Una retirada humillante jamás es una victoria

Una retirada humillante jamás es una victoria

Conociendo a Pedro Sánchez, no es de extrañar que intente convertir una retirada humillante como la de Afganistán en una victoria. El derroche de sentimentalismo con el que el Gobierno está vendiendo los logros -sin duda incuestionables- de la evacuación de los españoles y los afganos no nos debe llevar a confundir una misión humanitaria exitosa con una derrota aplastante en el plano militar y geopolítico. Una derrota que comenzó en junio de este año cuando el Gobierno sacaba pecho ante una pregunta de Vox de lo bien que lo estaba haciendo en Afganistán.

Como desvela OKDIARIO, el Gobierno socialcomunista estaba en la inopia más absoluta en el momento en que se confirmó la salida de las tropas de Estados Unidos de Afganistán. Lejos de planificar una retirada ordenada y segura que evitase las imágenes de caos y desesperación que hemos visto estos días en Kabul, Sánchez presumió de «la enorme credibilidad que había ganado España como socio OTAN» y que seguiría «intensificando la cooperación con Afganistán». Es desmoralizador comprobar que el Gobierno no tenía la menor idea de lo que iba a suceder apenas dos meses después. Ni un atisbo de preocupación.

Por el contrario, Sánchez despachaba la pregunta de VOX alardeando, con la habitual chulería que distingue al personaje, de los 525 millones de euros gastados en cooperación en los últimos 15 años en Afganistán. La parte más tragicómica es cuando anuncia que «España mantendrá su Embajada en Kabul». Estaban seguros de que la transición sería pacífica y amistosa con esos moderados talibanes con los que tantas ganas tiene el socialista Josep Borrell de sentarse a negociar. Tan confiados estaban que el Gobierno ofertaba el pasado lunes en el BOE una plaza de operador de comunicaciones para la Embajada en Kabul en mitad del caos.

Como si fuera poco, Sánchez se fue tranquilo de vacaciones a Lanzarote no sin antes autorizar el cese del embajador de España en Afganistán, Gabriel Ferrán Carrión. El embajador saliente ha tenido el gesto ejemplar de renunciar a la oportunidad de abandonar el país en uno de los vuelos de Defensa, para así poder ayudar hasta el final en las tareas de evacuación. Una vez más, nuestros cuerpos militares y diplomáticos han tenido la altura de miras de la que carece un presidente que despacha crisis internacionales en alpargatas. A veces, una retirada a tiempo puede ser una victoria, como dijo Napoleón. Pero una huida deshonrosa como la de Kabul no puede reposar en otra vitrina que no sea la reservada a la infamia.

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