El presidente en vaqueros

El presidente en vaqueros

Las elecciones del 10 de noviembre de 2019 han sido una catástrofe masiva, bañada de pura química, energía negativa en expansión. Píntenlo de rosa si quieren, o mejor, de verde y azul; pero la verdad es que son los colores del conde Drácula los que han vencido: el rojo y el negro. A la luz de la experiencia y guiada por impulsos inconscientes, la conducta de la mayoría de los españoles ha dado un resultado que hará al mundo sonreír detrás de una cortina de lágrimas.

Salvo en algunos políticos y periodistas, pocos, ha faltado en todo el proceso la inflamación interior del entusiasmo apasionado. La ola que se levanta demasiado empinada y veloz, suele caer como una catarata, pero no siempre es así. Ahora ya no hay nada que hacer, nos queda contemplar, con absoluta impotencia, una seguro espantosa recaída del humanismo en la bestialidad. La ruina de nuestro país la tenemos ante nuestros ojos.

Al reelegido presidente del gobierno sólo le preocupa una cosa: ser coherente consigo mismo. En esto, sí creo que hay solidez. Claro que todo se vuelve en locura colectiva cuando se busca la coherencia de sus principios. La egolatría, los resquicios personales, el distanciamiento del bien común, la búsqueda de extrañas justicias exaltan la cúspide del sentido de sus acciones políticas. Habría que hacerle entender que nada puede exaltar ni humillar tu “yo” sino tú mismo. Algún alma caritativa podría regalarle un libro de autoayuda para que lo lea con gafas de sol dentro del avión, mientras sus canas asoman a velocidad de vértigo como muestra evidente del infierno interno que deben acoger sus horas de soledad.

Los pantalones vaqueros con los que celebró anoche su victoria son un símbolo clarísimo de su postura ante la política. La popular prenda americana, que se supone que se identifica con desenfado y juventud, dejó claro el respeto que siente ante su cargo. Daba la sensación de que se levantó de la butaca de su casita en Moncloa y directamente se puso delante de los españoles para decirles que seguían bajo su mando. Quizás pensó que por ser domingo se lo podía permitir. Mientras, su mujer aplaudía con una energía desbordante, animal, inagotable. Un espectáculo que anuncia el declive de un país, que no remonta, que no consigue un equilibro y que necesita, desde las aulas, una revolución severa.

La nueva tercera fuerza política prometió resurgir la autoridad dentro de las aulas en colegios y universidades, apostando por la indispensable jerarquía que es necesaria en todos los órdenes. Ésta es la única esperanza de cambio que realmente hay. El problema de este desorden hay que atajarlo de raíz, y la raíz son los niños. Padres que son amigos, alumnos que no se doblegan ante la autoridad con soberbias tan ridículas como infinitas son, a la postre, la barbarie catastrófica que anuncia el de los vaqueros y los escandalosos aplausos de su mujer. El verde ha crecido, el azul se mantiene en su sitio en ascenso, pero ha ganado el rojo, Drácula y los espasmos disonantes.

Quien disfrute de la política tiene que cultivar la política. El gobierno de un Estado, país soberano, reconocido así en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y con órganos propios de gobierno, debe respetar el pasado de este Estado como un bien sagrado. Algunos necios dirán que los españoles nos aferramos demasiado al pasado, nosotros le llamamos tradición. En esto, nos parecemos mucho a los ingleses. Para valorar una tradición hay que sentir orgullo por un pasado común, y los gobernantes que han escogido la mayoría de los españoles no tienen este sentimiento. En ellos, el orgullo se convierte en desprecio, en rencor. Esto les lleva a tirar por tierra el tesoro patrimonial que hemos amasado entre todos durante siglos.

Como decía, las elecciones del 10-N han sido una catástrofe masiva. Azules y verdes, traten de conciliar lo inconciliable y descubrir la verdad, un afán inherente a la democracia clásica y a su propia naturaleza. Y, por cierto, muchas felicidades por el ascenso, qué pena que no se pueda hablar de triunfo. Pudimos o, al menos, lo intentamos.

Lo último en Opinión

Últimas noticias