El problema de las pensiones no se arregla con parches

El problema de las pensiones no se arregla con parches

No hay día que pase en que no esté presente en nuestras vidas el incesante debate sobre las pensiones con opiniones para todos los gustos, con una seria preocupación sobre su sostenibilidad, con otra arista cual es la de su suficiencia y, como telón de fondo, más bien implícitamente, las dudas acerca de si se podrá mantener el Estado del bienestar, en virtud del cual el Estado se encarga de atender a sus ciudadanos en lo que respecta a los servicios y atenciones sociales. A medida que España, en el transcurso de este siglo, fue progresando con paso firme a partir del momento en que se integra de facto dentro de Europa —años 80 del siglo pasado, siendo el 1 de enero de 1986 cuando las banderas española y portuguesa se izaban en la sede de la entonces CEE, en Bruselas, y ahí estaba menda con todo mi orgullo viviendo la culminación del sueño europeo—, nuestro desarrollo económico se acelera dedicando una atención especial a la mejora del gasto social.

Hoy somos críticos con este, ese y aquel aspecto de nuestra vida política, económica, social, financiera… Atizamos sin escrúpulos, a diestro y siniestro, contra este, ese y aquel político o determinada formación. Cualquier decisión merece nuestra más acalorada crítica y el reproche más cruel… Sin embargo, es de justicia que miremos dónde estaba España allá por los años 50 de la última centuria y dónde está hoy, que nos percatemos del trecho recorrido por este país, que seamos conscientes de que aún en los años 60 los carros iban tirados por burros frecuentando nuestras vías, las carreteras con sus inolvidables e insoportables baches estaban dejadas de la mano de Dios.

Los a veces intransitables caminos rurales formaban parte de nuestro paisaje, las chimeneas de las fábricas igual echaban todo tipo de humos contaminantes, el automóvil era algo así como rara avis —recuerdo como en mi infancia los chavales nos quedábamos embobados viendo en mi querida Esparraguera (población de la provincia de Barcelona) cada uno de los coches que circulaba por la carretera general y los contábamos—, el analfabetismo estaba extendido y no sorprendía topar con bastantes personas que apenas sabían leer y escribir,  y el turismo, que justo empezaba a despuntar con las suecas en bikini en Torremolinos y en ese gozoso descubrimiento que fue la Costa del Sol a la vez que rompía la intimidad de la gauche divine que se acuartelaba en la gerundense Costa Brava, se fue convirtiendo en un gran invento que llega a nuestros días consolidándose como un gran eje propulsor del motor económico español.

Ese desempeño de España en la perspectiva económica ha ido acompañado de logros sustanciales desde el punto de vista social. Se procuró que nuestros mayores a la hora de jubilarse dispusieran de unos mínimos ingresos que les hicieran vivir dignamente el tramo final de su existencia. ¡Claro qué nadie supo, o quiso, atinar en que la longevidad, gracias a las mejoras de la calidad de vida, al cuidado sanitario, a la investigación médica y a tanta prosperidad, haría de España uno de los países con una mayor esperanza de vida! Y nadie, o casi nadie, supo otear que en el futuro las condiciones del trabajo irían cambiando, que el modelo económico se transformaría, que sufriríamos las vicisitudes derivadas de los flagelos de la crisis, que la imparable fuerza de la construcción tocaría techo y que concentrar nuestros esfuerzos en la economía del pelotazo inmobiliario y a corto plazo se plasmaría en una costosa factura… No veíamos más allá y la duda hoy es si seguimos viendo igual que antes o ya hemos acudido al oftalmólogo.

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