Cuando el único objetivo es estigmatizar España

Cuando el único objetivo es estigmatizar España

El objetivo de muchos sigue siendo el de estigmatizar la imagen de España. Desde hace siglos, España ha sido atacada desde fuera, pero también desde sus raíces. La erróneamente llamada “leyenda negra”, que investigadores como Elvira Roca Barea han explicado con maestría, no fue sólo una invención de los príncipes y pastores protestantes que querían hundir a la primera potencia mundial de buena parte de la Era Moderna por su espíritu católico. A ella también contribuyeron autores españoles que, ingenuamente quiero pensar, alimentaron la maquinaria propagandística contra nuestro país.

Así, por ejemplo, Carlos V es estudiado en el ámbito de las Relaciones Internacionales —que bebe de fuentes anglosajonas— como el típico caso de gobernante lanzado a las conquistas territoriales para saciar sus ambiciones de poder. Sin embargo, la realidad fue bien distinta. Carlos V heredó de sus abuelos un vasto imperio y se comportó como todos hacemos cuando tenemos algo, que no es otra cosa que intentar conservarlo. Al ejemplo citado del emperador español, podríamos añadir toda la retahíla de incongruencias que se han proferido a lo largo de la historia a cuenta del descubrimiento de América, de la Inquisición, el nacionalismo o de nuestra democracia. Todas estas mentiras tienen un objetivo común: la fragmentación de España.

La semana pasada, el prófugo Carles Puigdemont mantuvo una reunión en Ginebra con el presidente de Armenia, Arman Sarkissian. No se vieron a escondidas, ni fueron pillados por sorpresa. El encuentro fue ampliamente reproducido por las terminales mediáticas del independentismo, mientras en el resto de España la noticia no tuvo eco. No creo que ponerse de perfil sea la mejor estrategia para afrontar los ataques de la propaganda del independentismo porque luego vienen las lamentaciones de que el relato constitucionalista no penetra en la opinión pública de otros países. Tampoco hubo respuesta por parte del Gobierno español quien prefirió mirar hacia otro lado. Para mí, este encuentro es razón sustancial para llamar a consultas al embajador armenio en España y hablarle con claridad profusa. Porque el presidente armenio Sarkissian sabe con quién se sentaba la semana pasada. Él que ha sido en los últimos años embajador de Armenia en el Reino Unido, y primer ministro en los años 90, sabe muy bien distinguir entre los gestos de amistad de los gestos de provocación en las relaciones entre países.

Sarkissian asumió la presidencia del país de manos de su predecesor, Serzh Sargsián, quien tuvo que dimitir por sus ademanes tiránicos que lanzaron a la calle a miles de personas exigiendo su dimisión. Él personalmente, como líder del Partido Republicano, y todo su grupo parlamentario se dedicaron a aupar al actual presidente. El Partido Republicano que catapultó a la pareja de reunión de la semana pasada de Puigdemont en Ginebra comparte la misma familia política que el PP. Ambos son miembros del Partido Popular Europeo. Bien harían los representantes españoles en Bruselas en amonestar a sus colegas armenios que sustentan a Sarkissian en el poder y advertir que ni una provocación más será aceptada. El PP es con la CDU de Alemania el segundo partido más importante del centroderecha europeo y en política el poder de influencia es teóricamente proporcional al número de votos. Tener el apoyo de 8 millones de españoles a través de las urnas es razón más que poderosa para cortar de inmediato el fuego amigo. De lo contrario, el horizonte vital de la España que conocemos será constantemente puesto en entredicho.

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