El Gobierno de la dignidad

El Gobierno de la dignidad
Pedro Sánchez y todos sus ministros implicados en escándalos.

¿Se imaginan un titular que en junio de 2012 hubiera rezado “Rajoy y nueve de sus ministros envueltos en casos de corrupción o irregularidades”? Yo claro que lo veo en mi cabeza, como más aún diviso la que se hubiera liado a cuenta de la calidad y, sobre todo, de la cantidad de golfería por metro cuadrado en un Gobierno que cabe en dos o tres 600. No habrían bastado horas de televisión, hectólitros de tinta y páginas de Internet, no en España sino en el universo, para montar la mundial a cuenta de semejante escandalazo. Y con razón. Ni que decir tiene que el pontevedrés de Santiago se hubiera tenido que ir a su restaurante preferido, Arahy, para ahogar las penas a base de líquido escocés antes de pedir el reingreso en el Registro de la Propiedad y sus ministros habrían dimitido antes de la medianoche como buenos émulos de Cenicienta y, como por cierto, mandan los estrictos cánones democráticos occidentales.

Mariano Rajoy no montó la Gürtel, fue cosa de sus antecesores. Vamos, que se lo encontró cuando llegó al poder. El monumental edificio de sobresueldos, billetes morados de 500 y financiación en B no fue idea suya, ni mucho menos. Nada que ver con él. Tres cuartos de lo mismo hay que colegir de María Dolores de Cospedal. Rajoy no se fue a su casa fruto de la torpeza de Soraya Sáenz de Santamaría en la negociación con el felón PNV sino víctima de una espectacular conspiración urdida entre el juez De Prada, Baltasar Garzón, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, el terrorista Otegi y esos golpistas catalanes a los que se les prometió impunidad a cambio de 17 “síes”.

Es falso de toda falsedad, por tanto, que Rajoy dimitiera por Gürtel porque nada tenía que ver con Gürtel. Ni la ideó, ni la hizo realidad, ni se hizo multimillonario con ella. Sí es cierto que percibía sobresueldos en negro pero no lo es menos que él no era el cerebro de aquella impresentable piñata. Es más, los puso a todos en la puñetera calle cuando accedió a la Presidencia del PP en 2004 por José María Michavila interpuesto. Y al hombre que evitó el rescate sólo le presentaron la renuncia dos ministros en seis años y seis meses: Ana Mato y José Manuel Soria.

La primera por su participación a título lucrativo en los cohechos que entregaba Francisco Correa con la misma facilidad con la que el churrero fabrica churros. Las fiestas a lo Pablo Escobar que le montaba y los viajazos que le regalaba el tan histriónico como golfo organizador de las campañas electorales fueron su ruina. Y José Manuel Soria tuvo que coger carretera y manta porque figuraba como administrador en dos cuentas en paraísos fiscales abiertas por su padre, un riquísimo empresario hortofrutícola canario que desarrolló buena parte de su trayectoria en Reino Unido. Ésa fue la excusa aunque la realidad es que el ministro de Industria decidió tirar la toalla cuando se enteró de que Montoro iba por las redacciones ofreciendo los papeles de la herencia que su madre había legado a él y a sus cuatro hermanos en Suiza y que fue convenientemente declarada al fisco español en 2010 tras el desembolso de cientos de miles de euros.

Cuando el tan legal como ilegítimo Sánchez fue investido el 2 de junio, se cascó un tuit que ahora le estalla en las manos

Dos en 78 meses. Que, visto lo visto, en Periodismo comparado y no comparado, tampoco es mucho teniendo en cuenta la poca decencia que gastan los políticos occidentales. Un juego de niños, por ejemplo, al lado de las golferías podemitas, como ahora veremos de las socialistas y no digamos ya si las parangonamos con las que ha protagonizado Donald Trump en menos de dos años tan abracadabrantes como cero ejemplificantes en la Casa Blanca.

Cuando el tan legal (lo eligieron aplicando la Constitución) como ilegítimo (gobernar con 84 de 350 diputados es un fraude) Sánchez fue investido el 2 de junio, se cascó un tuit que ahora le estalla en las manos: “La democracia en España abre una nueva página. Una etapa para recuperar la dignidad de las instituciones”. Aunque mucho me temo que, dada su amoralidad, esta circunstancia le importe un comino. Ya se sabe: cuando te vas hasta de marchuki y de bodorrio en Falcon, coges el Airbus hasta para viajar a 180 kilómetros de Madrid y te gastas 2 kilos de todos en la calefacción de tu casa oficial, esas cuitas te la sudan si eres el mayor jeta que ha parido madre.

Más allá de interpretaciones psicoanalíticas, este tío es carne de diván, hay que preguntarse si la dignidad ha vuelto a las instituciones. ¿Es más digna la Presidencia del Gobierno ahora con un titular que robó su doctorado plagiando por tierra, mar y aire una tesis que le hicieron al menos cuatro negros o cuando la ocupaba un tipo que se sacó Registros empollando como un animal? ¿Es más digno el Gobierno de ahora con nueve ministros manchados de chapapote ético en seis meses o el de antes con dos en seis años y medio? ¿Es más digno un presidente que enchufa con soldada de ejecutivo de altos vuelos a su mujer en el Instituto de Empresa coincidiendo con su llegada a La Moncloa? ¿O un predecesor cuya cónyuge, Elvira Fernández Balboa, jamás se aprovechó del cargo ni fue agraciada con trifásico alguno?

¿Es más digno este Ejecutivo en el que la portavoz declaró en documento oficial un patrimonio de “195.000 euros” cuando en realidad es de más de cuatro millones? ¿Es más digno un Borrell que perpetró un episodio de insider trading facilitado por el actual secretario de Estado de Energía, José Domínguez Abascal, o un Dastis al que no se le conoce escándalo alguno ni ético, ni moral, ni desde luego legal?

Siguiendo con la dignidad, ¿quién gana en esta materia, el Luis de Guindos que destapó el escándalo de las tarjetas black o esa Nadia Calviño que montó una patrimonial con sucursal en Bruselas para comprar su casoplón madrileño? ¿Álvaro Nadal o su igual en este Gobierno, Pedro Duque, que tiene sus dos viviendas de lujo (la de Madrid y la de la playa, ambas de 350 metros cuadrados) a nombre de una sociedad patrimonial creada con el único ánimo de hurtar pasta a Hacienda? ¿El Ministerio de Hacienda del inquisidor Montoro o el de la perdonavidas Montero que ha permitido a su compañero astronauta ahorrarse la sanción de 72.000 euros que pedían los inspectores con una regularización a la carta? La “e” que distingue a Montero de Montoro sí marca en este caso la diferencia.

Suma y sigue en la competición de dignidad. ¿Quién mola más éticamente, la anterior titular de Sanidad, Dolors Monserrat, que está limpia como la patena, o su sucesora, María Luisa Carcedo, que cobraba al Congreso dietas por alojamiento pagadas por el contribuyente pese a tener (y vivir en ella) casa en Madrid? ¿La misma Monserrat o la misma Carcedo que cuando la pillaron donó la vivienda a su hijo para continuar trincando parné público en lo que constituye un fraude legal de padre y muy señor mío?

Ya puestos, tracemos un paralelismo entre Rafael Catalá y Dolores Delgado. Al primero no le pillaron en un solo renuncio porque es honrado a carta cabal. A la segunda la definen sus conversaciones con Villarejo. No hace falta más. Es homófoba, llama “maricón” a un compañero de Gabinete (Marlaska) que es gay. Misógina, no le gusta trabajar con mujeres porque “no son de fiar”. Ha cometido presuntamente un delito de omisión del deber de colaborar con la Justicia o uno de calumnias. Porque si es cierto lo que dijo acerca de las relaciones con menores de magistrados y compañeros fiscales en un viaje, tenía el deber legal, amén del moral, de denunciarlo. Y, si no, las víctimas de sus vilipendios han de meterle un cuerno en los tribunales que la deje tiesa. Por no hablar de esas repugnantes risitas y de ese “negocio seguro” con el que la notaria mayor del Reino despachó las revelaciones de Villarejo acerca de la agencia de modelos-prostitutas que montó para chantajear a políticos y empresarios.

El Gobierno de la “dignidad”, el que iba a devolver la ética a la vida pública, el que iba a rescatar la decencia perdida, está contaminado hasta los tuétanos

Lo de Luis Planas, ministro de Agricultura, es de aurora boreal. Con un par, Pedro Sánchez lo nombró pese a estar imputado por un delito medioambiental. Como se podrán imaginar, todo un gesto de dignidad. El parangón con Isabel Tejerina es mejor no hacerlo porque saldría escaldado el valenciano que da nombre a esta nueva manera de entender la dignidad. Antes te destituían cuando incurrías en un caso de corrupción, ahora te nombran cuando lo protagonizas. A Sánchez le gusta esto de hacerse un Planas: cuanto más manchado esté un candidato a ministro, mejor, más boletos tiene en la tómbola de la formación de Gobierno.

Ni entro en el caso de Màxim Huerta y Carmen Montón porque si bien no fueron dignos en su vida anterior, no se les podrá negar cierta estética a la hora de renunciar cuando les pillaron con las manos en la masa. Al primero con una sociedad similar a la Pedro Duque o a la de Nadia Calviño, a la segunda con un trabajo fin de máster fusilado desde la A hasta la Z.

El Gobierno de la “dignidad”, el que iba a devolver la ética a la vida pública, el que iba a rescatar la decencia perdida, está contaminado hasta los tuétanos. Diez de los 20 ministros que son o han sido están envueltos en casos de corrupción o irregularidades supinas. La mitad exactamente. En cualquier democracia occidental digna de tal nombre, estos guarismos serían motivo más que suficientes para que el primer ministro se fuera por donde había venido o, al menos, para disolver las cámaras y convocar elecciones. El presidente Rajoy tuvo 23 ministros y sólo dos se vieron apartados por el dedo inmisericorde de Doña Ética. Un elemental cálculo matemático basta para colegir que cada mes le han saltado al okupa 1,7 casos de corrupción (en el sentido más amplio del término) protagonizados por ministros. El de Rajoy salió a uno cada 38. A Sánchez le han dimitido dos ministros en sus cuatro primeros meses, a Rajoy dos en 78 y con una presión mediática incomparablemente superior. ¿Quién es más digno, querido Pedro?

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