El futuro económico de España: u ortodoxia o colas del hambre

El futuro económico de España: u ortodoxia o colas del hambre

Vivimos unos momentos muy duros en España. Tras el impacto terrible del coronavirus en el ámbito sanitario, que ha hecho que tantas personas perdiesen la vida, gran parte de ellas debido a la imprevisión y el retraso del Gobierno en tomar medidas en enero, como el cierre de las fronteras con China, que habría evitado el contagio tan acelerado y no habría hecho colapsar la Sanidad, que es lo que ha aumentado exponencialmente el número de fallecidos, nos encontramos ahora con una crisis económica de dimensiones enormes, fruto de las medidas extremas de cierre productivo que el Gobierno adoptó por haber actuado demasiado tarde con la enfermedad.

Adicionalmente, como arrastra ese pecado original del retraso en las medidas para combatir el virus, el Ejecutivo ahora se pasa de frenada en los ritmos de reapertura de la economía, negándose a realizar test masivos a la población y condenando a la economía española a un retroceso que no se veía desde los tiempos de la Guerra Civil y su postguerra. El Gobierno gestionó mal la prevención y la crisis sanitaria, con el añadido de la incompetencia para realizar las compras necesarias con las que surtir de material al personal sanitario y proteger mejor a la población, y ahora está gestionando peor todavía la vertiente económica de esta crisis originada por el coronavirus.

Así, el Gobierno no ha dotado a las empresas de la liquidez prometida, esencial para mantenerlas abiertas tras haber decretado su cierre productivo, ya que no ha movilizado la cantidad anunciada, lo ha hecho por partes y con ritmos burocráticos lentos; no ha condonado impuestos y cotizaciones del período de restricciones a pymes y autónomos; y ha prohibido despedir, que puede provocar más desempleo si las empresas no pueden ajustar sus plantillas y tienen que cerrar por completo. Si no se dan cuenta de que sin empresas no hay empleo, el desastre está servido.

Por otra parte, los retrasos en la gestión de los ERTE’s ha hecho que haya cientos de miles de personas que todavía no hayan cobrado, que van de 300.000 que reconoce el Gobierno a 900.000 que dicen los gestores y asesores, que provoca que muchas personas estén pasando grandes dificultades.

Y como colofón, firma con Bildu la derogación íntegra de la reforma laboral, que aunque el PSOE matizase después que sólo sería una derogación parcial, el daño está hecho, pues siembra inseguridad jurídica y muestra que el Gobierno está dispuesto a dar marcha atrás a las reformas productivas con tal de mantener el poder.

Ante eso, nos encontramos con la Unión Europea, que está dispuesta a socorrer financiera y económicamente a España a cambio de realizar una serie de reformas y de poner en orden las cuentas públicas, ya maltrechas por la gestión de Sánchez antes del coronavirus. El presidente Sánchez no ha aprovechado para reducir el déficit estructural, sino que incrementó el gasto para acudir en mejor posición a las elecciones, y se gastó lo que ahora necesitaría. Por tanto, la UE no sólo quiere que hagamos reformas, sino que desea que no se toquen las ya implantadas, como la reforma laboral. Es de una irresponsabilidad manifiesta querer acceder a fondos de la UE y avanzar que en España se van a introducir rigideces en la economía, en lugar de reformarla para lograr que sea más ágil.

De momento, la vicepresidenta Calviño ha frenado la derogación de la reforma laboral y trata de mantener la ortodoxia frente al populismo comunista de Iglesias y la irresponsabilidad del propio presidente y de su jefe de gabinete, que sólo conciben el ejercicio del poder como un gabinete permanente de mercadotecnia. Gobernar y gestionar son otra cosa: es dar certidumbre y seguridad jurídica; es generar confianza en la economía; es, en definitiva, tomar medidas, que por duras que sean, permitirán que salgamos adelante y nos recobremos. Ya no estamos hablando de si las medidas son más socialdemócratas o más liberal-conservadoras, pues dentro de un orden ambas pueden mantenernos en una senda de respeto a la estabilidad presupuestaria y hacernos remontar. Con ambas habrán de realizarse reformas y deberá ajustarse el gasto y no subir impuestos; después vendrán los matices, pero el grueso de la actuación habrá de ser ésa.

Frente a ello, nos encontramos con un cambio de opinión constante por parte del Gobierno y su triunvirato socialcomunista -Sánchez, Iglesias y Redondo-, que hace que los agentes económicos no sepan a qué atenerse y que introduce incertidumbre, que es el peor enemigo de la economía. Su gasto absurdo, su intento por generar un país subsidiado para crear una renta que convierta a parte de los ciudadanos en población clientelar a la hora de votar es un inmenso error, y el firmar la derogación de la reforma laboral es un elemento desestabilizador, especialmente en estos momentos en los que necesitamos recobrar cuanto antes los niveles anteriores de empleo.

Nos queda, por tanto, elegir entre el rigor o el desastre, entre la ortodoxia o las colas del hambre. Estas colas del hambre se ven cada vez más en nuestras ciudades. Parecía imposible que España volviese a vivir una situación así; ni siquiera en la crisis de 2007-2014 fue tan intensa la demanda de estas ayudas. Pasar por el comedor social de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en el Paseo del General Martínez Campos, en Madrid, es una muestra del drama al que nos están llevando: desde su entrada, semiesquina a la calle Fernández de la Hoz, la cola se extiende hasta Iglesia (Glorieta del Pintor Sorolla) todos los días. Los ciudadanos no se merecen encontrarse en esa situación.

No podemos permitir que España acabe así. Todas esas personas necesitan tener la esperanza de recobrar un puesto de trabajo. Si no, muchas más terminarán por unirse a ellas en esa cola del hambre. Habrá que hacer ajustes, y serán duros, pero es obligación del Gobierno asumirlos y realizarlos para salvar la estructura económica de España, para que no tenga que haber más colas del hambre, para que los ciudadanos puedan recobrar su empleo. Y para eso, hay que reactivar la economía, realizar reformas y generar seguridad jurídica, certidumbre y confianza. Si Sánchez no quiere hacerlo, que renuncie y no estorbe, porque España es mucho más que él y no puede terminar convertida nuestra nación en otro experimento comunista del hambre, la miseria y la desesperanza.

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