¿Verdaderamente necesitamos la OTAN?

¿Verdaderamente necesitamos la OTAN?

Hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la OTAN fue considerada casi dogma de fe para una gran mayoría de europeos. Durante 40 años tuvo gran utilidad para disuadir a la Europa comunista. Si bien conviene aclararlo, Moscú también nos disuadió a nosotros de cualquier aventura en su esfera de influencia. A fecha de hoy, la OTAN es una fuente de quebraderos de cabeza para la paz y el presidente Trump no está tampoco haciendo lo propio para seducirnos a seguir siendo parte de la organización. Puede chocarle a mucha gente, pero la OTAN es más necesaria para Estados Unidos que para los europeos. Para los estrategas estadounidenses la organización de seguridad colectiva es imprescindible para mantener en su órbita de influencia a una treintena de estados europeos y tenerlos controlados. Después del Plan Marshall, la OTAN fue el gran instrumento que los norteamericanos emplearon para mantener su hegemonía en Europa.

Desde que Trump llegara a la Casa Blanca no ha hecho más que lanzar críticas a los estados miembros debido a la obligación de cumplir con el techo de gasto de defensa del 2%. Esta semana, se va a hablar mucho del futuro de esta organización militar por la cumbre de los jefes de gobierno en Bruselas y por la cumbre que Trump celebrará con el presidente ruso, Vladímir Putin, el próximo lunes. Y es ahí donde veo la contradicción. La OTAN ha sabido recuperar el protagonismo perdido con el manejo del discurso de la histeria antirusa; de los supuestos grandes riesgos de la batalla de la propaganda y cosas parecidas. La organización y sus miembros más acérrimos —precisamente los más enfrentados a Rusia— como Polonia, los estados bálticos y otros excomunistas tratan de avivar la llama de más OTAN en Europa con la ayuda dialéctica del presidente estadounidense para llegar al suspirado 2%.

La razón de ser que supuestamente justificaría el incremento del gasto en defensa es fundamentalmente la llamada amenaza rusa tras la ocupación de Crimea en 2014 y el histerismo ante posibles nuevas invasiones en Europa. Hete aquí que el presidente Trump es uno de los más firmes defensores de Putin. Si para Trump Putin y Rusia no son una amenaza, entonces para qué llegar al 2% o incluso para qué existe la OTAN. La OTAN nació como reacción ante el bloque comunista en la Guerra Fría, pero hace ya 30 años que esa amenaza se desvaneció y, en lugar de haberla transformado en otra cosa, trata de sobrevivir entre nosotros cual pieza de museo que en lugar de unir el continente europeo sólo ha creado mayores líneas divisorias entre la parte oriental y occidental. Olvídese de la amenaza rusa. Piense, sin embargo, que la expansión progresiva desde los 90 de la OTAN es visto con una ansiedad mayor por muchos de los millones de habitantes rusos que han desarrollado a golpe de invasiones una psique colectiva basada en la desconfianza al exterior.

El problema, pues, no es ni el 2% de gasto, ni Rusia. El problema es qué hacemos con la OTAN. Debemos preguntarnos para qué la queremos. Si comprobamos las dos grandes preocupaciones actuales entre la ciudadanía europea, como son el terrorismo religioso y la inmigración irregular, la OTAN no ha realizado ninguna aportación. Sin embargo, sigue habiendo países deseosos por entrar en el club como Macedonia del Norte, Georgia o Ucrania. El problema de muchos de estos países es que se piensan que es la organización militar la gran solución a todos sus problemas. Y no es así. Muchos de estos líderes, por ejemplo, el presidente ucraniano Poroshenko, pueden caer como un Chiang Kai-shek de nuestros días, víctima de su debilidad, corrupción y la tendencia a depender de Occidente en lugar de superar sus dificultades por sí mismos. Como dijo el general Marshall en 1947: “El paciente —léase la OTAN— se está muriendo mientras los médicos deliberan”.

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