España ante el espejo (I)

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España es una nación de poca relevancia en el contexto internacional desde que dejó de ser un imperio. Las dos guerras mundiales en las que no participamos y las dos repúblicas no mejoraron su posición en el mundo. Tras la Guerra Civil estuvo muchos años aislada; el régimen franquista mantuvo una férrea dictadura contra partidos y sindicatos, pero nació una amplia clase media que hizo posible después el tránsito hasta la democracia. Una transición dirigida desde la Jefatura del Estado por el rey que había nombrado Franco, aprobando los diputados del régimen celebrar un referéndum que habilitaba legalmente pasar de la dictadura a la democracia. Fue posible legalizando todos los partidos políticos en lo que se sigue considerando hoy internacionalmente un proceso ejemplar.

La democracia tardó poco en transmutarse a partidocracia; un régimen donde los ciudadanos votan, los políticos mienten y han ido creando una estructura del Estado mastodóntica pensada para ellos. Se derrocha y malgasta el dinero público en comportamientos impropios de una democracia. Lo que antes eran privilegios para unas pocas personas (jefe del Estado y algunos ministros), se extendió ampliamente y hoy son muchos miles los dirigentes públicos con “derecho” a coche oficial, despacho, asesores, gastos, etc. La Administración se multiplicó sin orden ni concierto y hoy existen miles de organismos innecesarios cuyo personal y burocracia lastra el crecimiento del país.

El terrorismo fue una de las excusas para prácticas injustificables de cargos públicos en democracia. La pompa, boato, escoltas, palacios y privilegios de unos pocos en la dictadura se justificaron después por la persistencia terrorista; nació una numerosa, costosa y profesional clase política de nuevos señoritos feudales alejada de los ciudadanos. Los privilegios de los gerifaltes de la dictadura se ampliaron multiplicados por mil; hoy los cargos públicos llevan escolta para protegerse de la ciudadanía, cada día más escéptica ante las mentiras y corruptelas que se conocen.

Para colmo de desgracias ha llegado al Gobierno de la mano de Pedro Sánchez el comunismo bolchevique, el de Iglesias y Garzón, que nada tiene que ver con el eurocomunismo de Carrillo o las visiones de la sociedad y respeto a la democracia de Llamazares, Cayo Lara o Francisco Frutos. Los neobolcheviques alaban la dictadura cubana o la de Alemania del Este desde el Consejo de Ministros, ignorando desde qué lado saltaban el Muro los berlineses o morían en el intento. ¿Es aceptable que esta casta feudal elitista bolchevique haga proselitismo de las dictaduras más brutales que han existido y existen en la humanidad? Mientras defienden regímenes criminales aquí hay robos, ocupaciones de viviendas, colas de hambre, parados, jóvenes sin futuro… que no les preocupan. Imposible conseguir vivienda propia hoy en menos de 25 años con dos salarios, lo que era posible antes en 10 años con un salario.

El objetivo del comunismo bolchevique desde el Gobierno es romper el Estado y la nación, derruir la democracia. Los ataques a la lengua común o el referéndum en Cataluña, pretendiendo robarnos el derecho constitucional a decidir a todos los españoles, evidencian un grave problema nacional; el sector sanchista del Gobierno sigue en lo único que parece importarles: mantener el poder, aunque sea debilitando la nación. Las naciones democráticas no respetan un país que tiene en su Gobierno a quienes añoran brutales dictaduras. La crisis de Ucrania ha dejado al descubierto que hoy España no es nadie en el contexto mundial, cada día más insignificante. Ni la OTAN ni Estados Unidos se fían de nosotros. El presidente sobreactúa divulgando fotografías ridículas de impostura infantil simulando usar el teléfono “rojo”. Y así nos va.

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