García Juliá, la ultraderecha y VOX

García Juliá, la ultraderecha y VOX
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No me creo que la detención de García Juliá, el asesino de los abogados de Atocha, en Brasil haya sido casual. Ni de broma. Treinta años huido de la Justicia española y, de pronto, como por ensalmo, el asesino aparece en Brasil dándose un garbeo con pasaporte de Nicolás Maduro. No me creo que los Cuerpos de Seguridad español, auxiliado para el caso por Interpol, no haya localizado hasta ahora a uno de los asesinos de Atocha. Como la Policía y el CNI son despiertos, aseados y pertinaces, hay que suponer que Juliá no era un prófugo para el Guinness, sino más bien un consentido, un sujeto buscado sí, pero desde luego asentado en el aparataje policial.

Es de estos reos a los que se les atrapa cuando más conviene. Y ahora conviene. Fíjense: no ha tardado ni un cuarto de hora la tropa del inefable dúo Sánchez-Iván Redondo para insistir en la condición de ultraderechista del criminal en cuestión. ¿A qué les suena a todos ustedes eso de la ultraderecha? ¿A que la ultraderecha está más moda que el árbol de Navidad? La portavoz de este Gobierno irregular como un trébol de cuatro hojas, creo que atiende por Isabel Celaá, el viernes se despachó insistentemente con advertir al PP y Ciudadanos que no se les ocurra pactar con VOX porque ellos también serán la ultraderecha. Le faltó decir que el asesino de Atocha se ha afiliado recientemente a VOX.

Ahora lo que se prepara es encajonar en un avión al tal Juliá y presentarle en España como el gran asesino de la ultraderecha. La sempiterna, la de hace cuarenta años y la de ahora mismo. Todos los detalles que se han ofrecido sobre la captura de este sujeto parecen cuidadosamente fabricados. Si hace un lustro Juliá hubiera sido descubierto en Brasil, Venezuela o cualquier otro país de sus preferencias, la noticia hubiera gozado de menor repercusión, y sólo por un elemento crucial: porque en aquel tiempo o incluso años antes, en España no existía partido u organización alguna que pudiera homologarse con las ideas de ese abyecto criminal. El PSOE y los emergentes soviéticos de Podemos sí insistían de vez en vez, tampoco con mucha dedicación, que el PP representaba la ultraderecha montaraz y Franquista, pero la especie caía en saco roto, nadie la tomaba en serio. Ahora todo es distinto, todo conviene.

Y por eso escribo que la Seguridad española me resulta de las más competentes del mundo y que, en consecuencia, no creo que haya estado cuarenta años colocando bajo la faz de Juliá esta leyenda: “En paradero desconocido”. Vamos, que no me lo creo, dejen hacer al tiempo: la llegada del asesino al aeropuerto de Barajas, esposadito y todo, será noticia de apertura del telediario de la estalinista señora Rosa María Mateo. Tras esa información, se colocará –convenientemente adobada– cualquiera otra que se refiera a VOX, al PP, a Ciudadanos y a sus gestiones para desalojar al PSOE de la Andalucía. Todo muy bien orquestado, traído de la mano, porque como dicen los castizos: “Ya que hemos echado la tarde a perros, vamos a ver a tu madre”. O sea, que ya que hemos trincado al homicida, vamos a adosarle a la ultraderecha de Santiago Abascal y sus oseznos. VOX, tan ufano como se halla, debería ir pensando en cómo defenderse de la acometida mediática que le están preparando los sinvergonzones de la Moncloa, esos que presumen de haberse aliado con los filoterroristas de Bildu –¿o quizá directamente terroristas?– con los soviéticos de la tropa de Pablo Iglesias y demás desarrapados, y con los barreneros del fugitivo Carles Puigdemont, Quim Torra, Ada Colau y toda la ralea de orates secesionistas. A VOX, lo verán, le va a caer la del pulpo.

Y por cierto, termino: tampoco me creo que nuestra Seguridad nacional no tenga localizado a otro gran asesino, desde luego cuantitativamente más feroz que el tal Juliá. Hablo de José Antonio Urruticoechea, alias Josu Ternera. Cada vez que algún periodista pregunta qué se sabe de este homicida, la Policía responde más o menos: “Parece que está enfermo de cáncer”. En la historia de la oncología no ha habido un tumor que dure tanto sin causar la muerte. Es decir, que no, que no me creo nada. Pero que nada.

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