Reinventar el discurso en la UE

Reinventar el discurso en la UE

En el ámbito de las relaciones internacionales, me siento cada vez más cerca de las ideas de Michel Foucault que de otros teóricos que intentan explicar el comportamiento de los estados desde otras perspectivas tradicionales basándose en la conquista del poder; la supervivencia; la cooperación; o la lucha por los recursos. La idea básica del pensador francés era que los «discursos» son las lentes a través de las cuales los individuos perciben las cosas, piensan y actúan. A partir de ahí, cada sociedad crea su régimen de verdad y su política general de la verdad, por la que una parte de una sociedad o la sociedad entera de un país ve mentiras en las verdades de los demás.

Ejemplos de todo ello los podemos encontrar en los juegos dialécticos del presidente de EEUU, Donald Trump; las reacciones de los dirigentes de la UE; y la actitud del presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien observa pasivo como las relaciones occidentales se resquebrajan por días. Nunca hasta ahora hubiera podido nadie imaginar a un líder político estadounidense referirse a la Unión Europea como enemiga de su país. La reacción desde Bruselas ha sido la de contar hasta tres y seguir descontando el paso rápido de la administración Trump para confiar la llegada de un dirigente en el futuro en EEUU que se funda en un interminable abrazo con los europeos, como ha sido en las últimas siete décadas. Tremendo error. Quizás ese momento ya no llegue.

Los “discursos” contribuyen a generar ideas que enraízan en nuestras conciencias y se imponen entre nosotros para obligarnos a creer y obedecer en ellas, sin estar fundadas en verdad. El discurso dominante en la UE está caducado y va siendo hora de que nos acostumbremos a pensar que quizás tengamos que volver a un escenario más propio del siglo XIX que del siglo XX donde los estados europeos velaban por su seguridad de manera concertada. Pero allí entraba Rusia y eso es lo que provoca cierta desazón entre algunos dirigentes de la UE, como el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Tusk, exmandatario en Polonia, al igual que otros dirigentes vecinos de su país de origen, han sumido a la UE en un punto donde nunca tenía que haber llegado: al de un bloque de países enfrentados con Moscú usando para ello más el corazón que la cabeza. Se puede estar en contra de la anexión de Crimea o de otras iniciativas del presidente ruso, pero no debería haber sido nunca óbice para que la UE se encierre sobre sí misma como si se tratara de la revolución de Budapest de 1956.

Este lunes se reunía Donald Trump con Vladimir Putin, y todavía no hemos visto ningún movimiento por parte de las autoridades comunitarias a tener una cumbre con Rusia. A algunos países no les interesa nada ello y van a poner todas las piedras en el camino para evitarlo. Pero es que resulta que, a la otra parte de Europa, entre otros a España, nos hemos jugado mucho con las sanciones económicas. Sino que se lo pregunten al sector agroalimentario y otras industrias manufactureras españolas. Como puede entenderse los discursos son creados por los intereses económicos, las instituciones, las normas y las clases sociales. En el caso de las relaciones de la UE con Rusia hay mucha influencia no solo de las presiones de los países nórdicos, bálticos, Polonia o Ucrania, sino también del complejo industrial militar y de inteligencia interesado en que las relaciones entre ambas partes sigan agrietadas. A la otra parte de Europa le corresponde desmontar cuanto antes el discurso dominante y crear un discurso alternativo, potente, sin prejuicios, que dote al continente de una estabilidad que ahora no tiene.

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