Incitadores del odio

Incitadores del odio

Este fin de semana he visto la última película de Paul Greengrass, ’22 de julio’, que aborda sin ambigüedades las consecuencias del terrorismo a través de los hechos acontecidos en Noruega hace siete años donde murieron 77 personas a manos de un fanático, Anders Breivik. Es estremecedora. Lo me ha gustado especialmente no el trepidante desarrollo de los acontecimientos de la primera parte de la película, sino la capacidad que tiene el director en meternos en la piel de uno de los supervivientes e intentar entender el impacto que genera en la vida de una víctima, sus aspiraciones derrumbadas, temores permanentes y deseos de tirar la toalla en más de una ocasión. Frente a la víctima que ha visto morir a decenas de amigos suyos se coloca la de Breivik, un siniestro personaje que halló cobijo para desarrollar su odio hacia otros individuos en la soledad y en Internet.

La incitación al odio forma parte de la escenografía política en nuestro país y me preocupa que muchos de los políticos de la izquierda española lesionen su mayor o menor prestigio personal con sus palabras o acciones. Este fin de semana hemos conocido que Zapatero pensó indultar a presos etarras durante su etapa como presidente del Gobierno. Hubiera sido un gran error, una verdadera afrenta a las víctimas del terrorismo y un duro golpe a nuestra democracia. La historia de ETA es la que es: casi un millar de asesinados en 3.000 atentados y más de 7.000 víctimas. Indultar terroristas no contribuye a nada bueno. En todo caso, a dividir sociedades. Es una frivolidad y un incoherencia total que gran parte de la izquierda política con escaño sea tan pusilánime con los terroristas de la ETA que han estado matando y extorsionando hasta hace poco mientras conserva una memoria selectiva hacia lo ocurrido entre los últimos 80 y 40 años en España.

Hablaba este fin de semana Pablo Iglesias de su concepto personal de patriotismo para atacar al Rey con la reiterada mentira de que la monarquía no fue elegida por los españoles. Eso es falso y pronto se cumplirán 40 años desde que la monarquía fue refrendada por la inmensa mayoría de españoles. Y eso incluye al 91,09% de los votos de los catalanes que apoyaron que la jefatura del Estado recayera en una monarquía. Lo que ocurre es que Pablo Iglesias y la extrema izquierda a la que representa, la misma que cierra los ojos ante la crisis humanitaria de Venezuela, quieren tumbar con su panoplia habitual de tópicos y prejuicios el espíritu conciliador de la Constitución de 1978. Iglesias incita al odio cuando con el resto de los partidos independentistas reprobaron al Rey la semana pasada. El Rey representa a la España constitucional e ir contra ello sólo tiene una finalidad revolucionaria con graves consecuencias para nuestra convivencia.

El acoso e insultos a quienes portan banderas españolas en lugares de Cataluña, País Vasco o Navarra debería ser enmarcado como lo que todas las organizaciones internacionales lo definirían, delito o cuanto menos incitación al odio. En Cataluña ya hemos visto que la labor desarrollada por muchos de sus profesores y periodistas ha sido la de alimentar el odio hacia España y todo lo español. Ahora también Podemos quiere eliminar el delito de injurias a la Corona, lo que contribuiría a que muchos independentistas terminaran de perder el poco respeto que les queda hacia España. Ante eso el Estado no debe quedarse de brazos cruzados. De hacerlo, nos exponemos a los mismos riesgos que en el siglo XIX nuestro país afrontó ante la pérdida de nuestras colonias. Y yo no quiero un 1898 doméstico.

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