El gran guiñol de Pedro Sánchez

El gran guiñol de Pedro Sánchez

Las características del embrollo post-electoral conducen casi todas a un desenlace de vieja fábula con una moraleja más cínica que siniestra. Jugar con el futuro de un país equivale a la rana cabalgada por el escorpión. De la dimisión de Albert Rivera al ascenso de Vox o a la atomización del Congreso de los Diputados lo que corona ese recuento del domingo es un Pedro Sánchez con tres escaños menos, sin mayoría en el Senado, un Teseo presuntamente destinado a guiarnos con el ovillo por el laberinto de Creta, aunque en esta ocasión el escenario mitológico se ha convertido en una escena de guiñol. Sánchez dilapida energía colectiva al modo de un hijo pródigo que un día se abraza a Torra en Pedralbes y otro pide una ley contra los referéndums anticonstitucionales, que alardea de ortodoxia europea con la ministra Calviño al tiempo que saca los restos de Franco para que la veleta gire a su gusto.

En cada recodo del laberinto post-electoral aparece Pedro Sánchez en efigie, como las caras de Bélmez. A esa confusión se adhiere gran parte de la clase política, sin soluciones, atrancada en sus cálculos de partido y afilando ya la espada para ensartar al enemigo-adversario acusándole de no querer pactar. Yo pacto, tú no pactas; nosotros pactamos, ellos no pactan. Y es así como una nación pierde un tiempo muy valioso sin prepararse con rigor para la desaceleración económica, sin estrategias de Estado para la turbulencia intensa del independentismo catalán y perdiendo atractivo para la inversión extranjera. ¿Qué presupuestos para 2020?

Es de gran guiñol, complementado con un rictus trágico. Reaparecen los encapuchados cortando carreteras en Cataluña y los pactos de Estado –pensiones, educación- llevan largo tiempo en el congelador. El ascensor social está parado y los autónomos van echando el cierre. Es difícil que eso se considere gobernar. Coparticipa un sistema político zarandeado por los imprevistos y en parálisis de autoridad. Coaligarse, ¿para qué? Nadie parece saberlo aunque las coaliciones sean la opción predilecta de los electores como modo de atajar una inestabilidad que quien sabe si no va a llegar a tocar el borde peligroso de unas nuevas elecciones. La estabilidad es la clave. Es erróneo aludir a una italianización de España para ir edulcorando los atisbos de una crisis del sistema representativo. Nadie la quiere pero no son pocos los que la procuran. La evaporación de Cs y la dimisión de Albert Rivera representan la tal vez fugacidad de un partido que quiso reducir al máximo el rol de los partidos nacionalistas en la gobernabilidad de España y que ganó las elecciones autonómicas en Cataluña para  ahora llegar a una inanidad fruto de errores estratégicos muy aparatosos. Mientras, el PP se recupera buscando no ceder espacio por la derecha a Vox y por otro lado consolidando el voto de centro. Y así al mago Sánchez se le van asfixiando los conejos que guardaba en la chistera.

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