Rex Populi

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Hace un lustro que el Rey Juan Carlos I abdicó. Es buen momento, por ello, para glosar con respeto y admiración la figura de este ciudadano español muy especial. Han sido muchas las luces y las sombras que envuelven su vida desde aquel lejano día de 1948, en que tan solo con 10 años llegó en tren a la estación de Atocha desde Estoril reclamado por Franco con el fin de ser educado para el trono. Franco, que no había tenido hijo varón, había dejado bien claro al Conde de Barcelona, Don Juan , padre del Monarca,  que nunca llegaría a ser Rey. Y si este quería que la institución monárquica regresara y tuviera alguna posibilidad real en España, debería dejar en sus manos la formación de Don Juan Carlos.

Hace ya  tiempo que leí la biografía del Rey Juan Carlos escrita por el historiador británico de izquierdas Paul Preston. No necesito tirar de ella para recordar los méritos de su Majestad. Los tengo en la memoria y además, con todo respeto, considero que estuvo más acertado el investigador inglés cuando escribió la biografía de Franco.

Don Juan Carlos de Borbón ha sido la figura histórica más relevante del último medio siglo de nuestra Historia. Aunque hoy la desmemoria a veces nuble nuestra visión. Y lo fue ya antes, en aquel lejano día de julio 1969, cuando era votada en las Cortes franquistas la sucesión a título de Rey en la Jefatura del Estado del entonces Príncipe Juan Carlos.

Esta ley, aprobada por los procuradores en Cortes, daba carta de naturaleza a su entronización como futuro monarca en plena dictadura franquista. Pero no fue un camino de rosas el que tuvo que recorrer Juan Carlos. En plena juventud la muerte accidental de su hermano Alfonso; la disciplina castrense a que fue sometido desde adolescente en una España en «blanco y negro”; la estricta formación en las academias militares; sus estrechuras económicas; y luego sus viajes por España acompañado por la joven Princesa Sofía, las luchas e intrigas palaciegas en el Pardo; el apoyo decidido de Carmen Polo, esposa de Franco, a su adversario y primo Don Alfonso de Borbón Dampierre, casado con la nieta de Franco; la ojeriza del entonces Presidente del gobierno Arias Navarro y la animadversión del entonces falangismo más rancio agrupado en torno al denominado búnker político contra su persona. Todo ello sin olvidar el choteo del Régimen menos aperturista, que no veía en el Príncipe Juan Carlos a un auténtico Jefe de Estado. Pero tampoco lo tuvo fácil desde el otro lado del espectro político, y menos aún desde su propia Familia Real, de la que fue extirpado siendo apenas un niño.

No era sencillo hacer comprender a su propio padre, legítimo heredero de la Corona, que debía abdicar de sus derechos dinásticos para que su propio hijo subiera al trono. Recuerdo que la ley de 1969 por el que se nombraba a Juan Carlos sucesor a título de Rey, tuvo 491 votos a favor de los procuradores de Franco y solo 19 votos en contra, precisamente de los monárquicos que desde Estoril arropaban a su padre el Conde de Barcelona.

La izquierda en el exilio, fundamentalmente republicana, tampoco lo veía con buenos ojos, pues representaba el símbolo de Franco y de su continuismo en el poder. En esa difícil tesitura y en pleno tardo franquismo (1973-1975) Don Juan Carlos contó con dos inestimables aliados, a saber: su preceptor y maestro Torcuato Fernández Miranda, Catedrático de Derecho político de la Universidad de Oviedo, quien le enseñaría la fórmula mágica de la Transición política –de la ley a la ley – después de que el Príncipe hubiera jurado los principios fundamentales del movimiento nacional. Y el entonces joven Gobernador Civil de Segovia, Adolfo Suárez, a quien el Rey Juan Carlos metería de rondón en la “ínclita” terna del Consejo del Reino para que luego pudiera ser elegido Presidente del Gobierno de la Monarquía Preconstitucional.

Corría el año 1976 y aún no se había aprobado la ley para reforma política, y los partidos políticos estaban todavía en la clandestinidad.

Hoy numerosos comentaristas, tertulianos y politólogos cometen el error harto  frecuente de ver y analizar a los personajes fuera de su contexto histórico. Y al Rey Don Juan Carlos se le contempla ahora en el 2019, en el mejor de los casos, con mirada simplista como un monarca que tuvo aciertos y errores, sin reparar ni por un sólo instante en el transcendental papel que ha jugado en el tablero de ajedrez de la vida política española.
Este rol lo ha desempeñado su Majestad no solo en la defensa del orden constitucional durante el golpe de Estado de Tejero de 1981 -algo que todo el mundo reconoce-, sino como el gran arquitecto de la modernización de España.

De la España del SEAT 600 a la de las autopistas y el AVE; de la España del telediario en monopolio y blanco y negro a la de la libertad de los medios de comunicación; de la España de las leyes fundamentales del movimiento nacional, a la Carta Magna de 1978 que el Rey impulsó como nadie; de la España de la mili de chusco obligatorio a la de un Estado miembro de pleno derecho en la OTAN; de la España de la autarquía y los planes de estabilización económica a un Reino de España miembro pleno y destacado de la Unión Europea.

En definitiva, y aunque hoy la memoria nos falle, el Rey Juan Carlos ha sido el líder principal que ha encabezado la modernización de España. Soy consciente de que los españoles no somos nada propensos a reconocer los méritos de nuestros compatriotas. Más nuestro Rey emérito está ahí , instalado en la galería de los grandes de la Historia,  no sólo por meritocracia sino por resultadocracia. Ademas, los logros alcanzados por el pueblo español bajo el Reinado de Juan Carlos como cabeza de la monarquía parlamentaria se expresan por sí mismos. La estabilidad del régimen político y constitucional de 1978 y la modernización de la economía en estos últimos 40 años son grandes conquistas innegables y constituyen el núcleo de su legado histórico. Es por ello que contemplar la figura de este Rey afable y borbónico y verlo desde la óptica de las páginas rosas de las revistas del corazón resulta, cuanto menos, hilarante. Y lo dice todo de aquellos que solo son capaces de ver esto en su persona regia.

El Rey Juan Carlos ha representado además lo que a mí me gusta llamar los valores republicanos encarnados en una monarquía parlamentaria. Y considero  sinceramente que es por esa razón que hombres de sólido pensamiento republicano le han respetado tanto en su toma de posesión como en su abdicación.  Pienso en Santiago Carrillo, en Felipe González y en Alfredo Pérez Rubalcaba. El Rey Juan Carlos ha sido “el primer funcionario del Estado”, así como el primer Canciller experto en relaciones exteriores, y esto se ha puesto de manifiesto a través de su ingente actividad institucional y de relaciones internacionales durante todo su reinado.

Sus logros diplomáticos son impagables para la nación. Le ha tocado vivir un momento histórico muy complejo aunque ahora se olvide, quizás aun más complicado que el que le toca vivir ahora a su hijo Don Felipe, por la sencilla razón de que el Estado es actualmente más fuerte y la monarquía está razonablemente asentada.

Me da la risa cuando en reuniones internacionales de abogados, a las que asisto por razones profesionales, oigo decir con condescendencia que España es «una democracia joven aún». Y digo que antes que Italia existiera como Nación en 1868 , o la propia Alemania como Estado, y antes que el imperio Austrohúngaro saliera del ancien regime, la Constitución liberal española de 1812 amparaba por igual a nuestros compatriotas peninsulares que a los de los territorios de ultramar, actualmente Cuba, Filipinas o los países hispanoamericanos.

Juan Carlos de Borbón es el Rey que ha traído a España la modernización y ha devuelto al solar patrio la tradición liberal. Larga vida al Rey.

  • José F. Estévez, abogado, es Socio Director de Cremades Calvo-Sotelo

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