Refutando la ‘economía Popeye’

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Se nota si un ministro, alto cargo o técnico han hecho carrera en el extranjero porque repiten con frecuencia el adjetivo «robusto» para referirse a situaciones de fortaleza, aunque sea aparente. La campeona en el uso de la palabra «robusto» es la vicepresidenta Calviño, y después sus corifeos mediáticos. Todos los citados ven la economía boyante, como los toros que les gustan a los matadores más finos, pero yo soy, utilizando el calificativo de la ortodoxia socialista, un «profeta del Apocalipsis». Me parece que la economía camina sin nervio, exangüe.

Los optimistas irredentos y propagandistas del Régimen están exultantes con los últimos datos: un crecimiento del PIB del 5,5% en 2022, así como un mercado laboral que está demostrando su «resiliencia» -¡qué cursis son!-. Sucede, sin embargo, que ninguno de los dos datos ofrece una imagen real de la coyuntura.

Aunque sea difícil de explicar, la cifra del 5,5% es mera apariencia. Y de la peor. Es el resultado de comparar un magro desempeño -otra palabra adictiva para los defensores del Gobierno- con lo sucedido en 2021, muy marcado todavía por la pandemia y el repliegue de la actividad correspondiente. Pero si uno mira con atención lo ocurrido el año pasado, lo único realmente cierto es que sólo en el segundo trimestre crecimos con una cierta decencia -el 2,2%-. Los demás periodos han sido deprimentes, y especialmente el último, cuando el PIB sólo aumentó un 0,2%. Esto significa que la actividad se está frenando aceleradamente a pesar de los chutes de adrenalina -en su mayor parte inconvenientes- aplicados por el Ejecutivo a través de subsidios y ayudas indiscriminadas, así como otras decisiones nefastas para la sanidad de las cuentas públicas como la ominosa revalorización de las jubilaciones más de un 8%, aprobada sólo para captar el voto de los diez millones de pensionistas, muchos de los cuales ganan más que un trabajador en activo.

No sé si esta muestra grosera de generosidad hará mella en los mayores cuando metan la papeleta en la urna, pero transmite el mensaje nocivo de que el presupuesto del Estado es capaz de aguantarlo todo, aunque tengamos un déficit estructural y una deuda pública entre las más altas de Europa. Convierte a los pensionistas en irresponsables. Los desvincula por completo de la solidaridad obligada en la solución de los problemas pendientes y se hace a costa de castigar aún más a las empresas y a los empleados, acosados por la evidente destrucción de tejido productivo y una tasa de desempleo a toda vista infame.

Esto, lo del mercado laboral es aún peor. Durante el último trimestre de 2022 ya sólo creó empleo el sector público, mientras el sector privado destruyó más de cien mil puestos de trabajo. La tasa de paro superó el 13%, situándonos en cabeza de la zona euro, y el desempleo juvenil rebasó ni más ni menos que el 30%, anunciando la catástrofe que va a producir la contrarreforma aprobada por la comunista Yolanda Díaz y de la que tan orgullosos se sienten tanto el presidente Sánchez como Calviño, su mano derecha.

Con los jóvenes, el Gobierno está cometiendo un atropello sin precedentes, y espero que sus abuelos tomen buena nota cuando les toque decidir el futuro del país. La salvaje subida del salario mínimo, que el Ejecutivo está dispuesto a profundizar en breve, ya ha impedido, y lo hará más en el futuro, la contratación de las personas sin experiencia, menos formadas, escasamente cualificadas y lógicamente incapaces de proporcionar un valor añadido superior a la retribución legal que quiere imponer arbitrariamente este Gobierno inepto y sin escrúpulos. Cuando la desaceleración de la economía empiece a ser más patente y enseñe todas sus garras, junto a una inflación elevada y de evolución incierta, estos manejos marxistas en el mundo de las empresas en perjuicio de las personas en edad más tierna provocarán consecuencias todavía más onerosas e insoportables.

Pretender resolverlas con cheques de 300 euros para gastar en videojuegos es lo más parecido a un acto criminal. Pero esta es la siembra penosa que se recoge cuando se rehabilita a los sindicatos venales del país como agentes principales en la organización de las condiciones de trabajo y en el dictado de la política salarial de unas compañías adicionalmente asfixiadas a impuestos, obligadas a pagar las cotizaciones sociales más altas de la UE, sodomizadas por la Inspección de trabajo a cargo de la comunista Díaz y machacadas por regulaciones absurdas sobre la igualdad de género, la movilidad en el transporte de sus trabajadores o impedidas para contratar a los becarios que han funcionado casi siempre bien a lo largo de la historia.

Si las cosas fueran en la dirección adecuada, como el Gobierno asegura, e incluso dando por bueno un crecimiento del PIB del 5,5%, o el real, sólo por encima del 2%, el empleo, que es un indicador retardado y consecutivo de la actividad, debería estar subiendo muchísimo más que el 1,4% de incremento con el que acabó el año pasado. Pero sigamos y pensemos sólo por un momento en la tasa de paro, como resumen de todos nuestros males y deficiencias en la gestión pública, principalmente de los socialistas. ¿Cómo es posible que permanentemente duplique la europea? Esta es una cuestión que siempre evitan los trompeteros del Gobierno y los sedicentes intelectuales que lo apoyan. Sólo hay, sin embargo, una explicación posible de tal excentricidad. Sólo una. Si seguimos teniendo sistemáticamente más desempleados que los demás es por la rigidez de nuestro mercado de trabajo, por la ausencia de flexibilidad de las compañías para desenvolverse, producir y vender con las menores dificultades posibles y por la intervención ofensiva de los sindicatos en la vida laboral. Éstos son los tumores que no sólo no ataca este Gobierno, sino que se ha prestado con devoción a convertir en una metástasis de difícil curación.

Éstas son también algunas de las razones por las que ni la economía española ni el mercado laboral están robustos. Este adjetivo predilecto de la gente guay, viajada y resiliente, yo sólo lo empleo para las personas de complexión fuerte y para los jóvenes como mis hijos que van al gimnasio a hacer tableta con éxito. En términos más cariñosos, el término «robusto» me recuerda al inefable personaje de los dibujos animados Popeye, cuando tomaba espinacas y ya entonces era capaz de salvar a la flaca y entrañable Olivia de Brutus. Pero ya comprendo que los jóvenes no han visto jamás esta serie tan simple y divertida. En cambio, los pensionistas sí. A ellos les dedico este final trivial, para que antes de votar piensen en que los socialistas no comen espinacas y están, por tanto, inhabilitados para enderezar el rumbo del país.

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