Desde la razón y contra el comunismo

Desde la razón y contra el comunismo

Me comentaban el otro día, con notoria sorpresa, que un diario de edición nacional informaba que el diccionario de la RAE no definía al comunismo como, al menos, “régimen totalitario”. En mi afán de confrontar semejante hecho, accedí a la definición establecida por nuestros “maestros de las letras”, abrigando la esperanza de que, por lo menos ellos, concretaran con claridad las características del sistema más mortífero de los dos últimos siglos. Vana fue mi esperanza. En efecto, se utilizan términos como “doctrina” o «movimientos y sistemas políticos». Solo con este ejemplo he llegado a inferir los motivos por los cuales, a pesar de ser una “ideología” responsable de asesinar a más de 100 millones de individuos, está bien vista. He llegado a entender como un individuo que porte una bandera nazi puede ser detenido mientras que portar una bandera con la hoz y el martillo puede llegar a ser hasta admirable. Comprendo cómo no es legal un partido que exalte los valores del III Reich, como es comprensible, mientras que si lo es aquel que enaltezca los “valores” del comunismo.

La sociedad debe conocer la verdad, a pesar del tradicional y brillante sistema izquierdista de controlar la propaganda. El comunismo y todas sus caras y vertientes supone en todas las naciones donde se instauró, dictadura política y miseria económica. Demostrado a finales de los años 80 su fracaso y frente a la evidencia de sus desmanes, cambiaron de estrategia y se volvieron defensores de los derechos humanos, del feminismo, del medio ambiente, de los pueblos indígenas y de la democracia, para acabar masacrando, una vez más, todo ello. Pregonan una defensa sin par de la clase trabajadora cuando usurpan cual putrefacto virus la riqueza creada por empresarios y trabajadores. Extirpa la propiedad privada y los inalienables derechos de progreso y desarrollo del ser humano, pregonando una falsa y venenosa libertad y prosperidad para todos, causando en cambio hambre, miseria y la destrucción en cada nación donde han tocado o accedido al poder. Como trágico resultado, siniestra consecuencia, su potestad en Europa, Asia y África ha causado más de 100 millones de vidas en menos de 100 años, convirtiendo semejante monstruo en una máquina criminal e ideológica sin precedentes.

Pero para la cultura progre, para la cobarde cultura presuntamente “derechista” y para la incultura, lo anterior no importa. Se acepta, aunque muy a “regañadientes”, una Ley de Memoria Histórica que se ha impuesto como dogma ideológico que nadie puede dudar ni discutir sin ser tildado de “facha”, “fascista” o “franquista”. Se impone a base de decreto y se mantiene una visión sesgada con la que se está aplicando, con él insultante agravio de mantener calles, monumentos, menciones y todo tipo de reconocimientos a quienes sí fueron criminales. Crímenes cometidos para extender el comunismo, calles con criminales y personajes con las manos manchadas de sangre como Carrillo, La Pasionaria, Largo Caballero, Indalecio Prieto, Juan Negrín o el mismo Marx que, pásmense, reitero, tienen calles en España.

El comunismo nos ofrece una fraudulenta e hipócrita sociedad donde los buenos y los débiles tendrán cabida una vez que se extermine a los responsables de la opresión y explotación. Y si, se exterminó, pero se puede pasear una bandera con la hoz y el martillo. Nos lleva a un paraíso donde valen y se justifican los dilatados y extensos ríos de sangre que ha provocado. Solo hay que informarse, que leer, que pregonar a los cuatro vientos una indudable verdad. Como dijo el gran Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos: “Un comunista es alguien que ha leído a Marx, un anticomunista es alguien que ha entendido a Marx”.

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