Apuntes Incorrectos

¡Gran éxito! Hasta el FMI se mete con Ayuso

¡Gran éxito! Hasta el FMI se mete con Ayuso
¡Gran éxito! Hasta el FMI se mete con Ayuso

Hace bien el nuevo presidente del PP, el señor Feijóo, en tratar de centrar el debate público en una bajada de impuestos. Este ha sido siempre el santo y seña del partido y ha proporcionado resultados satisfactorios desde que a partir de 1996 Aznar demostrara que es posible reducirlos sin afectar a los servicios esenciales fortaleciendo al tiempo el sector privado y animando el crecimiento.

Pero esta opción política ahora parece más necesaria que nunca en el contexto de una inflación punitiva que se acerca peligrosamente al 10 por ciento. Todos los sondeos de opinión reflejan que la mayoría de los ciudadanos está a favor de recibir un oxígeno fiscal y tiene la impresión de que la carga que soporta es desproporcionada en relación con los ingresos que percibe. Si conocieran que el esfuerzo al que deben hacer frente es superior al de sus homólogos de otros países, todavía serían más beligerantes, pero no vamos a pedirles que, además de sacar la familia adelante, sean expertos en estadística.

La segunda virtud del planteamiento político de Feijóo es retratar el Partido Socialista. El presidente Sánchez se opone radicalmente a rebajar los impuestos. Pero los argumentos que esgrime son primarios. Primero dice que devolver hasta 10.000 millones de ingresos estatales extra a los ciudadanos alimentaría aún más la inflación, dando equivocadamente por hecho que la gente dedicaría esta inyección de liquidez a consumir más. Pero esto es altamente improbable. En un escenario de incertidumbre como el actual, este dinero iría básicamente al ahorro, a la recomposición de la situación patrimonial de las familias. Aún más pueril y demagógico es el segundo pretexto para rechazar el plan de Feijóo. En su opinión, una iniciativa de este tipo obligaría a hacer recortes en la sanidad, en la educación y a ir desmantelando progresivamente el estado de bienestar que los socialistas asumen falsamente como una construcción propia. Pero ya nadie traga con esta clase de sapos. La Comunidad de Madrid, con los impuestos más bajos de todo el país, sostiene un nivel de prestaciones públicas envidiable. Su red de transporte no tiene parangón en Europa, y lo mismo sucede con la cantidad y calidad de los centros hospitalarios y de los centros educativos. Aunque después de 18 años de haber puesto en marcha esta clase de políticas los ciudadanos que vivimos aquí nos hemos ahorrado 17.000 euros por contribuyente, equivalentes a una suma total de 60.000 millones, Madrid sigue siendo la autonomía que más crece, que mayor inversión exterior atrae, que más empleo crea, que tiene la renta per capita más alta y también la que más aporta al fondo de solidaridad interterritorial.

A diferencia de la caricatura que quiere hacer de ella el señor Sánchez, porque precisamente es la antítesis de todo lo que defiende el mandarín de La Moncloa, la señora Ayuso también cree que pagar impuestos es fundamental, lo mismo que contar con una burocracia eficaz, pero está completamente persuadida de que ninguna de las dos cosas puede ser un lastre para el desarrollo económico.

La naturaleza humana, sin embargo, es turbia. Estamos poco acostumbrados a soportar el éxito ajeno, que no es más que el reflejo de nuestra incapacidad o peor aún de la indolencia para sencillamente copiar aquello que funciona, de modo que esta manera torcida de pensar se emplea no para corregir lo que la evidencia empírica demuestra fehacientemente que hacemos mal sino para justificar nuestros errores.

Hace tiempo que el Gobierno persigue decapitar la autonomía fiscal de Madrid, aunque es difícil que legalmente pueda hacerlo y que lo consiga, pero es que otras instituciones, incluso una tan señera como el Fondo Monetario Internacional, también se han apuntado a esta moda generalizada de combatir la competencia fiscal entre, o dentro de, los estados, que en mi opinión debería ser la norma básica del buen comportamiento económico.

Así lo defiende en un reciente informe publicado con motivo de su asamblea de primavera con el pretexto de que una carrera a la baja de impuestos podría provocar una merma del gasto social y de las necesarias inversiones públicas por falta de suficientes ingresos. Creo que el ejemplo de la Comunidad de Madrid, que no es un Estado pero que tiene una autonomía fiscal notoria, demuestra justo lo contrario.

No hay nada más peligroso, sin embargo, que una persona contaminada por la nueva ideología dominante al frente de un organismo como el FMI, que debería ser aséptico, científico y honrado con la historia académica que lo precede. Todo esto se ha ido al garete hace años y ha empeorado desde que la ucraniana Kristalina Georgieva está al frente de la institución de Washington. Ahora las prioridades de su equipo son el género, la igualdad de resultados de la población y, cómo no, la lucha contra el cambio climático. Todo su equipo está al servicio de estos mantras, quienes aspiran a progresar allí ya saben que tienen que pasar por las horcas caudinas de lo políticamente correcto, y así se evacúan unos informes políticos que desmerecen el legado técnico que ha acompañado siempre al FMI.

Hace tiempo que no leo ningún dosier, ni de esta institución internacional ni de las que nos acompañan en España, que hable de la necesidad imperiosa de reducir el gasto público suntuario o sencillamente ocioso, o que aconseje al Gobierno un gesto de ejemplaridad pública recomendando limitar su dimensión desorbitada. Solo escucho los mismos lugares comunes de siempre: que si el 1% de la población acumula el 40% de la riqueza -¿no será porque lo ha conseguido en buena lid?-, que las multinacionales evaden millones de impuestos a través de paraísos fiscales, que si hay que redoblar los impuestos sobre el carbono… En fin, si la fiscalidad no fuera tan agresiva, ni los empresarios estuvieran tan castigados los paraísos fiscales desaparecerían ipso facto.

En el fondo, la filosofía que alimenta esta oleada ideológica, ya vieja, es que la solución a todos los problemas de la humanidad está en manos de los estados y de los gobiernos que los dirigen. Del Gobierno de Sánchez ya podemos esperar cualquier cosa, pero que una institución de la raigambre y solera del FMI, con una historia labrada en la defensa del mercado, de la libre competencia y en contra de la intervención pública se apunte al progresismo universal debelando la competencia fiscal entre territorios da una idea de la degeneración del ambiente. Aunque pueda parecer anticuado, mi opinión es la que sostuvieron siempre las leyendas de la política de todos los tiempos: Churchill, Reagan y Thatcher, estos dos últimos alimentados por el insigne economista Milton Friedman: el Estado -salvo en episodios de crisis extrema, que es para lo que está concebido- es casi siempre el problema, jamás la solución. Y si quiere usted que la economía florezca y que un país se anime, baje el gasto público, por favor. Lo más que pueda. Como dice Ayuso, muchos queremos que el mundo sea ‘socialismo free’.

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