Elecciones Generales 2015

Victoria estratégica, que no moral, del PP

Victoria estratégica, que no moral, del PP
Los cuatro participantes en el debate posan antes de que comiencen las hostilidades. (Foto: EFE)

El debate lo ganó el que no estuvo. Mariano Rajoy convirtió en victoria su inaceptable ausencia en términos democráticos. Si alguien ha salido reforzado más allá del barullo que se percibía a través de la televisión ese ha sido el actual presidente del Gobierno. La nueva política se quedó demasiado corta de argumentos para desbancar a un veterano ausente que, con su experiencia y tacticismo, ha demostrado que la política no es una actividad exclusiva para imberbes. De hecho, en todas las naciones de nuestro entorno, para ser presidente de la República o primer ministro hay que tener al menos 45 años.

Si el debate de esta noche era la confrontación de lo viejo ante lo nuevo, el empuje de Rivera e Iglesias se estrelló una y otra vez ante una Soraya Sáenz de Santamaría que habló lo justo y jugó permanentemente al empate. Albert Rivera quiso distinguirse como el principal oponente y se dirigió mayoritariamente a la vicepresidenta del Gobierno. No obstante, y a pesar de su incuestionable brillantez como orador, su expresión corporal dejó muy tocado el fondo de sus palabras. Estuvo nervioso, inquieto y gesticulando en exceso.

Pedro Sánchez, por su parte, buscó con insistencia al catalán como el que persiguiera la medalla de plata o un premio de consolación en las próximas Generales. Algo que le permita aguantar en el cargo y espantar la alargada sombra de Susana Díaz. El madrileño, consciente de que la última encuesta lo dejaría al borde del precipicio, comenzó con la voz temblorosa para acabar sólido tanto en las palabras como en los gestos. El debate se le hizo corto y ése fue su punto débil. Lo mejor de su intervención vino justo al final, con un último minuto especialmente reseñable.

En el caso de Iglesias, la repetición se ha convertido en hábito. Apeló al optimismo y al 15M en su alegato final, lo más celebrado entre sus acólitos. Fue la primera vez en toda la campaña que se acercó a su origen, a la figura primigenia que lo lanzó a la fama. El resto del tiempo estuvo, como siempre desde hace unos meses, embutido en ese traje de socialdemócrata a punto de estallar que lo ha condenado en todas las encuestas y ante sus propias bases. Los mismos dichos, idénticos mantras. La grabación de cualquier discurso del podemita hubiera bastado para sustituir su presencia sin que nadie lo notara. Y así, al igual que Rajoy, podría haber empleado el puente en hacer otra cosa.

Mariano Rajoy. Ése es el nombre de la noche. El hombre que nunca estuvo allí pero cuya figura no dejó de sobrevolar el plató donde tuvo lugar el debate. Él es el increíble vencedor de una velada donde hubo demasiado ruido, poca concreción y un nivel ramplón de oratoria que fue la rémora común para los presentes. Una oportunidad perdida para Ciudadanos, PSOE y Podemos que no pudieron noquear a la amarrategui vicepresidenta del Gobierno y, por lo tanto, ni siquiera rozaron a Rajoy. Al final, el desprecio democrático de su ausencia se ha convertido en el mayor acierto de lo que llevamos de campaña. Eso sí, más por demérito ajeno que por méritos propios.

Lo último en Opinión

Últimas noticias