Estados Unidos en general ni a Biden en particular. Viene de muy lejos. Tan lejos como ese octubre de 2006 en el que sicarios de ese nuevo KGB que es el FSB descerrajaron cuatro balazos sobre Anna Politkóvskaya, una periodista decente, independiente, prestigiosa y prestigiada que se había caracterizado por sacar a la luz los trapos sucios de los gánsters que mandan en Rusia. El mafioso que gobierna el país más extenso del planeta se las gasta así con todos aquéllos que osan romper su estructura de confort y sus milmillonarios business.

Los estadounidenses se hicieron los suecos también cuando mes y pico más tarde falleció envenenado por una dosis letal de polonio 210 Alexander Litvinenko, que casualmente había apuntado a Putin como autor intelectual del crimen de Politkóvskaya. Un crimen que dio la vuelta al mundo, eso sí, sin que los Estados Unidos ni ninguno de sus aliados dijeran esta boca es mía. Occidente también miró hacia otro lado cuando se volvió a envenenar a otro opositor al sátrapa, Sergei Skripal, y a su hija en Salisbury, localidad situada a poco más de 100 kilómetros de Londres. La pasta volvió a pesar más que la dignidad y los derechos humanos. Volvieron a hacer de vomitivos Pilatos cuando ocurrió tres cuartos de lo mismo con Alexei Navalni. También había sido intoxicado por el Gobierno ruso, aunque en este caso con Novichok, un agente nervioso caracterizado por su altísimo índice de letalidad y empleado por el KGB para eliminar rivales durante la Guerra Fría. Aunque parezca mentira, sobrevivió, vaya si sobrevivió, al punto que en estos momentos está considerado el Lech Walesa ruso.

Llovía sobre mojado. Lo de Ucrania viene de lejos. Tanto como de ese 2014 en el que este asesino robó Crimea a Ucrania, invasión que le salió gratis por parte de una comunidad internacional que prefería hacer negocios con Rusia, la nación con más materias primas de la tierra, antes que practicar la ética o aplicar la legalidad. Y eso que, al César lo que es del César, los Estados Unidos han exhibido más moralidad que otros como Reino Unido, España o Francia que han dejado entrar sin mayores miramientos las billonadas de esos 200 ó 300 mafiosos rusos a los que benévolamente se les llama “oligarcas”. Oligarcas que, en realidad, son miembros de una gran pirámide criminal en cuyo vértice superior se halla el careto desfigurado por el bótox del capo Vladimir. Los americanos han levantado a través de la DEA, el Fincem y el FBI un auténtico muro para evitar la irrupción de dinero sucio ruso en su circuito financiero.

Especialmente llamativo es el papelón de Emmanuel Macron, que intentó jugar el rol de salvador del mundo y ha acabado como un tonto 

Por cierto: lo de Londres, rebautizada despectivamente por los libérrimos medios británicos como “Londongrado”, es cantosísimo, ya que la mayor parte de las mejores propiedades inmobiliarias ha caído en manos de mafiosi rusos ansiosos de lavar su dinero y blanquear su vida lo más lejos posible de Putin. Algo similar a lo que sucede en Marbella, Mallorca, Ibiza, París y la Costa Azul. Tan cierto es que las autoridades antiblanqueo hacen su trabajo razonablemente bien como que las cortapisas legales a esta gentuza son mínimas.

El mundo tampoco movió un dedo cuando separatistas prorrusos de Ucrania derribaron el vuelo MH17 de Malaysia Airlines hace ocho años asesinando de un misilazo a 298 personas. Un crimen de lesa humanidad imputable a las autoridades rusas, que habían proporcionado el misil Buk que abatió el Boeing 777. Ni tampoco sabiendo como saben que el Ejército Rojo lleva años armando hasta los dientes a las milicias terroristas del Donbás. Y todos, unos y otros, iban a rendir pleitesía al genocida que ahora está poniendo las semillas de lo que puede ser la Tercera Guerra Mundial. Especialmente llamativo es el papelón que ha desempeñado Emmanuel Macron, que intentó jugar el rol de salvador del mundo y ha acabado como un tonto a las tres por los desprecios y las jugarretas de un tipo que es tan diabólico como frío. “Francia es un país líder en la UE, Francia es miembro de la OTAN, pero no es el líder. En este bloque manda otro país. Entonces, de qué tratos podemos hablar?”, le chuleó el presidente ruso tras reunirse con él en Moscú en esa famosa entrevista en la que su homólogo galo se negó a hacerse un PCR por el lógico miedo a que los rusos se hicieran con su ADN.

El mundo libre lleva dos décadas haciendo el ridículo más espantoso con este pájaro y con la dictadura china. Pasándoles todas las barrabasadas por alto. Y en esta ocasión asegurando desde Navidad que la sangre no llegaría al río. Han marrado en sus vaticinios desde Macron hasta Scholz, con la lamentable participación de una Unión Europea que ni estaba ni se la esperaba porque pinta menos que yo en la NASA. El único que dio en el clavo, eso sí, en el sprint final de esta carrera al apocalipsis, es Joe Biden, que se ha quitado la espinita del peripatético papel jugado por los Estados Unidos con las no armas de destrucción masiva iraquíes y con esa opereta bufa en que devino la retirada de Afganistán. Al contrario que el inquilino de la Casa Blanca, los satélites yanquis, el sistema de espionaje de comunicaciones Echelon y sucedáneos no fallan. Escucharon literalmente cómo Putin daba la orden de arrasar Ucrania.

A esta chusma hay que darles, para empezar, donde más les duele: en el bolsillo, pero este aviso a navegantes llega demasiado tarde, me temo

La historia, especialmente la más negra, se repite. La mal llamada gripe española de 1918 ha tenido su reedición en el Covid de 2019 y la ocupación de los Sudetes de 1938 dispone ya de su versión posmoderna en la salvaje invasión de Ucrania, que si bien es cierto formó parte de la gran Rusia no lo es menos que es independiente y que históricamente ha odiado a su vecino, especialmente tras el Holodomor de un Josef Stalin que forzó la muerte por inanición de 5 millones de ciudadanos de la nación azul y amarilla. El apaciguamiento de Chamberlain y Daladier sólo sirvió para fortalecer a Hitler, que ganó tiempo para rearmarse despistando, y la convivencia con el asesino de San Petersburgo ha tenido exactamente el mismo efecto: agrandar al monstruo hasta extremos insospechados. La gran pregunta es si estaríamos así si las descomunales y no menos necesarias sanciones a un tipo y a un régimen que merecen acabar en el Tribunal Penal Internacional de La Haya se hubieran impuesto hace 10 ó 15 años. La respuesta es perogrullesca: no. A esta chusma hay que darles, para empezar, donde más les duele: en el bolsillo. Pero este aviso a navegantes llega demasiado tarde, me temo.

La gran duda que mantiene en vilo a los habitantes del planeta tierra es si esta crisis degenerará en la Tercera Guerra Mundial. Temor disparado hasta el infinito después de que las tropas a las órdenes del malnacido presidente ruso tomasen la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, y tras la advertencia de que tomará como “una declaración de guerra” la inverosímil zona de exclusión aérea sobre Ucrania. Algo ya descartado previamente por la OTAN, ya que la nación ocupada no forma parte del Club de los 29. Conviene recordar que la Alianza Atlántica sólo puede acudir al rescate de uno de sus miembros, vamos, que las súplicas de Zelenski no pueden ser atendidas. El clarividente Josep Borrell lo pudo decir más alto pero no más claro: “La OTAN no interviene porque eso sería la Tercera Guerra Mundial”. El cristo de verdad se montará el día en que Xi Jinping, socio de Putin, dé la orden de ocupar esa China libre que es Taiwán. Sea como fuere, que Dios nos pille confesados.

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