Desgarramantas Zurriburris frente al Monarca

Desgarramantas Zurriburris frente al Monarca

En democracia, la institución de la Jefatura del Estado es decidida por quien conforma la soberanía popular (en una forma de designación cíclica o de nombramiento puntual); en nuestro caso, el pueblo español, no el francés, ni el holandés, ni el conquense o el bilbilitano, sino la totalidad de los españoles que, mediante consulta, la aprobaron con una mayoría de casi el 92% y, por tanto, por más que una mentira se reitere no se hace verdad y, por mucho que un desgarramantas se permita el lujo de dudar de la legitimidad democrática de nuestro Rey, no deja de poner de manifiesto su nula preparación y su falta de solvencia intelectual.

Podrás defender un sistema de representación monárquico o republicano desde la seriedad intelectual y el rigor, pero no mentir, y menos aún restar legitimidad al que la obtuvo, democráticamente, de forma abrumadoramente mayoritaria, te guste o no.

Por otra parte, sólo de imaginar que pudiesen ostentar la Jefatura del Estado y ser el representante de la Nación, último defensor de la misma y definitivo garante de la democracia, personajes de la condición de los últimos gobernantes que hemos tenido (Zapatero, Rajoy, Sánchez) se me eriza el vello; pero, si, por un vahído, se me pasa por la cabeza que pudiere llegar a ser el perillán desaliñado y retrogrado intelectual del líder de la canalla, si en algún momento tuve dudas de la monarquía, se me disipan de un plumazo y me convierto en el más acérrimo defensor de la ella.

Si ya nos cuestan un riñón los ex presidentes ¿te imaginas lo que sería la “fiesta” de estos y los ex jefes del Estado? Como diría alguno, no habría pan para tanto chorizo, claro que esto lo dicen hasta que llegan ellos a la mesa, en la que se ponen pochos.

Podemos realizar mil disquisiciones de orden político, jurídico y ontológico respecto de la figura de la Jefatura del Estado; pero, sin entrar en ellas, no se puede negar, de forma solvente y seria, que en nuestra novísima democracia, la concedida por la mayoría popular, ha sido la mejor garante de la legalidad y la defensa del sistema, tanto el padre, ante el 23-F, como el hijo en 1-O, de manera que, incluso, personas que de forma secular defendían la república, se han rendido ante el excelente funcionamiento de la Corona como fórmula constitucional de representación del Estado.

Suelen ser personajes de escasa preparación, de poca formación y menor nivel moral, los que al socaire del cambio de sistema de elección de la más alta dignidad del Estado, con la intención de alcanzar la misma, los que pretenden acabar con el sistema, poner fin a la democracia ahogándose en su reiterada mención para traicionarla, poniendo en cuestión los símbolos que representan la Nación, comenzando por su Jefatura, siguiendo por la bandera, los himnos, los emblemas, las Cortes generales y la democracia misma.

Cada vez que se infama la bandera, afirmando que es un trapo, cuando se quema la efigie del Jefe del Estado o se tilda de “pachanga fachosa” el himno nacional, se está insultando, menospreciando, denigrando a todos los españoles que están, quieran o no, representados en esos símbolos, de forma que, quien no respeta a los ciudadanos, no puede pretender ser su defensor.

Quien critica la cruz gamada del fascismo y utiliza la hoz y el martillo del comunismo, que es la misma mierda de otro color, no está legitimado para hablar de democracia y poner en cuestión al Rey Felipe VI ni a la institución.

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