ETA: una derrota a medias

ETA: una derrota a medias

Celebro que la organización terrorista ETA ya no mate. Me siento orgulloso de la victoria de los dos pilares de un Estado de Derecho —Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y la Justicia— sobre una banda de asesinos. Admiro hasta el extremo el papel que han jugado las víctimas todo este tiempo y que supone para toda la sociedad un ejemplo de entereza y gallardía. Me siento aliviado al no volver a escuchar como un telediario se interrumpe abruptamente anunciando un atentado terrorista. Pero no seré yo quien me ponga una venda en los ojos y con júbilo y albricias pregone a los cuatro vientos que ha sido una derrota total, porque con ETA el Estado solo ha tenido una victoria a medias y porque, desde la verdad, la dignidad y la justicia, también desde la verdadera política, queda mucho por hacer. Con sus hediondos comunicados, mediadores de tres al cuarto, su insultante escenificación de bochornosa comedia bufa y con la rastrera risa de Otegui a modo de dolorosa daga inserta en lo más profundo, estamos solo ante una derrota a medias.

El mal llamado “relato”, a nivel social, sigue vivo en muchas capas de la sociedad vasca y navarra. Los hechos cobardes y fratricidas de Alsasua y la paliza a los guardias civiles y a sus parejas —sí, feministas, también a sus parejas— son producto de una absoluta falta de colaboración ciudadana, de una amnesia colectiva, de la complicidad y hasta de la comprensión. La suma de lo injusto e inmoral que pretende “pasar página” del crimen, de la felonía y de la persecución implacable. Es una derrota a medias porque hoy los “amigos” de ETA están en las instituciones. Bildu incumple de forma sistemática la ley de partidos. Nunca ha condenado la violencia de los criminales y con total descaro y burla hacia las víctimas, las instituciones y hacia toda la sociedad se encuentran insertos en puestos de poder político y económico. Un alto precio que pagamos los españoles por la disolución de la mafia. Y desde dichas instituciones pretenden ejecutar su proyecto soberanista. Y con el séquito del fariseo “nacionalismo moderado”.

No es una derrota total porque el mundo etarra proyecta sus ansias antiespañolas a través de una progresiva euskaldunización de la comunidad foral Navarra. Es la suma del odio a lo español y la imposición del euskera como lengua de enseñanza. Sin intervención del Estado, con la mirada perdida o hacia otro lado. Como ocurrió con Cataluña hace 40 años y hoy vemos sus consecuencias. Complejo de culpa irracional enquistado en nuestra clase política, el miedo a enfrentarse al nacionalismo secesionista y ser tachado de intolerante, fascista o antivasco.

No podemos permitir que se blanquee y manipule la verdadera historia. Que venda falsas consignas de paz, de reconciliación, de derechos de los presos, de existencia de bandos en esa “lucha”. Frente a ello, se hace necesario dejar claro cuál es el umbral de lo ético. España ha derrotado a los asesinos, pero quedan aquellos que “recogen las nueces”. Es necesaria la paz, pero cimentada en justicia, no en perversas “dádivas”. Y una sociedad libre capaz de soltar el lastre de los perjuicios y de los miedos, enfrentándose de forma honesta y valiente a la mentira y a la perversión del lenguaje y los eufemismos. Lucha contra los criminales y contra los que son sus cómplices por activa o por pasiva. Y contra los cobardes. Porque como dijo Vincenzo Gioberti, filósofo y estadista italiano: “Los mayores enemigos de la libertad no son aquellos que la oprimen, sino los que la ensucian”.

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