Más amoral que Iglesias, imposible

Más amoral que Iglesias, imposible

Si, como dicen los clásicos, la conciencia es la brújula del hombre, es normal que Pablo Iglesias y Podemos vaguen sin rumbo por la política española, perdidos entre los raquíticos guarismos de unas encuestas que desde hace tiempo sólo vaticinan hecatombe. No es de extrañar, ya que nadie se cree su discurso. Incluso los propios militantes de Podemos, que a veces parecen feligreses más que votantes, han empezado a perder la fe dada la falta de correspondencia que hay entre las palabras y los actos de sus líderes. Y es que resulta imposible ser más amoral que el secretario general de Podemos, que después de comprarse junto a Irene Montero un casoplón de 600.000 euros con piscina y parcela de 2.000 metros cuadrados, ahora exige «verdadera austeridad» a los cargos públicos de la formación morada.

De tan cínico, pronto no le saldrán ni las palabras en sus alocuciones. No han sido pocos los compañeros del partido que le han afeado la compra del chalé. Entre ellos, el alcalde de Cádiz, José María González ‘Kichi’, quien ha dicho que para ser consecuentes con lo que pregonan es necesario vivir «en un piso de currante». Algo que es la antítesis de lo que han mostrado Pablo Iglesias e Irene Montero. El secretario general, incluso, tiene vacío el piso de Vallecas en el que decía habitar. Los actos siempre desmienten a sus palabras. No obstante, y lejos de hacer la más mínima autocrítica, ahora impone unas normas para que nadie repita su actuación. Un comportamiento que remeda al de los gerifaltes de los regímenes totalitarios: «Haced lo que yo digo, pero no lo que yo haga».

Así lo han dejado claro en el nuevo reglamento interno. Dicen que lo imponen con el objetivo de «acabar con los privilegios políticos y dar el protagonismo a la ciudadanía». En realidad, son reglas para que los otros hagan justo lo contrario de lo que hacen ellos. Una manera de marcar el terreno entre la cúspide de la formación y el resto. En definitiva: pura estructura de política bolivariana. A eso lo llaman coherencia política, también democracia interna. Pero, en realidad, es un ejercicio puro y duro de populismo. Con este documento pretenden asentar una nueva estrategia de cartón piedra donde la apariencia siempre prevalezca sobre el fondo. De ahí que, por ejemplo, se decanten por el transporte público como el «medio preferente de transporte». La amoralidad es la constante de Iglesias, un líder que, carente de principios, está carente también de credibilidad.

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