Protestas de cuarentena

Protestas de cuarentena
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Nadie me tiene que contar lo que ocurrió en la calle Núñez de Balboa los días previos al domingo 10 de mayo del corriente. Durante casi dos meses, un chaval del barrio, estudiante y DJ en sus ratos libres, pinchaba todos los días a las ocho de la tarde el himno de España para acompañar los aplausos a los sanitarios. Después, media hora de sesión en la que sonaban temas de hoy y ayer, junto con felicitaciones de cumpleaños. Día sí y día también, por la calle Núñez de Balboa, entre Don Ramón de la Cruz y Ayala, circulaban coches de policía, local y nacional, que encendían sus sirenas al ritmo de “Danza Kuduro” y se llevaban una merecida ovación vecinal. Lo mismo ocurría con el personal del supermercado que hay en la manzana e, incluso, uno de los días acudió una ambulancia, cuyos profesionales sanitarios, tras aparcar el vehículo, se quedaron en la calle bailando y disfrutando (nadie se lo merece más que ellos), siendo protagonistas del segundo aplauso de la tarde.

Nadie me tiene que contar lo que ocurrió en la calle Núñez de Balboa en la tarde del domingo 10 de mayo del corriente. El DJ del barrio había anunciado a sus vecinos que sería el último día en que se pondría a los mandos de su mesa de mezclas, ya que empezaba periodo de exámenes y debía centrarse en sacar adelante el curso académico. Así, los días anteriores, los vecinos de la manzana se movilizaron para hacer una colecta (poniendo buzones en los portales) y comprar un detalle al DJ por su fidelidad diaria con el barrio.

Pese a que la hora de entrega, que sería al terminar la sesión, coincidía con el recién estrenado horario de paseo aprobado por el Gobierno y, por tanto, los vecinos podrían salir a la calle a caminar, se decidió que fueran dos o tres personas las que, aprovechando un cómplice que haría al muchacho salir a la calle con cualquier excusa, le entregarían el regalo en nombre de todos.

Pues bien, esa tarde del domingo 10 de mayo, al poco de que concluyera el himno, comenzaron a llegar efectivos de la Policía nacional. Dos, cuatro, seis, ocho, 10… los policías comenzaron a acordonar la zona bajo la mirada atónita de los vecinos que, desde sus terrazas y balcones, disfrutaban del último día de música. Algunas personas que estaban en la calle comenzando su paseo diario (repito, en horario permitido) aplaudieron a la Policía, sin saber que, minutos después, serían víctimas del azote de la Delegación del Gobierno de Madrid. Me consta que algún vecino llegó a pensar que el despliegue policial se debía a la presencia de alguna personalidad relevante que venía a dar las gracias al DJ por su esfuerzo diario. Pero nada más lejos de la realidad. La calle, al igual que en toda España gracias al embudo temporal al que nos ha condenado el Gobierno, se empezaba a llenar de gente y, como es lógico, ante semejante despliegue, los curiosos decidían transitar por la manzana de referencia. Se produjo así una situación kafkiana en donde la Policía, con su inesperada presencia, se convirtió en el mejor reclamo para aglomeraciones espontáneas que nada tenían que ver con una protesta de índole política. Ese día terminó con los agentes como imán de la aglomeración y obligando a los vecinos que paseaban a volver a sus domicilios. Y en ese momento fue cuando comenzaron espontáneamente las soflamas de los ciudadanos reclamando libertad y la dimisión del Gobierno.

Desde el pasado día 10 hasta hoy las protestas se han generalizado a lo largo del país, pese al intento gubernamental (y de sus lacayos de pluma y antena) por demonizarlas. No es deseable que una sociedad se condene eternamente a tener que salir a la calle con una cacerola entre las manos, pero lo es menos que permanezca impasible ante la gravedad de la situación que estamos viviendo. Por tanto, la legitimidad de estos actos es evidente, siempre y cuando, claro está, se guarde la distancia personal recomendada por razones sanitarias y se mantenga el tono pacífico. Del mismo modo, la policía, como garante de la seguridad de los ciudadanos, debe actuar con el máximo respeto a los derechos fundamentales de los ciudadanos y no dejarse instrumentalizar por los políticos.

Por último, conviene recordar que los mismos que hace pocos años calificaban de “jarabe democrático” los escraches a políticos de otro signo, ahora pretenden amordazar a los ciudadanos que se expresan libremente denunciando la gestión gubernamental. Los que hace pocos años atacaban a nuestros policías y guardias civiles, ahora intentan servirse de ellos para sembrar el miedo entre los españoles que ven cómo sus vidas se desmoronan mientras el Gobierno presume de datos y estudios falsos. Los que hace pocos años convocaban manifestaciones por la muerte de un perro al grito de “Gobierno asesino”, ahora quieren reprimir cualquier conato de protesta pacífica. No debemos olvidar que el uso de la autoridad con fines políticos es la principal característica de los regímenes totalitarios. Por tanto, emulando a algún destacado miembro del Gobierno, quizá sea el momento de activar una “alerta democrática” contra ellos.

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