La Manada de Cifuentes

La Manada de Cifuentes

Cifuentes dimite. No hace ni un mes del Congreso en Sevilla. Ovacionada y arropada entonces en público para esto… Un placebo hispalense de felicidad política en la Convención de la hipocresía que pocos —incluso entre los propios— creyeron, pero que todos acataron oficial y diligentemente ajustados a la disciplina de partido. Quién nos iba a decir hace unos años que la inmaculada Cifuentes, pesadilla de corruptos, apuesta inequívoca del presidente para ordenar las cajas y cajones del PP madrileño y barrer bajo las alfombras de Génova, iba a convertirse en la última nueva apestada “persona esa de la que usted me habla” de mi paisano pontevedrés. Quién podía imaginar que ella misma cooperaría de manera tan gratuita a semejante escarnio. Ascender a los cielos para acabar consumida en el infierno del fuego amigo. Fin de una época. Fin de la cita. Fin, finalmente.

Hasta para esto son previsiblemente torpes. Deberían tomar nota para variar —como en la eficacia de la propaganda y de la comunicación electoral— de las convenciones —asambleas— de la izquierda. Resultan tragedias más divertidas porque los puñales vuelan en abierto y hacen sangre de verdad. Nada de cirugías exquisitas y amputaciones milimétricas. Para qué molestarse en románticas y bucólicas vendettas, pudiendo recurrir a la eficacia inmediata de la purga. El Partido Popular está laminado y superpoblado y conviene soltar lastre para seguir manteniendo el vuelo. Nada de cremas regeneradoras milagrosas. Ya sólo hay una opción para recuperar la esencia. Perder el poder. Caer en picado. Cifuentes es la prueba palpable de que hasta que Rajoy no abandone ese nido de buitres en que se han convertido los albatros, no hay regeneración posible.

Qué más dan los pactos anticorrupción y las condiciones ridículas si la corrupción en sí ya es un delito. Qué más dan las comisiones de investigación y los escarnios públicos. De qué sirven los dimisores o los “dimitidos” bajo amenazas de vídeos personales comprometedores o de mociones de censura en trío. Querer regenerar sin saber lo que es gestionar y gobernar es ridículo como prometer una limpia de la corrupción cuando ya está tipificada como delito. Lo que hay que hacer es perseguirla y castigarla. Exigir ejemplaridad pública —y privada—. No es cuestión de documentos que salen a la luz ni de pactos sino de leyes, penas y jueces. El resto, que lo decidan los votantes. O seguiremos instalados en la pseudodemocracia.

La manada popular ha abandonado a Cifuentes, moribunda, a su suerte. Al más puro estilo naturaleza salvaje, el PePé ha decidido desvincularse de Cristina ahora que ya no interesa al grupo incapaz de completar su función. La delfina, gravemente herida, ha caído en desgracia y Rajoy ha sido fulminante pero no directo. Sacrificar a la torre en Madrid para salvar un partido en jaque desde hace demasiado tiempo. Fuera antes de las doce, vociferó el presidente. La hora límite para que la princesa se convierta en calabaza. Y Cospedal, ejecutó. Cruel metáfora. Corren tiempos aciagos para la (no) derecha en España.

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