Margarita Robles es la próxima

Margarita Robles es la próxima

Este Gobierno cautivo y desarmado ante el ya separatismo feroz está roto por dentro, de modo que los pesos pesados ni siquiera se hablan entre sí y en confianza se desacreditan recíprocamente como si fueran verduleras del peor mercadillo aldeano. Cada uno o una va a salvar su tafanario, sólo el suyo. Lean por favor lo que un miembro o “miembra” —no pretendo dar pistas— recalca a quien le quiere escuchar: “Mi lealtad se circunscribe a Pedro Sánchez”. En el Gobierno, los independientes, los que no tienen el carné rojo de Ferraz, creen que van a por ellos. Y no están descaminados. Ahora por ejemplo a Margarita Robles, ministra de Defensa, le ha salido un auténtico divieso: Angel Olivares, su secretario de Estado que guarda una biografía plagada de las más sucias operaciones perpetradas en las cloacas del Estado.

Villarejo, que posee años de grabaciones en las que va a ir saliendo si se tercia hasta el Dalai Lama, revela que Olivares le pagaba por espiar a José María Aznar. Pues bien; eso ya se sabía, pero el Partido Popular nunca quiso desvelarlo. Antes del 2000, un secretario de Estado me confesaba, entre atónito y cachondo, esta perla cultivada: “Aquí no se escucha a nadie, pero a nosotros nos escuchan desde aquí”. Apuntaba —así lo creo ahora— a Villarejo. Un tipo, por lo demás, enormemente contradictorio: trabajaba para Olivares, pero llegaron una vez a las manos y el director de la Policía le echó del Ministerio. Se daba el morro con Garzón —“Tú eres un hombre de fiar”, le decía, arrobado, el juez— pero luego le tenía cogido por donde más daño había.

No es imposible que Villarejo o los filtradores ocasionales de ahora mismo posean una versión completa con voces incluidas de la famosa cacería de Jaén que le costó el Ministerio de Justicia a Mariano Bermejo. En aquel sarao festivo y cinegético en el que el ministro tiraba sin tener autorización autonómica para a ello, también estaba presente González, el comisario jefe de Investigación. González sustituyó tras algunos años a otro comisario, Gabriel Fuentes que ahora ha aparecido como invitado especial de otro almuerzo, el que “celebraron en “Rianxo” los complotados de Villarejo. En la finca de Jaén se urdió la trama judicial, policial y política que terminó con los mafiosos de Gürtel. Garzón, más embravecido que nunca, había cogido el portante en Madrid no sin antes dejar metidos en los calabozos de la Audiencia Nacional a Correa y sus secuaces, una medida insólita que acumuló un vendaval de críticas en la Audiencia Nacional que ya estaba, como ahora, partida en dos mitades.

En todo este lío que se acrecienta por días se encuentra inserta Robles, ahora en la disyuntiva de destituir o no a su secretario favorito Angel Olivares. Si lo hace se quedará sin parapeto alguno, expuesta al fuego amigo de un partido que le desdeña y de un Gobierno que no se fía, según acreditan varios testimonios de su proverbial locuacidad. Robles lleva tiempo pensando, justo desde que se formalizó el escándalo de su nada amiga Dolores Delgado, que los objetivos son los independientes del Gobierno y que entre ellos figura por derecho propio ella misma. En el PSOE no se tolera la autonomía que Robles se toma en cada paso que da y menos aún se soporta la escasa empatía que la ministra ha demostrado con los caídos de la división roja. Sabe que, si continúa el goteo, ella es la principal candidata a subir las escaleras del patíbulo.

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