Lavarles el cerebro hoy para que voten al PSOE mañana

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Con paradero desconocido durante casi toda la legislatura, el ministro de Universidades, Manuel Castells, ha dado señales de vida para presentar su anteproyecto de Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU): un engendro de ley en la que se privilegia a la mujer por encima de los hombres en los órganos colegiados y en la que los profesores titulares podrán ser rectores sin ser catedráticos. En el plano ideológico, se ataca a la Corona eliminando la función del Rey del apartado de expedición de títulos oficiales, algo previsible en un ministro que se declara anarquista, republicano y partidario del derecho a decidir. Algunos apartados de la ‘Ley Castells’ son puramente orwellianos como el refuerzo de las «unidades de igualdad y de diversidad», el abogar por el «impacto de género del presupuesto universitario» y el «registro salarial» para luchar contra la brecha en los salarios.

Un articulado redactado, como mandan los cánones ideológicos de este Gobierno, con perspectiva de género y fuerte vocación adoctrinadora. Pero es que además, como publica OKDIARIO, las universidades deberán promover «en todos los ámbitos académicos la formación, docencia e investigación en materia de memoria democrática como forma esencial de educación de las nuevas generaciones». El texto no hace diferenciación alguna entre centros públicos y privados, con el objetivo de que ningún estudiante universitario se quede sin recibir su ración diaria de papilla ideológica suministrada por el Gobierno de Pedro Sánchez.

Castells pretende que las nuevas generaciones no sepan quién fue Miguel Ángel Blanco ni Ortega Lara pero que sí se hagan selfies con el terrorista Otegi,  al que estudiarán en el futuro como un valiente demócrata antifranquista. Se condenará la apología del franquismo pero jamás la del comunismo porque sólo la izquierda tiene permiso para establecer la memoria por decreto. Castells sueña con generaciones enteras de españoles programados por la educación oficial para que no tengan las más remota idea de las vejaciones y sufrimientos que padecieron los católicos en la España republicana en la que llevar un crucifijo o una estampita de la Virgen era una sentencia de muerte. Como bien le recordó una vez el diputado Fran Carrillo (Cs) a Castells, «los suspensos de hoy serán vuestros votos de mañana».

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